Todas las partes del cuerpo se te relajan al punto del
dolor. Es esa sensación de que un peso enorme te cae sobre los hombros, de que se
te hacen pesados los párpados. Tu estómago no sabe muy bien por qué es que
siente dolores: si es por la emoción, la ansiedad que pasó, la angustia que te
atravesó, la alegría que te sorprendió.
Manejo por la ruta y se me llenan los ojos de lágrimas, se
me va la vista hacia el campo, hacia el sol que calienta el auto, que me abraza
y me hace sentir un “¿Ves? Todo siempre puede estar bien”. Tengo ganas de llamar
a la radio para brindar con los chicos de Basta
de todo porque es viernes y ellos brindan los viernes y te regalan vinos.
No quiero los vinos, quiero festejar. Sonrío mucho porque me hacen reír y
porque todo me sigue causando sonrisas. No los llamo porque estoy en la ruta y
no sé el teléfono. Quiero llamar a todo el mundo para contarles de dónde vengo
y a dónde voy.
El cuello se me parte y hago girar mis hombros hacia atrás para
ver si puedo relajarme un poco. Pero es imposible. Hasta ayer ellos eran los
anfitriones de mis tensiones, de todo el peso de la incertidumbre. Hasta ayer.
Eran dos habitaciones presidenciales donde se hospedaban con todos los lujos
los nervios también. Nervios de lo nuevo, de lo desconocido. En un rincón en
una habitación de mi cuello un poco más barata y chiquita está la adrenalina.
Esa que me alquiló toda la temporada, esa que por suerte no se va. La
adrenalina esta hospedada justo en el punto que une la columna con la cabeza,
está ahí. Es como si su cama estuviera justo sobre el botón que la presiona y
la activa (menos mal). Por suerte hay inquilinos nuevos: la emoción. Esa irrefrenable,
esa que te hace querer gritar todo el tiempo y tomarte un fernet aunque sean
las tres de la tarde. Esa emoción energética que hace que todo te importe muy
poco. No importa el dolor, no importa la contractura, la descompostura. El
cuerpo habla y evidentemente tenía mucho para decir.
Espero que se me pase, pero también sé que va a durar porque
me voy a La Plata a seguir festejando. Ya me voy con ganas de llegar y ver a
todos juntos. De abrazarlos. Porque si no supiera que viene eso no dolería, no
me encontraría apretando los dientes u olvidándome de que las piernas piden
estirarse. Y sabés que falta rato para la cama, pero ¡qué más da! Lo que
importa es la felicidad, que la vida es una sola y que qué lindo todo.
Pasan los días y aún duele. ¿Quién dijo que la ansiedad no
duele? ¿Quién dijo que la emoción no contractura? ¿Que las ganas locas no descomponen?
El cuerpo siempre nos acompaña y a veces lo olvidamos tanto
que nos pasa factura. Lo olvidamos en las malas, pero también en las buenas. Pero
el cuerpo también es copado y sabe que se la tiene que bancar un ratito más;
que tiene que dejar que tomemos un poco de más; que le metamos un La Caleta- La
Plata/ La Plata- La caleta en 48 horas. Que tiene que bancarse raid de amigos. El
cuerpo sabe que tiene que bancarse ver cómo crece la gente, que tiene que ver
esas vidas que van creciendo y la emoción que te hace estirar las cervicales
hasta el cielo que eso produce. El cuerpo es bueno y te acompaña y te lleva y
te cuenta que los dolores se tienen en todos los estados y que a veces los
dolores hablan, piden descanso pero te hacen saber que lo conseguiste y que
ahora lo podés disfrutar y descansar.
El cuerpo es sabio también y nunca sabremos eso de qué va
primero si la mente o el cuerpo. Para mí van tan juntos como el cielo y la
tierra al fondo del paisaje.
Ahora tengo frío también y mis manos están congeladas pero
dejarlas fluir por el teclado es inevitable. Mi cuello también me está pidiendo
a gritos que me vaya a recostar de una vez y yo con la mente le digo que
escribir es ahora, que ahora es cuando llegó el momento de disfrutar. Que cada
paso va guiado por los deseos y la elección. Le digo que la felicidad del resto
vale la pena tanto como la propia, que por eso se tendrá que acostumbrar a
viajar tantas veces como sea necesario. Y por último, y antes de hacerle caso, le
recuerdo a mi cansado cuerpo que no se preocupe, que esto nunca puede ser malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario