jueves, 5 de diciembre de 2013

¡Feliz Cumpleaños!

Yo sabía que algo me estaba rondando, que un nudo hermoso en la garganta se me estaba formando día a día. Sentía en el pecho un volcán de amor que me desbordaba y cuando me di cuenta estaba muy cerca del día en que nací. Cada año de mi vida mi cumpleaños fue como un re.nacer, como un valorar todo lo que tengo y todo lo que soy. Siempre desde pequeña cuestioné dentro de mí la vida misma, el ser y hasta el cosmos. Siempre quise entender a la gente y a las personas y por sobre todas las cosas a mí misma. Las respuestas nunca me llegaban, tuve una etapa muy racional donde no entendía la dinámica de mi familia, no entendía a mis amigas, no entendía la escuela, no entendía nada más que el amor que me completaba, que era mi refugio y mi hogar. Pero no vivía solo con el amor, vivía con el universo.

Con el correr de los años, fui haciendome grande y muchas herramientas se me fueron presentando para tratar de entender y muchas personas se me cruzaron para darme la mano en distintos momentos y ayudarme a subir un escalón. En el momento quizá no me podía dar cuenta, no lo veía, no lo entendía porque subir escalones no siempre es fácil, porque los escalones a veces son enormes y necesitamos andamios para transitarlos.

Todos los cumpleaños-re.nacimientos el saldo era positivo. Siempre pude ver de qué me habían servido las cosas, pero aún así sufría mucho y me dolía ir sacándome las pieles que me iban descubriendo el alma.

Este cumpleaños mío me encuentra más sabia y más plena, me encuentra amando a mares a todos los seres que me rodean. Me encuentra con un volcan de amor que me brota en pos del agradecimiento por tanto amor recibido. No hubo ser en este año que no haya sonreído para mí y eso para mí es el elixir de la vida. No he hecho más que recibir abrazos, aliento, alegrías, noticias hermosas y un calor inmenso de almas que me quieren.
Por eso en este cumpleaños mi regalo es para ustedes, porque no podría ser un cumpleaños más feliz si todo ese universo que me rodea no hubiera sido tan pero tan amable conmigo.
Eternamente agradecida estaré en esta y en todas las vidas que viva de que el tránsito por ésta me haya llevado al camino de las respuestas.
¡Gracias a todos por acompañarme en la locura y amarme incodicionalmente!

¡Feliz cumpleaños!

miércoles, 9 de octubre de 2013

Cuando el primor prime...

Allá cuando el primor prime tiene que empezar a ser acá. Ya basta de esperar a que mañana sea el día, que en el futuro entendamos, que mañana comprendamos.
Cuando nos demos cuenta que las frases célebres existen por algo, realmente entenderemos que no hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy, que no hay que postergar, que hoy es hoy y que mañana, quién sabe qué nos deparará el destino.

Acá cuando el primor prime podremos entender que la vida es este momento único. Que hay millones de cosas que deberían ser de otra manera pero que no lo son. Que gastar energía en decirle al otro todo lo que hace mal, lo que hace bien, en explicarle cómo queremos que nos trate, nos quiera o cómo queremos que nos bese, nos toque vale la pena solo si el otro nos pide que lo hagamos.

Acá cuando el primor prime las flores serán más coloridas, casi que nos van a encandilar con su color. El agua será el regalo que nos dará el cielo o el castigo que tendremos por la soberbia con la que pecamos todos los días.

El primor prima o se oscurece para todos. Las leyes del universo entienden de individualidades pero también de universo. Entonces tendremos que dejar de primar todos si algunos deciden no verse, no encontrarse y ser altamente egoístas.

Donde el primor prima, el quererse a uno mismo, amarse con muchas ganas no es ser egoísta, al contrario, es amar más al resto. Es saber que de esa sola manera, conociéndonos por completo, podemos dar lo mejor de nosotros.

Acá cuando el primor prime, veremos que si primoreamos nosotros... iremos encontrando primores y quienes decidan no ser primorosos quedarán allá, en el "deprimor."

Allá y acá cuando el primor prime podremos llorar con ganas, reír con una alegría impredecible, trabajar con un placer escondido y otro descubierto. Compartir con solidaridad, enseñar con sabiduría y explicar con placer.


Cuando el primor prime, que todos primemos, porque esa es la ley de ser un primor...


lunes, 16 de septiembre de 2013

Siempre el Sol brillará para nosotroas*

Sentirse raro por sentirse feliz. Nos enseñaron que en estos momentos debíamos sufrir, entristecer y llorar por todo lo que falló en la empresa de la pareja. Nos contaron cómo, a lo largo de la vida el éxito iba de la mano de conseguir, entre otras cosas, ser exitosos en el amor. Se olvidaron de contarnos que el amor no se rinde en ninguna universidad, que a amarse y a amar no nos lo enseñan ni formal ni informalmente. Que ni Ausubel, ni Vigotsky, ni Piaget, ni ninguno de ellos iba a decir cómo teníamos que ser exitosos en el amor. Lo único que supimos durante mucho tiempo es que casarse y tener hijos era tan importante como recibirse y ser profesional.

A algunos nos tocó derribar mandatos con más fuerza que a otros. Otros elegimos cuestionar todos y cada uno de ellos y aquí estamos, aún decidiendo de qué lado queremos vivir, cómo y con qué principios y filosofías.

Por eso encontrarse disfrutando de la soledad nos parece raro, incluso extraño, porque siempre creímos que “esto” en “este momento de la vida” ( y dejo de lado la edad porque sino empiezo otro apartado) iba a traer “estas” consecuencias. Pero hoy me encuentro, me sorprendo a mi misma con sensaciones encontradas. Todas ellas de calma, mucha calma. Quizás el por qué de esa calma sea que siempre quise entender y, después de tantos años de buscar respuestas, finalmente las voy encontrando. También puede ser que no hay con qué darle a la experiencia. En realidad, no es que “puede ser”, ES. Vivir te hace sabio, pero no todos eligen vivir de la misma manera. El que elige vivir con los ojos bien abiertos y la escucha entrenada no puede hacer caso omiso de ciertas cosas. No podemos omitir que somos íntegros porque la integridad parte del ser unificado. No estoy en paz porque me pienso en paz, lo estoy porque lo practico, lo ejerzo, lo predico y lo armonizo.

Desde cómo me alimento, cómo trabajo, cómo sueño, cómo me desenvuelvo y cómo enfrento empiezo a ser yo, la misma en todos esos lugares. ¿Fui siempre ese YO? No, definitivamente no. También sé que, probablemente, mañana este yo mute a otro diferente, más elevado y más evolucionado pero siempre para mejor, siempre sumando y aprendiendo.

Me “auto-sorprendo” en medio de la cocina, de las cosas sanas y naturales que como, el ciclo más perfecto: me dan mucha “sanidad” mental pensando en cuánto de aceptar hay en este aprendizaje. Cuánto hace falta entender que hay cosas que son. No es que no vayan a cambiar, sino es que siempre fueron de esa manera. Sí, todos queremos ir a antes de que el sistema nos corrompiera, la cultura nos educara y el hombre nos trastornara. Pero eso sería ir a antes de que tengamos conciencia… y eso, no creo que sea posible. Desde que el mundo es mundo somos diferentes, desde que el mundo es mundo el hombre tuvo conductas alimenticias que no eran las mejores para él. Desde que el mundo es mundo existió la corrupción, la traición, los pobres y la injusticia…desde que el mundo es mundo el matrimonio era todo menos eso que tenía que ver con el amor.

Amor.

Y pensar que muchas veces nos burlamos de esa palabra. La menospreciamos y la tratamos de cursi, ideal o fantástica. Así como dejamos de creer en Dios, dejamos de creer en el amor. Dejamos de creer en nuestra capacidad como seres individuales de satisfacer todas nuestras necesidades por nosotros mismos, sin tener que exigirle al otro que cumpla nuestros más preciados anhelos y, lo que es aún peor, culpamos a cualquier otro porque debido a que no actúan como ”se supone que deberían” nosotroas somos infelices. Qué increíble y qué sencillo a la vez.

Ser uno. Ser. No pedir y entender. Aceptar que nosotros somos los absolutos dueños de cada una de nuestras decisiones, momentos y consecuencias.

El día que podamos aceptar ese pequeñísimo detalle y dejemos de depositar en un “otro” todo lo que acontece, ese día podremos lograr que el sol brille siempre para nosotroas.

*Me gusto el "nosotroas" para expresar a ambos géneros.


viernes, 9 de agosto de 2013

Resiliencia

Vuelan los momentos, las palabras, las promesas. Por momentos me siento en medio de una brisa hermosa que me mueve todo lo que tengo alrededor, lo mezcla, lo junta. Y en ese vuelo de cosas que me pasa por al lado logro –no mucho porque tengo los ojos entrecerrados ya que la brisa me llega hasta la cara- ir viendo cosas: imágenes, momentos, palabras, sensaciones, paisajes, sonrisas, miradas. Hay muchas miradas, muchas sonrisas y muchas, muchas, muchas palabras. De repente no entiendo muy bien dónde es que estoy yo, es decir, dónde sucede todo esto. Pero si sé cómo me siento: en paz. Una sonrisa de calma se me dibuja en la cara, porque todo eso que vuela alrededor no hizo más que hacerme crecer.

Y ya no te preguntás más “¿cómo fue que…?”, “¿cuándo fue que…?”, ya no. Ya a esta altura de la experiencia que decidiste vivir y cómo (importantísimo dato) y de tanto repetir que hay que cantarse las verdades entendiste que no vale la pena preguntarse eso. Sí vale la pena preguntarse “¿qué tengo que aprender de todo esto?” y vuelve el famoso “¿por qué a mí?” pero desde otro lugar. No desde ese horrible lugar novelero, de Grecia Colmenares “oh por qué a mi dios mio!”. No. Ahora es entender por qué de verdad, qué es lo que cambió, lo que fue diferente, lo que evolucionó en mí con esta situación.

Es rarísimo entender las cosas desde este lugar, es extraño verse ir y venir. Ir y volver y volverse a ir. Despedirse, encontrarse. Despedirse de vuelta, de los de allá ahora. Y llevamos, y ahora traemos. Si fueran sólo materiales, ropa, vajilla, sería todo más fácil. Pero cuando lo que va y vuelve son emociones…la mudanza es diferente. En alguno de los viajes las logras poner todas juntitas en una caja, cajonera (me recuerda a la cajita de azafrán…) lo que sea que pueda mantenerlas guardadas lo mejor posible. Tratás de no apretarlas mucho, para que tampoco se dañen. Pero hay otras veces, que no te queda lugar y las tirás así no más arriba del auto, por donde puedas y, entonces, en el medio del viaje, alguna se te cae en la cara y ya está… ahora hay que agarrarla, frenar y ver con claridad dónde la acomodamos para tratar de que no se vuelva a caer.

No sé cuántos viajes hice este año, pero sí sé que cada uno de ellos podría ser un capítulo de un libro. Sí sé que me encanta viajar, me gusta y lo disfruto. Y sé que viajando me fui, me volé a un mundo hermoso, y mirá lo que en este momento me deja de regalo una amiga: “Es preciso soñar pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía” (Lenin). Y es así gente… los sueños existen y el amor también, pero la realidad es inevitable y si queremos convertirla en sueño, no podemos escapar a la humanidad en la cual nos tocó desarrollar esta vida de seres humanos.

Entender entendemos todo el tiempo, la ecuación es simple. Pero sentir cuesta mucho más que eso. Sentir es saber que hay algo más que nunca podremos evitar. Sentir es aceptar que somos y que en algún momento tendremos que rendirnos a no poder entenderlo todo.

Y, pero entonces… ¿fallé en mi humilde intento de querer cambiar el mundo? No, al contrario, cada vez me siento más cerca.

viernes, 17 de mayo de 2013

Minitas


“ Pero… es que me dan escalofríos las vidas de aquellas mujeres sin cuento propio, las que aceptaron que el amor fuese la única referencia". … 
(Nosotras que nos queremos tanto, Marcela Serrano)

Hay muchos que dicen que las minitas son todas mentirosas. Que no pueden sostener una amistad verdadera con otra mina porque no pueden estar sin sacarse el cuero o criticarse en cuanto una no está. Hay otros que dicen que las minitas son tremendas, que nunca se ponen de acuerdo, que siempre tienen un “pero” un “por qué”. Siempre que hablamos de minitas.

Yo conozco unas minas con las cuales creé un vínculo especial y particular que pareciera no encajar con ninguna de esas definiciones de minita (y eso que las condiciones estaban dadas a la perfección para que eso sucediera).

Desde la honestidad bruta nos conocimos, por el odio de colegas laborales pasamos (que nunca fue tal, real; era el odio típico de alguien que no quiere ni ver a la persona que le dice lo que tiene que hacer). Estas minas deben haber hablado de mí a mis espaldas un montón de veces, pero nunca tuvieron problema en hacérmelo saber, sentir y decírmelo en la cara. Y eso estuvo heavy. Pero siempre preferimos eso, nos salió natural, no nos propusimos ser honestas o no gastar energía en simular una simpatía de compromiso. No teníamos compromiso. Éramos sólo eso, compañeras de trabajo, no nos importaba caernos bien.

No puedo dejar de destacar que trabajábamos en un colegio. Lugar donde la minita puede llegar a ser el rol mejor jugado de las mujeres. Donde la minita es a full cizañera, mete púa. Ahí adentro, en un colegio, los oídos te zumban casi todo el tiempo y es difícil esquivar las ondas del chusmerío. Pero por suerte tuvimos todas una cintura muy particular para atravesar esa especie de nube que te chupa y te lleva al chisme.

Estas minas me conocen hace unos cinco años y sin querer nos fuimos viendo cada vez más. Cuando la cosa se empezaba a poner buena, yo las “coordiné”. Me tocó ocupar ese lugar, fue esa vez donde la honestidad más grande salió a la luz. Roces inevitables, caras irremontables. Pero por más que quisiéramos evitarlo, cada vez que nos juntábamos para la charla nocturna, nos saltaba la naturalidad con la que siempre nos habíamos manejado. Nos olvidábamos que yo coordinaba. La diferencia estaba en el día a día laboral, en la charla cotidiana, en la mirada cómplice de todos los días. Y eso se extraña. Se sabe que se puede ser parte, pero no del todo, no estás en ese lugar, estás en otro. Y se nota.

Fue ahí que me di cuenta que tenía que volver y, por suerte, mientras estaba en otro lado fui tan honesta y sincera que pude volver. Y ellas, con todo el amor del mundo, me recibieron back sin ninguna diferencia. Estas minas que, en el caso de haber seguido el manual de la minita, deberían haberme dado la espalda, o quizás haber perdido el deseo de hacerme parte eligieron que eso no sucediera. De hecho, fue como si nada hubiera pasado. O sí, había pasado y, por suerte, podemos hablar de eso con una naturalidad tranquilizante.

Y hoy nos encontramos en una foto, frente al mar. Un sábado de mates en un viaje express de minas con ese sabor a elección y particularidad que tienen las relaciones especiales que uno mantiene con cada grupo de gente que lo rodea y elige para “estar”. Y de repente y sin querer ya ni siquiera trabajamos juntas, y es como si sí. Por suerte la honestidad salió de la atmósfera del trabajo y nos regalo una amistad cálida y relajada, de charla larga y tendida de mujeres tratando de entender la vida y vivir en paz.

Me enorgullece haber mantenido esta relación, porque hay que anteponerse a lo que dice la gente y hay que valerse por la confianza en lo que dice el otro. Hay que mirarse a la cara después de sincerarse y cantarse unas cuarentas medio difíciles. Hay que tener una capacidad de ver más allá, de interpretar a la persona en su totalidad y saber entenderse. Nosotras logramos eso, y nos salió genial. Este grupo de mujeres me ha hecho muy feliz, porque de ellas y gracias a ellas aprendí muchísimas cosas a nivel profesional y a nivel personal. Son más grandes algunas, o con otras experiencias, y no hay nada que disfrute y me guste más que escuchar cómo es a veces la vida desde otro lugar pero con estos mismos valores. 

Estas minitas, de minita no tienen nada.


jueves, 25 de abril de 2013

Comienzo/Fin*


EL fin de un amor adolescente.  
El fin de creer que sólo vemos lo que hay.
El fin de saber que no todo es como siempre creímos que era.
El fin de vivir las cosas a través de nuestros padres.
El fin de una visión marcada por una vida previa, por preconceptos infundados,
El fin del idealismo.
El fin de la confianza ciega,
El fin del amor eterno,
El fin del príncipe azul,
El fin de la vida lejana,
El fin del eximirse de tareas,
El fin de la no responsabilidad.
El fin de evaluar con la mirada, de juzgar con la cabeza, de entender con el corazón.
El fin de un ciclo,
El fin de la inocencia,
El fin de la era adolescente.

El comienzo de un lugar en dónde todo depende de uno.
El comienzo de la valoración de algo más que lo que se ve.
El comienzo de aprender a elegir.
El comienzo de aprender a valorar.
El comienzo de la creación de una escala de valores propia, única e irrepetible.
El comienzo por la lucha de los ideales q por un momento parecieron  tener un fin.
El comienzo de la independencia.
El comienzo de la puesta en práctica de tanta experiencia, de tanta teoría.
El advenimiento de la vida lejana de golpe.
El comienzo de la realización personal,
El comienzo de buscar los medios,
El comienzo de la claridad de objetivos.
El comienzo de la creación de la personalidad.
El comienzo de querer saber hacia dónde vamos.
El comienzo de aprender a compartir.
El comienzo de aprender a entender, a controlar,
El comienzo de saber que no podemos dar lugar a todos los caprichos, ni a todo lo que se nos cruza por la mente.
El comienzo de aplicar la palabra “convivir”.
El comienzo de la relativización y el análisis cauteloso.
El comienzo de las ganas de la estabilidad o del miedo a la no estabilidad.
El comienzo de la vida adulta:
el comienzo de ser el dueño de tu propia aventura. 

*2010/2011 apróx

Lastimadura *


Me lastimé hace años. Se me hizo una lastimadura grande, una de las más grandes que tuve en todo mi cuerpo. Cerró. Tardó mucho en cerrar, tardó miles de lágrimas, otro millón de suspiros. Tardó un montón de llamados desesperados; tardó encuentros consuelo; tardó lo que se tarda en curar… tardó lo que se tarda en aceptar que nuestro primer amor acaba de pasar a otra etapa de la vida.

Me lastimé hace un poco menos de años, de vuelta, en el mismo lugar. Ya a esta altura la herida anterior estaba cerrada, pero la marca no había desaparecido. Ahí estaba yo, lastimada nuevamente, derramando sangre en un lugar donde ya lo había hecho. La piel estaba cada vez más sensible, pero yo, yo me iba acostumbrando cada vez más al dolor. Ahora el dolor ya no era tan agudo, aunque la herida fuera igual de profunda… la anestesia iba creciendo; la analogía y paralelismo de la vida. Aparecieron otras heridas, de otras veces que me lastimaba pero no con lo mismo. Heridas más pequeñas, de esas que dejan las amistades que también pertenecen a esa época del primer amor.

Me lastime hace un año. Ya no sé qué herida había cerrado y cual no. Ya no sabía cuál de todas era la que se borraba con esta última. Ya no sabía de cuál herida me salía sangre, si de la primera -la más grande y profunda-, si de la segunda (no tan grande pero igual de profunda); o si de la tercera (mucho más pequeña pero otra vez, de una profundidad dura). Una profundidad que se alcanza sólo cuando se esta dispuesto a dar un empujón enorme. Una profundidad que toca tejidos delicados, que hay que cuidar que no se infecte, y que hay que curar con suma dedicación y cuidado para que “no queden marcas”
Si las heridas de amor fueran como las quemaduras de agua hirviendo sería todo tanto más fácil. Se pone todo rojo, duele, arde, quema…luego se cae la piel, de madura, de que ya no pertenece, ya no sirve más… y ahí, en el fondo, debajo de toda esa piel inútil esta ella… la que va a venir a quedarse para siempre.

Tengo una marca enorme, una cicatriz que parece cerró. Ahora sucede que ya casi no siento nada, o que de tanto miedo que tengo a que me lastimen el mismo lugar, no dejo que ni siquiera me roce con nada esa parte del cuerpo. A veces siento que me tira la herida… o en determinados días me late, o molesta. A veces, sólo a veces… extraño lo que es sentir el miedo de que se me vuelva a abrir. 

* 2008

Impotencia *


Si pudiera tener control sobre algunas cosas la vida sería más simple y menos ofuscada. Podemos sentir el peso de la impotencia, y saber que es imposible levantarlo. LA impotencia pesa toneladas, ejerce presión sobre la mente huma. Nos pesa millones de quilos, nos pesa horas de maquinaria mental. La impotencia no tiene solución más que en el proceso interno de uno mismo, la impotencia no se va con una puteada, no se va con la ira, no se va con romper todo, no se va con nada. La impotencia tal vez se vaya con el tiempo, con el correr de los días o lo que es aún peor, quizás se potencie, la impotencia. La impotencia es eso, es potencia que no se puede ejecutar, que no se puede ejercer, la impotencia significa algo reprimido, “me da una impotencia”, la impotencia es poder hacer de todo por algo o por alguien, pero saber que todo es en vano, o que por algo no lo podes hacer.
impotencia.
(Del lat. impotentĭa).
1. f. Falta de poder para hacer algo.
2. f. Incapacidad de engendrar o concebir.
3. f. Imposibilidad en el varón para realizar el coito.

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En este caso, claramente, sería aplicable la primera, pero la 2 y 3 no dejan de estar íntimamente relacionadas con la impotencia. Seguimos hablando de una incapacidad, de una falta de poder. Y no es que uno no tenga el poder interno, sino es que no lo puede exteriorizar por algún motivo.
Hoy soy impotente, y no porque no pueda concebir, o no pueda realizar el coito, sino porque me falta poder para dirigir mis propios actos, para controlar algunas cosas. Y lo peor de todo, es que creo desde la génesis humana son, en diferentes medidas, incontrolables: las emociones.

* Texto escrito alrededor del 2007 publicado en mi blog anterior

sábado, 20 de abril de 2013

Bendita Mudanza


Resulta que esta debe ser la mudanza más larga en la historia de mis mudanzas. Mejor dicho, no sé si es la más larga lo que mejor la describe, es la más en cuotas que hice. Porque convengamos que hay distintos tipos de mudanzas: la primera -esa que hacés cuando te vas de lo de tus viejos es generalmente la  primera tuya solo y es una de las más largas. Porque si ya te mudaste con tu familia la consigna era clara: te llevás todo, de acá nos vamos. Pero cuando te vas de lo de tus viejos, tu viejos siguen siendo tus viejos y entonces dejas cosas que “luego” vendrás a buscar. Ropa que todavía no te llevas porque no tenés placar, no estás acomodado y “bueno, ya la vendré a buscar”. Y, en realidad, es una buena estrategia para no decidir entre “lo regalo, no lo regalo”.  La mudanza de lo de tus viejos es en cuotas pero más esporádicas –a menos que ellos se muden, claro- pero uno de vez en cuando, en algún almuerzo en que la casa de los viejos es la “sede central” busca alguna que otra cosita que se olvidó. A veces bajo la presión insoportable generalmente de la madre, tiene que ordenar y ponerse a mirar y tirar lo innecesario y trasladar a la propia casa (donde sabe que ya no le entra nada) lo que quiera quedarse. Y así uno quizás nunca se mude del todo de la casa matriz, qué loco, ¿no?

Después hay otras mudanzas, las del medio. De lo de mis viejos me mudé a vivir sola. Ahí fui más o menos inventariando un poco mi vida, mis haberes. Empecé a tener propiedades copadas como una heladera y un claro panorama de qué cosas resultaron ser tan importantes como para mudarlas. De a poco fui acomodando, fui tirando más. Cuando ordenas una vez que te mudaste se viene otra selección. Ahí te sincerás una vez más con vos misma y te confesas con una honestidad brutal, súper triste pero real, que esa remera, ese pantalón te quedaban hermosos a los veinte, pero ahora ya no y aunque te entrasen, tu cuerpo ya es otro, hay que regalarlo, hay chicas a quienes les va a quedar mejor o incluso lo necesiten. ¿Y los recuerdos? Problemón. Nunca se sabe bien cuánto se recuerda por lo que uno tiene material frente a uno y cuánto por lo que ese recuerdo permanece en nuestra memoria. A fuerza de mudanzas no sabés cuánto ampliás tu disco rígido en la memoria del corazón y el cementerio de pasado. Te jurás que te vas a acordar, que no necesitas la entrada al cine de tu primer novio; que las tarjetas de ir a bailar ya pueden pasar a otro tiempo y que el collarcito de chupetes de colores transparentes quizás le vengan bien a un niño. ¿Se lo vas a mostrar a tu hijo? Hasta qué casa lo vas a llevar (porque encima si sabés que te quedan unas largas mudanzas por delante, tirás el triple, para ahorrarte en cada mudanza este conflicto, esta tremenda decisión) Y allá van las billeteras que amabas y te comprabas, las cartucheras, los papeles de cartas… Los álbumes de stickers NO. Con eso no. Todavía no pude.

Y ahí cuando vivís sola, en el día a día, vas comprobando qué cosas querés tener cerca y cuáles lejos. Te das cuenta que algunas cosas no te importa como sean, lindas, feas, hay que tenerlas y a “pan regalado no se le miran los dientes”. Entonces te quedás con cucharones de la prehistoria, jarras que no son de las más lindas pero súper funcionales. El colador que venga como sea mientras venga. Toallas viejas son bienvenidas, no me importan ni me importará nunca la estética de las toallas ni de las sábanas. Mientras estén limpias. Y así amás poder poner la yerba en tu mate turquesa, de tu pava turquesa y sacás la yerba de ese frasco a lunares que hace un año lo tenés adentro de la heladera nueva desenchufada en casa de tus padres sin usar, donde vas metiendo todo lo que estas acumulando, todo lo que en definitiva será tu casa. Porque la casa es lo que lleva dentro. Y ahí sabes que esas cosas son tu base, tu “expectativa mínima”. Sabés que sin tele con DVD (no querés canales) no podés vivir. Sabés que la música tiene que estar, internet también. En esa época sabía que era una ducha, baño, tiempo después comprobaría que podía vivir aún con menos.
Y así fue que de mi inventario casi recién terminado me fui a convivir. Esa mudanza fue fácil, muy fácil en cuanto a dejar el lugar. Había que embalar TODO. Hacía un año que me había mudado, no había necesidad otra vez de la clasificación de productos, creía yo. Todo adentro. Llegamos… no entra todo, hay poco lugar, es decir, ahora el lugar se comparte… Tuve suerte, el lugar al que me mudé no tenía casi nada con lo cual conservé “mi casa”. Mi mesa, mis sillas verdes, mis cortinas a lunares, mi conejo del cual sale algodón de la colita –mejor dicho, el algodón es su colita- mis frascos, mi vajilla, mi heladera. Me fui con todo ahí, por suerte mi conviviente aceptó feliz toda mi familia. Esa familia que es casi toda hoy la que siempre quiero que esté conmigo. En esta mudanza se sumaron amigos, porque ahora éramos dos. Ahora la mudanza era de a dos. Un juego de sillones de algarrobo hermosísimo -feliz de recibirlos como parte de mi patrimonio. Luego también llegó un placar, un lavarropas (primera adquisición en sociedad). Y así conformamos una casa feliz, con trofeos negociados, tratando de esconderlos cada día; con canchas de básquet colgadas de la pared, con mates de adorno. Tratando de que la casa no pierda el estilo, tratando de que mi casa siempre parezca mi casa.

Después de esa nos toco mudarnos a la casa quinta de mis padres que con un amor desmedido nos ofrecieron y nosotros sin dudas agradecimos y recibimos. Primer mudanza rara y el lugar donde viviríamos era raro. Todas las mudanzas a lugares que no son propios tienen esa tristeza, o no sé cómo llamarle inicial y permanente de que “no es tu casa”. Pero ¿qué es tu casa? ¿Por qué no es tu casa? ¿Qué te impide que el lugar no sea tuyo? Bueno, por suerte uno aprende con el tiempo a hacerse de todos los lugares su casa sin “intervenirlos” (que top que estuve, aunque ahora “intervenir” significa eso, compartir el lugar sin modificarlo). Hay dos cosas claves que te jode hacer como pintar, agujerear. Pero el agujero se tapa, lo tapan (lo comprobé en la primera mudanza) y la pintura, de todas maneras tenés que volver a pintar antes de dejarlo. El que no sea tu casa es perjudicial en cuanto a que no podemos ver las cosas como definitivas y creo que eso es lo que más nos molesta. Pero si lo vemos como algo positivo, como la capacidad de adaptarnos, la capacidad de mutar, de convivir, de hacerse de lo poquito que a uno lo hace sentir en su casa es una experiencia genial. De tanto mudarme aprendí a despojarme de muchas cosas, a no depender de tantas cosas materiales para mi felicidad. Es como que comenzás a revalorar lo simple, lo sencillo, la realidad de convivir con lo necesario.

Acá, convivíamos con muebles que ya existían, con una casa habitada. Las intervenciones tenían que ser cuidadosas y en algunos casos convivir con lo más feo. Pero el lugar era hermoso y no tardamos, sólo con dos cortinas a lunares, el horóscopo chino colgado de la cortina y la máquina de coser nueva antigua en comenzar a sentirnos en casa.
Creo que la más difícil y en la que no logré sentirme en casa fue (y preparate porque me caigo redonda cuando lo escribo) cuando tuve que ir a vivir a 36, a mi casa de origen. Una casa enorme, con muebles tan lejos de mi elección, con disposiciones incómodas para mi gusto. Con una dificultad para ver las cosas en un ambiente o armonía. Mucha distancia entre todo. Una cosa buena de las mudanzas: que te vas armando tu casa ideal gracias a todas las casas previas en las que viviste: ya viviste en una con dos plantas, mmm, no te copa mucho, pero la pieza arriba con la vista… puede ser. Viviste en una casa con la cocina llena de estantes, es hermoso pero súper sucio. Tuviste bañadera súper grande, cadena de todo tipo. Tele en la pieza, tele en el comedor. Ventanas grandes, chicas, pequeñas. Y eso ayuda y mucho.
De 36, gracias a dios a los tres meses volvimos a la casa quinta. Volvimos a ese lugarcito que tenía mi frasco. Estuve tres meses sin nada que sea de mi casa. Ni mis frascos, ni mis cortinas, ni mi escritorio con mi amplificador enchufado…nada. Creo que me salvó que en 36 estaba la máquina de coser de mi abuela. Eso me hizo sentir en casa. Y la usé, mucho. Eso sí, tuvimos aire acondicionado en la pieza, plasma con el cable ese que te grabás las novelas… ¡Impagable! Me miré toda la tele que sabía luego no iba a poder mirar. Me miré todos los documentales de NATGEO en HD habidos y por haber. Obviamente, como siempre, me divertí. Tiré muchísimas cosas viviendo en casa de mis padres. Muchísimas. Esas que habían quedado de la primera vez que me había ido. Creo que más que tirar uno guarda en su memoria y entiende que eso que palpa con las manos no es más que una representación física de todo lo que pasa por dentro.

Casa quinta again, ya con más ansias de tener la casa propia. Ya  sabiendo que era el último año. Pero aun no sabíamos bien de qué. Ojo que las mudancitas por tres meses fueron estresantes igual. Llevamos sólo lo de todos los días, la ropa, toda la ropa. El cansancio de mudarse se iba a acumulando.
En la casa quinta nuevamente, ordenando de nuevo se fueron más cosas. Muchas más. Una cosa de cada cosa. Nada de dos destapadores, nada de dos abrelatas. Nada de dos de nada. ¿Para qué? Esa costumbre que tenemos de derrochar. De tener platos para todos los días, platos para cuando viene gente, platos para cuando… ¡nada de esperar! Que todos los días la mesa se vea hermosa, que todos los días mi casa esté linda y yo use todo lo que me da placer. Nada de dejar los perfumes caros para las fiestas. ¿Cada cuanto tenés una fiesta? ¡Dejá de hinchar! Nada de más, todo ahora y para usar. Algunos adornos o “cirujeadas” tenían que esperar… no podés poner todo en una casa que no es tuya y que encima prontito te vas.

De ahí vino esta última y quién te dice que viene siendo la más fácil pero más difícil a la vez. Es la mudanza que más hice en cuotas. Porque la variedad de lugares que fui considerando mi hogar hicieron que todo se complique un poco, o lleve más tiempo. Llegamos al mangrullo, creo que no tardé más de 10 minutos en colgar unos banderines, una repisita y poner todos mis frascos de especias ahí. También puse mi cosito para el baño, eso que se pone para el jabón, algodón, chucherías. En la parte de arriba puse mis totoras, un mantel a cuadros y fui sintiéndome en mi casa. La carpa lamentablemente no tiene nada que decorar. Traje dos cajoneras y fui poniendo la ropa ordenada. Pude tener la ropa mínima que me gusta tener y eso fue bueno. Pero mudamos poco y nada.
De acá, de 45 días en carpa volví a la plata y traje el primer viaje-mudanza. Ahí vinieron los platos, vasos, ollas, y los ¡frascos! Me faltaban mis frascos. Lo primero que compré para mi convivir. Lo primero que sabía que quería que fuera parte de mi vida todos los días. Y qué feliz me hace que estén siempre ahí. También tengo la bandeja como tejida color roja que me regaló mi hermano y cuñada cuando me fui a vivir sola. La amo. Me hace la cocina. Pero todo eso fue al departamento de Mar del Plata. Porque acá in the Calet, no había donde ponerlo. También, obviamente vino un poquito más de ropa, la impresora. Algunos libros más. El velador, la licuadora y la batidora. El departamento. Semanas después nos enteramos que podíamos venir  a vivir acá. Esta casa por suerte estaba amoblada pero no mucho. Entonces se puede combinar. Y lo que tiene la hace rustica, y eso me cae bien. Pero hubo que mudarse otra vez, de Mar del Plata acá. Más ropa que va y viene. Más cosas que vuelven a envolverse. ¿Querés que te cuente de las lanas y las totoras? Odio profundamente tener mi stock de tejido dividido. No me gusta, quiero que todo esté conmigo. Todos los colores, todos los tamaños de agujas, todo. Cuando uno crea no sabe por dónde le va a venir la inspiración. Uno no sabe si va a querer el rojo, el verde, el fucsia. Entonces traslado todo a donde voy. Al mangrullo, cuando estuve en carpa, me traje el 70 porciento de mis cosas. Dior me castigó, mis suegros dejaron el tanque de agua abierto y se me mojaron todas. Je. ¡Divino! Toooodas las totoras esparcidas por el parque secándose…

Todavía hay cosas en Mar del Plata, en la casa quinta, en 36… Cada viaje a la plata es un auto lleno de cosas. El segundo fue ropa, más totoras. Auto lleno con cosas que yo había llevado para vender. En este tercero nos trajimos la tele con el DVD. Golazo de media cancha. Me traje las pelis milenarias, que como después tuve tele nunca más les di bola. Cuando yo me fui a vivir sola no tenía tele, entonces me grabé miles de pelis y recitales, porque yo quiero que la gente venga a casa a comer y vea recitales, siempre soñé con eso. Tengo series grabadas que ya vi pero que volvería a ver. Cds que escuchaba en esa época que tampoco tenía equipo de música, entonces el DVD con la tele eran mi reproductor de música. Hoy me encuentro en una situación muy parecida a esa y escuchar la música que escuchaba en esa época me hizo recapitular cómo esta vez se siente tan parecido a esa donde yo por primera vez me sentí en mi hogar.
Esta tampoco es mi casa definitiva, pero creo que la próxima ya sí lo será. Ahora la cercanía es enorme. Es disfrutar de mi casa en el lugar en el que siempre soñé tenerla. Entonces parece mentira que el frasco, ese que fue comprado para “mi casa”, esta que está a dos cuadras, haya llegado a la caleta. Y no quiero un frasco nuevo, no me regalen un frasco, este me encanta. Agradezco haberme mudado tanto porque entendí cómo nos convencen de comprar, cambiar renovar. No. Hay cosas que no necesitan ser renovadas, sólo hay que tener lo que nos hace bien, ese detalle que hace de las paredes nuestro hogar, de nuestra pieza el lugar donde dormimos. De nuestro comedor el lugar que nos hospeda todos los días. La casa es eso que uno lleva de acá para allá, eso que uno pone en aquel o tal lugar para sentirse en un mundo donde “huele a uno”.

Creo que esas cosas pueden ser pocas, ser significativas y llenarnos de “hogar”. Al traer la tele y el DVD me volví a encontrar con ellos y con ellos toda la música que había quedado sin escuchar. Toda la música que por culpa un poco de la tecnología perdí. Como siempre nos achanchamos en lo cómodo y ya no ponemos un CD. Escuchamos la música de la compu y ya. Encima cambiás de compu, esa que tenía millones de discos y cuando te comprás una más chica y no tenés cómo pasarla… te va quedando. Y seguís escuchando música pero los clásicos a veces quedan.  O esas bandas que escuchaste fervientemente por un tiempo y como no las tenés a mano a veces dejás de escucharlas. Volver a escuchar todos esos discos me hizo volver a ese momento donde emprendía la emancipación, la elección. Donde empecé a elegir cómo dónde y cuándo quería vivir. Me hizo acordar a cómo lo que salió de allá, llegó acá. Y acá estamos. No es la última, aún no, pero ya por lo menos tengo mi casa, bien conformadita, no me falta nada, sólo las paredes, dónde poner las cosas porque lo que es mi casa ha ido viajando conmigo de hogar en hogar y espera con ansias anclar en el propio y tener un poco de descanso. 

jueves, 18 de abril de 2013

Mientras tanto...


Mientras las lentejas están en el fuego con su guiso correspondiente cocinándose a un fuego lento y tranquilo. Mientras hiervo las berenjenas para el futuro escabeche que haré. Mientras tengo las peras bañadas en azúcar para la segunda edición de mermelada de pera. Mientras pongo las piñas en la salamandra y prendo el fuego. Mientras hago un licuado de pomelo exprimido con agua. Mientras la música no deja de acompañarme un solo segundo, a un volumen alto, a ese volumen que casi te obliga a irte con ella a ese mundo donde sólo la música te puede llevar. Mientras mi amado compañero corta la leña afuera cual leñador y luego se ensimisma en alguna tarea de su interés de la misma manera que yo con mi mundo es que entiendo cuánto había esperado este momento.

Uno a veces pasa mucho tiempo de su vida esperando un momento y cuando llega rápidamente quiere otro momento de la vida y entonces no disfruta, no saborea ese que tanto anheló, ese que tanto deseó y ese momento que estaba seguro iba a llegar. El ser humano tiende a tener esa necesidad de anhelar siempre lo que no tiene, lo que le falta, esa costumbre de ver siempre el lado oscuro de las cosas, “the dark side of the moon”.

Creo que tanto deseé este momento y tanto temí que eso me suceda que traté de comprender por qué nos sucedía eso antes de venirme, porque le tenía mucho miedo a querer más. Al después, al ¿y ahora qué? A veces pienso que aún no tengo mi casa porque en ese punto algo enorme y genial se termina. Pero por otro lado, siento que estuve años de mi vida luchando contra ver la vida de esa manera, luchando contra el concepto de querer siempre más, contra la idea de no disfrutar.

El esfuerzo que hacemos es enorme, las cosas que hacemos para llegar a alcanzar nuestros placeres más deseados a veces nos cuestan enfermedades, bajones, enojos, peleas. Y, ¿vale la pena que luego de todo eso no podamos mirar hacia atrás y descansar del camino? A veces corren las voces de la necesidad, la preocupación, la urgencia. A veces los fantasmas de lo que falta borronean el hermoso paisaje.

Tomar mate en el medio de un bosque luego de seis horas de trabajo seguras por un tiempo importante coronó el cuadro. Entender muchas cosas hace que aún más haya valido tanto la pena todo. Pensar y repasar cada instante, cada decisión tomada, confesarse que algunas cosas hubiera hecho diferente, otras no las cambiaría por nada del mundo da paz, equilibrio y armonía; estar todo el tiempo en diálogo con uno, con los deseos más íntimos y profundos de cada uno.

Mientras me siento a escribir con mi trago en la mano y la música sigue llevándome a la reflexión y al desahogo entiendo que hay mil vidas por vivir. Que hay miles de mundos que uno no conoce, o que se va a perder y eso me alucina. Para las personas que la intriga no es parte de su ADN, para aquellos que no tienen la vara de la curiosidad muy alta esto no es un problema, pero para los que queremos saber de todo, puede ser un problema. Entiendo que encuentro en la vivencia, en la experiencia, en el cambio una fascinación que no creí que sería tal.

Descubro un mundo que sabía me iba a entusiasmar y enamorar (porque si no, no me habría aventurado a él) y pienso cuántos “mundos” no conozco y cuántos más conoceré. Había reglas, costumbres, formalidades que nunca había imaginado y, por ende, que me sorprendieron y dieron vértigo al viaje: se dice la oración a la bandera cuando se sale del colegio. No me la sé, me sale el padre nuestro. Se designan profesores para los actos escolares, me tocan como tres y en uno tengo que hacer las “glosas”. No sé qué son, pero no suenan bien. Trabajar la tierra es una de las cosas más fascinantes que hay: de una semillita ínfima sale algo tan grande como un repollo. De tu tierra, con tus manos, con tu riego. Más sano, imposible. Los alumnos aún se paran para recibirte en el aula (no en todos lados), el sistema educativo me desespera y se roba horas de mis pensamientos.

Mientras planifico descubro que el sistema educativo no sólo se roba horas, sino que se roba energía, pasión, se la lleva. Me doy cuenta que elegí bien. Que elegí muy bien. Y eso merece un brindis. No me quiero desalentar porque vine a cambiar el mundo, al menos desde mi mundo. No quiero creer que tengo que conformarme y aceptar las cosas que no me gustan. Por eso estoy acá.

Mientras escribo me doy cuenta que ya ni sé que puse al principio porque de tantas cosas que tengo en la cabeza no puedo poner en claro una. Tengo en claro que si tuviera que definir qué es la vida, creo que podría ser algo como “el conjunto de experiencias que uno atraviesa a través de lo que dura la vida biológica”. Vida hay una sola (o no) pero dentro de esta se pueden vivir muchas, se pueden experimentar varias, y creo que vivenciar y no imaginar es lo que yo necesito para vivir. No aguanto los “what if…” Pero a la vez sé, que no tengo que querer siempre más porque entonces no podría disfrutar de todo esto. 

Entonces, por el momento, entenderé que aquí quise llegar, que ahora estoy en este lugar y que hago de él mi momento en el mundo… entonces recuerdo que tengo las lentejas en el fuego y que debo ir a comer.

jueves, 11 de abril de 2013

El riesgo de naturalizar la lucha por la utopía.


Aún no consigo depositar en palabras el nudo que hace días tengo en mi garganta. Escribo y borro. No me siento con derecho a escribir. No me salen claras las ideas. Calculo que la mezcla de sensaciones se apodera de mí y no me deja entender del todo lo que sucede y lo que me sucede. Todos los factores que atraviesan al sistema parecen presentarse ante mí y unirse en una sinergia clarísima. Pero a la vez pienso si no me genero la propia lógica para apaciguar mis dudas y mis acumulados "por qués." Que el mundo se haya convertido en un monstruo tan voraz, tan insensible, me horroriza. Que no eduquemos para la libertad me preocupa. Que no nos importe nada si no nos afecta directamente me aterra. Cuán presos hemos sido algunos del egoísmo desmedido. Sólo por no saber lo placentero que es ver cómo alguien progresa y se auto-supera y recupera la confianza en sí mismo cuando uno con una sonrisa dedicada le explica y ayuda con las herramientas que el otro necesita. La zona de comodidad nos consume. Miles de razonamientos contradictorios me persiguen, ganas de gritar al mundo que se puede vivir de otra manera me atormentan. Me siento nada. Una pulga gritando en un mundo de gigantes sordos. Mi visión es romántica, como dice una  amiga. Es idealista, como diría mi padre. Qué impotencia, qué tristeza y qué desilusión. Pero no puedo escribir. Quiero pensar cómo hacer. ¿Alcanzaría con sentir que me salvo yo sola? ¿Acaso no es infinitamente pedante creer eso? Intento buscar algún texto que me represente y me doy cuenta que hace días que Freire ronda en mi cabeza. Una y otra vez. Y me doy cuenta que las señales están, que la vida nos muestra cosas y caminos. Que no en vano hice el profesorado a los 27 en la Facultad de Humanidades y me tocó quien me tocó de profesor en la materia Fundamentos de la Educación. No en vano. Pedagogía del Oprimido, en carne propia te estamos viviendo minuto a minuto, día a día. Nos lo explican, nos lo escriben y aún podemos ser tan ciegos que no lo vemos. 

Este es un texto escrito para un trabajo de la materia antes nombrada en la facultad. El título de este "post" fue lo que me hizo creer que esto podía representar de la manera más breve la realidad que hoy nos toca. 

Conseguir la igualdad pareciera ser el fin en toda cuestión social  educativa. El riesgo es creer que si la alcanzamos nos quedaríamos en la nada y qué habría después de eso. Para conseguir un cambio educativo contundente es necesario el apoyo de políticas sociales y de la comunidad. Que entiendan que poner un parche en un pantalón roto no quita que este siga siendo viejo y corra el riesgo de romperse en cualquier momento. Las políticas sociales del país están colapsadas y han mostrado ser ineficientes: nada contribuye a mejorar la inseguridad; nada contribuye a mejorar el hambre y la pobreza y, por ende, nada contribuye a mejorar la educación. Considero imposible ver al sistema educativo aislado de todo esto y por lo tanto cualquier esfuerzo independiente por conseguir la igualdad social y generar realmente igualdad de oportunidades sería inútil. La escuela necesita ser entendida por toda la sociedad como una salida al futuro. Es pieza fundamental del cambio que aquellos que no sufren estos dolores (el de la pobreza y el hambre y la discriminación) también entiendan la realidad en la que viven y sepan lo que significa que una gran parte de la población no tenga acceso a la educación.



lunes, 18 de marzo de 2013

¡Brindemos por el Cuerpo!


Todas las partes del cuerpo se te relajan al punto del dolor. Es esa sensación de que un peso enorme te cae sobre los hombros, de  que  se te hacen pesados los párpados. Tu estómago no sabe muy bien por qué es que siente dolores: si es por la emoción, la ansiedad que pasó, la angustia que te atravesó, la alegría que te sorprendió.

Manejo por la ruta y se me llenan los ojos de lágrimas, se me va la vista hacia el campo, hacia el sol que calienta el auto, que me abraza y me hace sentir un “¿Ves? Todo siempre puede estar bien”. Tengo ganas de llamar a la radio para brindar con los chicos de Basta de todo porque es viernes y ellos brindan los viernes y te regalan vinos. No quiero los vinos, quiero festejar. Sonrío mucho porque me hacen reír y porque todo me sigue causando sonrisas. No los llamo porque estoy en la ruta y no sé el teléfono. Quiero llamar a todo el mundo para contarles de dónde vengo y a dónde voy.

El cuello se me parte y hago girar mis hombros hacia atrás para ver si puedo relajarme un poco. Pero es imposible. Hasta ayer ellos eran los anfitriones de mis tensiones, de todo el peso de la incertidumbre. Hasta ayer. Eran dos habitaciones presidenciales donde se hospedaban con todos los lujos los nervios también. Nervios de lo nuevo, de lo desconocido. En un rincón en una habitación de mi cuello un poco más barata y chiquita está la adrenalina. Esa que me alquiló toda la temporada, esa que por suerte no se va. La adrenalina esta hospedada justo en el punto que une la columna con la cabeza, está ahí. Es como si su cama estuviera justo sobre el botón que la presiona y la activa (menos mal). Por suerte hay inquilinos nuevos: la emoción. Esa irrefrenable, esa que te hace querer gritar todo el tiempo y tomarte un fernet aunque sean las tres de la tarde. Esa emoción energética que hace que todo te importe muy poco. No importa el dolor, no importa la contractura, la descompostura. El cuerpo habla y evidentemente tenía mucho para decir.
Espero que se me pase, pero también sé que va a durar porque me voy a La Plata a seguir festejando. Ya me voy con ganas de llegar y ver a todos juntos. De abrazarlos. Porque si no supiera que viene eso no dolería, no me encontraría apretando los dientes u olvidándome de que las piernas piden estirarse. Y sabés que falta rato para la cama, pero ¡qué más da! Lo que importa es la felicidad, que la vida es una sola y que qué lindo todo.
Pasan los días y aún duele. ¿Quién dijo que la ansiedad no duele? ¿Quién dijo que la emoción no contractura?  ¿Que las ganas locas no descomponen?

El cuerpo siempre nos acompaña y a veces lo olvidamos tanto que nos pasa factura. Lo olvidamos en las malas, pero también en las buenas. Pero el cuerpo también es copado y sabe que se la tiene que bancar un ratito más; que tiene que dejar que tomemos un poco de más; que le metamos un La Caleta- La Plata/ La Plata- La caleta en 48 horas. Que tiene que bancarse raid de amigos. El cuerpo sabe que tiene que bancarse ver cómo crece la gente, que tiene que ver esas vidas que van creciendo y la emoción que te hace estirar las cervicales hasta el cielo que eso produce. El cuerpo es bueno y te acompaña y te lleva y te cuenta que los dolores se tienen en todos los estados y que a veces los dolores hablan, piden descanso pero te hacen saber que lo conseguiste y que ahora lo podés disfrutar y descansar.
El cuerpo es sabio también y nunca sabremos eso de qué va primero si la mente o el cuerpo. Para mí van tan juntos como el cielo y la tierra al fondo del paisaje.

Ahora tengo frío también y mis manos están congeladas pero dejarlas fluir por el teclado es inevitable. Mi cuello también me está pidiendo a gritos que me vaya a recostar de una vez y yo con la mente le digo que escribir es ahora, que ahora es cuando llegó el momento de disfrutar. Que cada paso va guiado por los deseos y la elección. Le digo que la felicidad del resto vale la pena tanto como la propia, que por eso se tendrá que acostumbrar a viajar tantas veces como sea necesario. Y por último, y antes de hacerle caso, le recuerdo a mi cansado cuerpo que no se preocupe, que esto nunca puede ser malo. 

Why?*


                Such a simple question and yet sometimes it is so difficult to answer. I think that humans, as rational beings, are cursed by that tiny little word: why. Ha! That is what I ask myself, why!?  Hundreds of times we face situations in which we desperately need a reason, an explanation, a word that calms our whole being because it is as if we don’t know why certain things happen in this world, we are going to become crazy. However, the ugly truth is that not every question has an answer, or, in other cases, the answer doesn’t fit our logical mind.
                I think I have spent my whole life asking myself and all the forces in the world why. I couldn’t understand why my parents argued every single day and (they) still lived together. I couldn’t understand why my grandpa had to leave when I was so young. Why on earth my brothers had the possibility of playing with him and I didn’t? Why did my favourite dog leave one day without saying goodbye? And why didn’t Santa received my letters? I would always ask for a little house to live with my dog on my house garden, but it never came. I still wonder why. At that time the answers my parents gave me seemed to calm my need of explanations. “Your grandfather had to go because he was too old and maybe he won’t come back.” “The house you are asking for is too big for Santa to bring it on his bag; where would he put all the other presents if he brought yours?” When our abstract thinking is not developed simple explanations seem work perfectly well.
                As adults things are not as simple as that. We don’t let a boyfriend break up with us just because “I don’t feel the same any more”. We dig deeper in the matter we need more, and sometimes we dig so deep that we get answers that are not true. And we keep on asking: “I need to understand why! Are you seeing someone? Did I disappoint you? Did I do something wrong.” And most surely the answer is “no”. But we’ll keep on asking until we get what we want, or, I should say, until we get what goes with the conceptual map we have in our mind. And there comes the lie that is better than not knowing why: “Yes, I’m seeing someone else.” And there you’ve got the question and the answer. So, could it be that those “unanswerable whys” are the ones that have to do with emotions and feelings? That that famous paradox between heart and mind actually exists and will never be solved? I cannot help but wonder what lies behind that need, that urge of knowing why.
                Sometimes we get the answer and it is as if a medicine has been given to us. We relax, we understand better and we continue living without racking our brains to get the answer. I it were maths it would be much simpler! Someone would give us the answer and the problem would be instantly solved, but with these whys it doesn’t generally work. Understand. That is a word closely connected with why. Why? I don’t know!

             *(Written May, 5th 2012 for English Language IV)  

               

viernes, 8 de marzo de 2013

Mujer, mujer, mujer...



"It is terrible to destroy a person's picture of himself/herself in the interests of truth or some other abstraction."

Doris Lessing 

De chiquita siempre odié ser mujer. Tengo ese recuerdo clarísimo grabado en mi memoria, tengo la imagen de reclamarle a mi mamá “¡¿Por qué no me hiciste varón?!” En ese momento lo que me hacía tener esas sensaciones y pensamientos era quizá que tenía dos hermanos varones y yo estaba un poco sola y quería ser parte de ese mundo que tenían ellos dos. Yo quería hacer pis parada como ellos, y por ende pasé un tiempo largo tratando de diseñar la postura que me permitiera eso. Yo quería ser como ellos porque ellos eran más sencillos, más fuertes. No sé hoy por hoy qué era exactamente lo que en la niñez me hacía querer ser varón. Mirándolo a la distancia, no sé si quería ser varón; yo quería ser igual.

En la adolescencia los recuerdos son mucho más claros y les puedo encontrar más explicaciones. La adolescencia de los trece, doce y bastante tiempo más me generaba un deseo incontrolable de haber nacido hombre. La bronca, la impotencia de mi condición me hacían cuestionarme por qué a mí me pasaban cosas por el cuerpo y la vida con una marca tan grande, con una densidad que me colmaba todas las emociones y ellos, ellos no parecían vivir (que para ese momento para mí era “sufrir”) lo mismo que yo. Desde ese momento ya era reflexiva, de chiquita no más y me preguntaba todo con respecto a nuestras diferencias, desde las cosas más superficiales y triviales que se encuentran en cualquier chiste machista hasta otras que tenían que ver con permisos, derechos, actos permitidos por mi condición femenina.

Mi noviazgo en la adolescencia me hizo ver más diferencias. No podía entender por qué me tenía que depilar, pasar por un momento desagradable como poner una cera caliente sobre muchas partes de mi cuerpo y tirar ferozmente para que todos mis pelos se vayan. Era un momento que yo podía entender culturalmente por estética y que aún hoy no puedo resignar, en esa cosa tan tonta me ganó la cultura, no puedo vivir con pelos y no me gusta verlos en otras mujeres. Pero cómo deseaba en esos momentos echarle un tarro de cera a mi novio y hermanos juntos y tirar de sus hermosos vellos enrulados para que por un momento se dieran cuenta de lo que habían logrado con nosotras, que hagamos eso todos los meses por ellos. (porque, ¡vamos! algunos lugares si no es por una razón muy particular podrían haber quedado en la cultura como intocables).

Las mujeres también sufren, creo yo, mucho más que los hombres estar “en forma”. Creo que siempre existió eso de que la mujer debe cumplir un rol estético mucho más estricto que el hombre. El hombre puede dejarse estar, tener uno quilos de más que pasará desapercibido en una playa cualquiera, la mujer no. Por suerte, creo que esto ha cambiado un poco pero no tanto. No me explico muy bien de dónde puede venir esta idea. Pero si revisamos un poco en la historia, siempre las mujeres aparecen más embellecidas que los hombres (desde un punto d vista estético externo) y más bellas en su cuerpo. Tanto en las culturas occidentales de la vieja Europa como en las tribus indígenas de las Américas. Pero también es cierto que los hombres también tenían cierta belleza que portar: los europeos con sus trajes magnánimos y los hombres de las tribus no perdían oportunidad para ponerse aros por donde más les gustara, armarse unas cosas hermosas para poner sobre su cabeza o collares que le colgaran de su cuello. Pero siempre eran diferentes a los de las mujeres, y siempre la historia y el problema ronda sobre lo mismo: la diferencia.

Habían otras cosas que me daban bronca, la primera más “política” y de “militancia” que me tocó fue cuando quise ir a bailar por primera vez. Creo que tenía doce o trece años. Algunas amigas mías ya iban a bailar, las dejaban, pero a mí no. Y mi lucha era constante y no bajaba los brazos y uno de mis argumentos más fuertes para convencer a mis padres era que ¡mi hermano mayor había ido a bailar por primera vez a esa misma edad que yo estaba pidiendo que se me dejara! Y ahí venía la respuesta que, sin querer (queriendo) daban mis padres: “pero él es hombre”... Nunca lo entendí, ni lo voy a entender. Debe ser por eso que lloraba incansablemente, sin cesar, porque no entendía qué tenía de distinto si éramos dos personas idénticas. Pero él es  hombre resonaba en mi cabecita… ¡y qué carajo tiene que ver! pensaba yo. Hoy sé que mis viejos no eran machistas ni nada por el estilo, todo lo contrario, mi madre creo que es la razón más clara por la que lucho por la igualdad entre el hombre y la mujer en mi cotidianidad, porque mi madre no es ni fue lo que a mí se me pedía que fuera, y de ahí también tanta rebeldía, ¿no?

Me crié con la imagen de mi madre que trabajaba todo el día. Que siempre hizo lo que quiso, que nunca dejó que nada le impidiera hacer lo que ella quería en cuanto de limitar sus caprichos y deseos se hablara. Por eso trabajó y trabaja tanto. Una mina que tuvo tres hijos pero nunca dejó de ser persona, que nunca dejó que ese rol la consumiera. Tampoco dejó que consumiera su esencia el rol de esposa. Ella heredó del machismo la parte más superficial, esa que me torturaba en la adolescencia y cómo va cerrando todo,¿ no? Ella siempre me decía “que tu novio nunca te vea con ruleros, que siempre hay que estar linda, que siempre hay que ser una lady” pero una lady que hace valer sus derechos; una lady que si tiene que arremeter arremete y que sobre todas las cosas nunca se iba a dejar someter por un hombre. Que no es lo mismo a estar perdidamente enamorada de él. Una mujer que tiene mucho de mujer, tiene mucho de amar incansablemente y con esa pasión de antaño, de novela del 1800, que por sus hombres dejan todo: pero todo el corazón, no la vida, que es muy diferente.

La imagen de mi abuela tiene características muy parecidas: nunca se calló la boca. Sí, vivió la vida de la mujer tana que acompaña a su marido en las vueltas de la vida, que se embaraza y cuida los niños porque no hay mucha plata, pero siempre se hizo escuchar y se las arregló para que muchas de las cosas que sucedían en su vida y su hogar fueran a su manera. Y por suerte fue mi abuela. Ella también tuvo mucho que ver con cómo yo vería la vida después. Ella mimaba al hombre que amó como pocas: todos los días de su vida le dedicaba una parte de su tiempo a él con el amor de quien sabe que está haciendo las cosas porque quiere y no porque debe. Pero cuando se trataba de decidir dónde vivir, qué hacer, en qué gastar, ella también hacía lo que quería opinaba y no paraba hasta conseguir su cometido.

Estas dos mujeres son la más clara descripción de mi presente, de la mujer como ser, como encanto de la naturaleza ella toda. De la mujer con su cuerpo, sus curvas, sus cabellos largos o cortos, sus manos, sus miradas, sus hormonas que hacen de la mujer un ser extraño y fuera de este mundo racional; la hace un ser genial digno de admiración por tener ese mundito que le habita dentro de su cuerpo y que hace que sea tan especial. No la mujer como género, como esa separación de lo que es el hombre. Esa separación existe pero no debería existir. No la mujer que tiene que hacer ciertas cosas porque se supone que debe por alguna razón divina o extraña de este planeta. No la mujer que obra y decide en pos de lo que parece que debería ser. No la mujer que no cuenta una parte de su historia porque puede “asustar” al hombre. 

No quiero comprar el regalo de toda una familia política porque nací mujer. No quiero tener que pasarme la tarde entera del mes de diciembre con 45 grados de calor cocinando para las fiestas SOLA porque soy mujer. No quiero tener que lavar los platos, la ropa, planchar, limpiar, dormir a los nenes, pensar en la comida y millones de otras cosas más sólo porque soy "mujer." Eso no define a una mujer, eso no hace a una persona mujer, eso no tiene nada que ver con ser mujer. 

La lucha es mucha y en ella mientras tanto caen muchos soldados. Los hombres tampoco quieren o lo hacen intencionalmente pero nos obligan a veces. Sin darse cuenta atentan contra lo natural reaccionando de una manera muy extraña cuando sus mujeres no obran como “deberían” obrar las “mujeres”. Y entonces el miedo lo paraliza todo. El mero vestigio de sentir que entonces es verdad, que quizás una tenga que ser “mujer” en el otro sentido, en el más tonto de todos, es posible. Que si queremos “encajar” entonces debemos comportarnos como una “mujer”. Y ¿cómo hacer para no caer en la tentación, en el miedo, en la frustración? ¿Cómo hacer para no sentirnos derrotadas en el camino, cansadas de explicar que somos iguales, que no me importa lo que pienses de mí, que no me importa si querés creer que porque hago un montón de cosas que las “mujeres” no hacen no soy una “mala” mujer. No debería importarnos. Ni a nosotras ni a ellos. Deberíamos disfrutar de las diferencias que nos tocaron naturalmente de esas que se nos ofreció en un principio y tanta felicidad nos dan.

Ahora ya no odio ser mujer. Creo que nací en este cuerpo para luchar siempre por ser igual (en este oportunidad nos toca hablar de la mujer). Eso es algo que a uno siempre lo mantiene despierto y atento. Porque creo que alguna vez todas debemos haber querido ser o intentado ser, o fuimos “esa mujer" que creó la cultura, esa que se construye con mandatos y no con deseos. Y todas las que alguna vez sentimos eso de “deber” sin saber por qué sentimos lo feo que es no ser libres. Libres de poder decir lo que queremos, de poder hacer lo que queremos, de poder trabajar de lo que queremos, de poder expresarnos como queremos.

La fuerza de atracción me llevó a estar rodeada de esas mujeres también: mis amigas, mis compañeras de trabajo, mis compañeras de la facultad, las mujeres de mi familia, las autoras con las que me crucé, son todas mujeres hermosas que han sabido atravesar con mucha cintura el karma de la “mujer construida” y por eso las admiro y las elijo como mis compañeras de ruta. Las mujeres que lo intentan, que perciben esa construcción y saben que no quieren vivir de esa manera. A ellas también les debo mi mujer porque es a través de tantas charlas y tantas compañías que una se da cuenta de lo lindo que es ser mujer y lo que vale la pena luchar por ser iguales. Esas charlas lo valen todo. También creo que los hombres que nos acompañan (por suerte) han ayudado a construir otra mujer abriendo su mente ellos a entender este mundo de otra manera, a darse cuenta que ellos también han sido presos de una figura de “hombre construido” que no tienen por qué creer real ni hacer cumplir.

Gracias a aquellas mujeres que empezaron a darse cuenta y lucharon para que hoy seamos muchas más las que podamos disfrutar de ser mujer.

jueves, 28 de febrero de 2013

Heaviness


" Heaviness may endure for a night, but joy cometh in the morning"
Psalm 30,v 5

¿Y cuándo es difícil? ¿Qué hacemos? Cuando pasan los días y los laburos no aparecen, la gente comienza la rutina y los viejitos van desapareciendo de la vista. Cuando la gente que antes pasaba con la tira de la malla triangulito asomando por sus cuellos y los hombres andaban con gorrito de piluso no están más. Cuando ya las mujeres pasan con tacos y un poco más arregladas y los hombres tienen pantalones largos, camisas y el pelo peinado y a veces hasta engominado. Y vos… vos seguís sin horarios, con la agenda 2013 vacía…
Es un trabajo difícil y de hormiga el de no desesperar, el de tener paciencia. Pero a veces puede ser un arma de doble filo. En él mientras tanto mirás los mails cada 20 minutos para ver si apareció algo. Chequeás las redes que buscan trabajo para ver si apareció algo nuevo que te puede interesar. Tejés, porque aunque no te haga sentir del todo bien, vos sabés que es un trabajo, pero es un trabajo que no sabés cuándo te va a dar dinero y, en estos momentos, lo que menos necesitas es sumar incertidumbres.
Y acá es cuando uno se pone a pensar en qué hace el que busca trabajo, o cómo se busca trabajo. Nunca antes me había tocado buscar trabajo, el primero que tuve cayó a mi vida de pura casualidad y fue el que sostuvo mi economía.  Ahora es diferente. En la era de la virtualidad te sentís un poco anticuado tirando currículums personalmente, pero lo haces de vez en cuando. Pero también sabes que en lo que tardas en ir de un lugar al otro, ya mandaste mail a 100 colegios. Buscás otras áreas que no te interesan tanto, pero que bueno, cuando hay hambre… y descubrís, mientras tanto, la hipocresía del “título habilitante”.
Me postulé a en varias empresas de traducción, me llaman de una. Me piden un software que no sé cómo usar. Hice un curso introductorio hace mil años pero no me acuerdo nada. Busco, bajo programas, pregunto a esas genias amigas que siempre están para ayudarme y me re ayudan. Y salgo adelante, mando la prueba hecha, feliz de que aprendí algo nuevo (porque eso tienen estas experiencias difíciles y duras, que se aprende bocha; mucho, muchísimo) Pero a veces tanto como se aprende, se sufre. Y hay que esperar… a ver si es un sí o un no…y volvemos a lo anterior, ¿y mientras tanto?
Mientras tanto el mundo sigue girando y no estás sola. Estas con otra persona que emprendió este mismo camino con vos pero que agarra atajos diferentes. Es como el sitio de internet ruta 40, no sé si lo usaron alguna vez. Es un sitio de internet donde vos ponés el lugar de origen y el destino y el sitio te ofrece llegar a ese destino por el camino más rápido pero con calles de tierra, en mal estado o ripio. Después está la opción del el camino óptimo: por ese por ahí tardas un poco más e incluso gastas más, pero no hay mucho obstáculo. Y el problema más grande es cuando te querés hacer un flor de viajecito pero tenés GNC. Entonces no tenés mucha chance… querés gastar poco, pero las opciones son limitadas. Esto es un poco así, cada uno elige caminos diferentes y para ponerse de acuerdo en cuál tomar juntos, podemos estar unos cuantos días.
Y haces las cuentas, y te olvidás de las libertades que querés tener. Y por momentos preferís el “austerismo” a depender. Y por otros pensás en que no tendrías que haberte venido así, pero por suerte al instante siguiente sabés que si no te venías así no te venías. Es como un salto, o la montaña rusa: cuando estás ahí pensás: “¿!Quién me manda a mí a subirme acá y estar cagada hasta las patas en este momento!? ¡¿Por qué no me lo habré ahorrado?!” Pero también sabés que si lo pensabas un poco más, no te subías más; quizá nunca más. Y cuando te querés dar cuenta estás dando vuelta por el aire, y la adrenalina te recorre todo el cuerpo, agradeces al universo haber tenido el coraje.
Y claro que siempre está la pregunta “¿Y si no sale nada?”… pero elegís que la vibra de esa negatividad, que ese golpe de realidad tan duro que puede llegar a venir te agarre desprevenido, como la ola cuando viene de atrás y no la viste; o como cuando estas confiado en que te fue bien en un final, súper seguro y ves el dos que confirma que tu percepción de la realidad estaba errada. Pero eso llega solo. No vale la pena masticarlo de antemano.
A las posibilidades negativas hay que saber darles su curso. Sacarlas del mapa así no se nos hacen parte de la rutina. Siempre va a estar todo bien, total cuando no lo esté, no lo va a estar. Claro que a veces no es tan fácil, claro que no. Claro que son horas de discusión, son llantos que no tienen mucha raíz (o en realidad tienen de sobra), son respiraciones y reafirmaciones de lo que uno quiere y lo que uno cree que puede, es en definitiva el motor de todas tus acciones: tus objetivos en la vida.
Porque un poco cuando se pone difícil creo que la clave está en volver a eso ¿no? El otro el día el negro me mostró un video de un entrenador que daba una charla y el tipo decía que estar dispuesto a hacer sacrificios por lo que uno quiere, por su sueño, es estar dispuesto a todo y a costa de todo. Y sí gente, tiene mucha razón. Si vos querés que tu vida sea de una manera y no estás dispuesto a sacrificar ciertas otras para llegar a ese sueño, nada será posible porque entonces es que no lo deseas tanto. Ojalá el loto me lo gane, ojalá. Pero mientras tanto descifro cuál es el sacrificio que tengo que hacer y dicho sea de paso, algunos ya los estoy haciendo.
Nada de esto impide, por suerte, seguir disfrutando de las pequeñas cosas que te dan felicidad. Esto te ayuda a ver y saber que esto es un sistema que nos lleva a sentirnos así. Que una vez que uno pueda sobrepasar los estadíos más duros de este mundito que nos elige el camino (por ejemplo tener una casa propia) podrá por fin disfrutar de la agenda vacía y saber que puede elegir el camino que más le guste porque tiene todas las herramientas para hacerlo.