viernes, 8 de marzo de 2013

Mujer, mujer, mujer...



"It is terrible to destroy a person's picture of himself/herself in the interests of truth or some other abstraction."

Doris Lessing 

De chiquita siempre odié ser mujer. Tengo ese recuerdo clarísimo grabado en mi memoria, tengo la imagen de reclamarle a mi mamá “¡¿Por qué no me hiciste varón?!” En ese momento lo que me hacía tener esas sensaciones y pensamientos era quizá que tenía dos hermanos varones y yo estaba un poco sola y quería ser parte de ese mundo que tenían ellos dos. Yo quería hacer pis parada como ellos, y por ende pasé un tiempo largo tratando de diseñar la postura que me permitiera eso. Yo quería ser como ellos porque ellos eran más sencillos, más fuertes. No sé hoy por hoy qué era exactamente lo que en la niñez me hacía querer ser varón. Mirándolo a la distancia, no sé si quería ser varón; yo quería ser igual.

En la adolescencia los recuerdos son mucho más claros y les puedo encontrar más explicaciones. La adolescencia de los trece, doce y bastante tiempo más me generaba un deseo incontrolable de haber nacido hombre. La bronca, la impotencia de mi condición me hacían cuestionarme por qué a mí me pasaban cosas por el cuerpo y la vida con una marca tan grande, con una densidad que me colmaba todas las emociones y ellos, ellos no parecían vivir (que para ese momento para mí era “sufrir”) lo mismo que yo. Desde ese momento ya era reflexiva, de chiquita no más y me preguntaba todo con respecto a nuestras diferencias, desde las cosas más superficiales y triviales que se encuentran en cualquier chiste machista hasta otras que tenían que ver con permisos, derechos, actos permitidos por mi condición femenina.

Mi noviazgo en la adolescencia me hizo ver más diferencias. No podía entender por qué me tenía que depilar, pasar por un momento desagradable como poner una cera caliente sobre muchas partes de mi cuerpo y tirar ferozmente para que todos mis pelos se vayan. Era un momento que yo podía entender culturalmente por estética y que aún hoy no puedo resignar, en esa cosa tan tonta me ganó la cultura, no puedo vivir con pelos y no me gusta verlos en otras mujeres. Pero cómo deseaba en esos momentos echarle un tarro de cera a mi novio y hermanos juntos y tirar de sus hermosos vellos enrulados para que por un momento se dieran cuenta de lo que habían logrado con nosotras, que hagamos eso todos los meses por ellos. (porque, ¡vamos! algunos lugares si no es por una razón muy particular podrían haber quedado en la cultura como intocables).

Las mujeres también sufren, creo yo, mucho más que los hombres estar “en forma”. Creo que siempre existió eso de que la mujer debe cumplir un rol estético mucho más estricto que el hombre. El hombre puede dejarse estar, tener uno quilos de más que pasará desapercibido en una playa cualquiera, la mujer no. Por suerte, creo que esto ha cambiado un poco pero no tanto. No me explico muy bien de dónde puede venir esta idea. Pero si revisamos un poco en la historia, siempre las mujeres aparecen más embellecidas que los hombres (desde un punto d vista estético externo) y más bellas en su cuerpo. Tanto en las culturas occidentales de la vieja Europa como en las tribus indígenas de las Américas. Pero también es cierto que los hombres también tenían cierta belleza que portar: los europeos con sus trajes magnánimos y los hombres de las tribus no perdían oportunidad para ponerse aros por donde más les gustara, armarse unas cosas hermosas para poner sobre su cabeza o collares que le colgaran de su cuello. Pero siempre eran diferentes a los de las mujeres, y siempre la historia y el problema ronda sobre lo mismo: la diferencia.

Habían otras cosas que me daban bronca, la primera más “política” y de “militancia” que me tocó fue cuando quise ir a bailar por primera vez. Creo que tenía doce o trece años. Algunas amigas mías ya iban a bailar, las dejaban, pero a mí no. Y mi lucha era constante y no bajaba los brazos y uno de mis argumentos más fuertes para convencer a mis padres era que ¡mi hermano mayor había ido a bailar por primera vez a esa misma edad que yo estaba pidiendo que se me dejara! Y ahí venía la respuesta que, sin querer (queriendo) daban mis padres: “pero él es hombre”... Nunca lo entendí, ni lo voy a entender. Debe ser por eso que lloraba incansablemente, sin cesar, porque no entendía qué tenía de distinto si éramos dos personas idénticas. Pero él es  hombre resonaba en mi cabecita… ¡y qué carajo tiene que ver! pensaba yo. Hoy sé que mis viejos no eran machistas ni nada por el estilo, todo lo contrario, mi madre creo que es la razón más clara por la que lucho por la igualdad entre el hombre y la mujer en mi cotidianidad, porque mi madre no es ni fue lo que a mí se me pedía que fuera, y de ahí también tanta rebeldía, ¿no?

Me crié con la imagen de mi madre que trabajaba todo el día. Que siempre hizo lo que quiso, que nunca dejó que nada le impidiera hacer lo que ella quería en cuanto de limitar sus caprichos y deseos se hablara. Por eso trabajó y trabaja tanto. Una mina que tuvo tres hijos pero nunca dejó de ser persona, que nunca dejó que ese rol la consumiera. Tampoco dejó que consumiera su esencia el rol de esposa. Ella heredó del machismo la parte más superficial, esa que me torturaba en la adolescencia y cómo va cerrando todo,¿ no? Ella siempre me decía “que tu novio nunca te vea con ruleros, que siempre hay que estar linda, que siempre hay que ser una lady” pero una lady que hace valer sus derechos; una lady que si tiene que arremeter arremete y que sobre todas las cosas nunca se iba a dejar someter por un hombre. Que no es lo mismo a estar perdidamente enamorada de él. Una mujer que tiene mucho de mujer, tiene mucho de amar incansablemente y con esa pasión de antaño, de novela del 1800, que por sus hombres dejan todo: pero todo el corazón, no la vida, que es muy diferente.

La imagen de mi abuela tiene características muy parecidas: nunca se calló la boca. Sí, vivió la vida de la mujer tana que acompaña a su marido en las vueltas de la vida, que se embaraza y cuida los niños porque no hay mucha plata, pero siempre se hizo escuchar y se las arregló para que muchas de las cosas que sucedían en su vida y su hogar fueran a su manera. Y por suerte fue mi abuela. Ella también tuvo mucho que ver con cómo yo vería la vida después. Ella mimaba al hombre que amó como pocas: todos los días de su vida le dedicaba una parte de su tiempo a él con el amor de quien sabe que está haciendo las cosas porque quiere y no porque debe. Pero cuando se trataba de decidir dónde vivir, qué hacer, en qué gastar, ella también hacía lo que quería opinaba y no paraba hasta conseguir su cometido.

Estas dos mujeres son la más clara descripción de mi presente, de la mujer como ser, como encanto de la naturaleza ella toda. De la mujer con su cuerpo, sus curvas, sus cabellos largos o cortos, sus manos, sus miradas, sus hormonas que hacen de la mujer un ser extraño y fuera de este mundo racional; la hace un ser genial digno de admiración por tener ese mundito que le habita dentro de su cuerpo y que hace que sea tan especial. No la mujer como género, como esa separación de lo que es el hombre. Esa separación existe pero no debería existir. No la mujer que tiene que hacer ciertas cosas porque se supone que debe por alguna razón divina o extraña de este planeta. No la mujer que obra y decide en pos de lo que parece que debería ser. No la mujer que no cuenta una parte de su historia porque puede “asustar” al hombre. 

No quiero comprar el regalo de toda una familia política porque nací mujer. No quiero tener que pasarme la tarde entera del mes de diciembre con 45 grados de calor cocinando para las fiestas SOLA porque soy mujer. No quiero tener que lavar los platos, la ropa, planchar, limpiar, dormir a los nenes, pensar en la comida y millones de otras cosas más sólo porque soy "mujer." Eso no define a una mujer, eso no hace a una persona mujer, eso no tiene nada que ver con ser mujer. 

La lucha es mucha y en ella mientras tanto caen muchos soldados. Los hombres tampoco quieren o lo hacen intencionalmente pero nos obligan a veces. Sin darse cuenta atentan contra lo natural reaccionando de una manera muy extraña cuando sus mujeres no obran como “deberían” obrar las “mujeres”. Y entonces el miedo lo paraliza todo. El mero vestigio de sentir que entonces es verdad, que quizás una tenga que ser “mujer” en el otro sentido, en el más tonto de todos, es posible. Que si queremos “encajar” entonces debemos comportarnos como una “mujer”. Y ¿cómo hacer para no caer en la tentación, en el miedo, en la frustración? ¿Cómo hacer para no sentirnos derrotadas en el camino, cansadas de explicar que somos iguales, que no me importa lo que pienses de mí, que no me importa si querés creer que porque hago un montón de cosas que las “mujeres” no hacen no soy una “mala” mujer. No debería importarnos. Ni a nosotras ni a ellos. Deberíamos disfrutar de las diferencias que nos tocaron naturalmente de esas que se nos ofreció en un principio y tanta felicidad nos dan.

Ahora ya no odio ser mujer. Creo que nací en este cuerpo para luchar siempre por ser igual (en este oportunidad nos toca hablar de la mujer). Eso es algo que a uno siempre lo mantiene despierto y atento. Porque creo que alguna vez todas debemos haber querido ser o intentado ser, o fuimos “esa mujer" que creó la cultura, esa que se construye con mandatos y no con deseos. Y todas las que alguna vez sentimos eso de “deber” sin saber por qué sentimos lo feo que es no ser libres. Libres de poder decir lo que queremos, de poder hacer lo que queremos, de poder trabajar de lo que queremos, de poder expresarnos como queremos.

La fuerza de atracción me llevó a estar rodeada de esas mujeres también: mis amigas, mis compañeras de trabajo, mis compañeras de la facultad, las mujeres de mi familia, las autoras con las que me crucé, son todas mujeres hermosas que han sabido atravesar con mucha cintura el karma de la “mujer construida” y por eso las admiro y las elijo como mis compañeras de ruta. Las mujeres que lo intentan, que perciben esa construcción y saben que no quieren vivir de esa manera. A ellas también les debo mi mujer porque es a través de tantas charlas y tantas compañías que una se da cuenta de lo lindo que es ser mujer y lo que vale la pena luchar por ser iguales. Esas charlas lo valen todo. También creo que los hombres que nos acompañan (por suerte) han ayudado a construir otra mujer abriendo su mente ellos a entender este mundo de otra manera, a darse cuenta que ellos también han sido presos de una figura de “hombre construido” que no tienen por qué creer real ni hacer cumplir.

Gracias a aquellas mujeres que empezaron a darse cuenta y lucharon para que hoy seamos muchas más las que podamos disfrutar de ser mujer.

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