Mientras las lentejas están en el fuego con su guiso
correspondiente cocinándose a un fuego lento y tranquilo. Mientras hiervo las
berenjenas para el futuro escabeche que haré. Mientras tengo las peras bañadas
en azúcar para la segunda edición de mermelada de pera. Mientras pongo las
piñas en la salamandra y prendo el fuego. Mientras hago un licuado de pomelo
exprimido con agua. Mientras la música no deja de acompañarme un solo segundo,
a un volumen alto, a ese volumen que casi te obliga a irte con ella a ese mundo
donde sólo la música te puede llevar. Mientras mi amado compañero corta la leña
afuera cual leñador y luego se ensimisma en alguna tarea de su interés de la
misma manera que yo con mi mundo es que entiendo cuánto había esperado este
momento.
Uno a veces pasa mucho tiempo de su vida esperando un
momento y cuando llega rápidamente quiere otro momento de la vida y entonces
no disfruta, no saborea ese que tanto anheló, ese que tanto deseó y ese momento
que estaba seguro iba a llegar. El ser humano tiende a tener esa necesidad de anhelar
siempre lo que no tiene, lo que le falta, esa costumbre de ver siempre el lado
oscuro de las cosas, “the dark side of
the moon”.
Creo que tanto deseé este momento y tanto temí que eso me
suceda que traté de comprender por qué nos sucedía eso antes de venirme, porque
le tenía mucho miedo a querer más. Al después, al ¿y ahora qué? A veces pienso
que aún no tengo mi casa porque en ese punto algo enorme y genial se termina.
Pero por otro lado, siento que estuve años de mi vida luchando contra ver la
vida de esa manera, luchando contra el concepto de querer siempre más, contra
la idea de no disfrutar.
El esfuerzo que hacemos es enorme, las cosas que hacemos
para llegar a alcanzar nuestros placeres más deseados a veces nos cuestan
enfermedades, bajones, enojos, peleas. Y, ¿vale la pena que luego de todo eso
no podamos mirar hacia atrás y descansar del camino? A veces corren las voces de la necesidad, la preocupación,
la urgencia. A veces los fantasmas de lo que falta borronean el hermoso paisaje.
Tomar mate en el medio de un bosque luego de seis horas de
trabajo seguras por un tiempo importante coronó el cuadro. Entender muchas
cosas hace que aún más haya valido tanto la pena todo. Pensar y repasar cada
instante, cada decisión tomada, confesarse que algunas cosas hubiera hecho
diferente, otras no las cambiaría por nada del mundo da paz, equilibrio y
armonía; estar todo el tiempo en diálogo con uno, con los deseos más íntimos y
profundos de cada uno.
Mientras me siento a escribir con mi trago en la mano y la
música sigue llevándome a la reflexión y al desahogo entiendo que hay mil vidas
por vivir. Que hay miles de mundos que uno no conoce, o que se va a perder y
eso me alucina. Para las personas que la intriga no es
parte de su ADN, para aquellos que no tienen la vara de la curiosidad muy alta
esto no es un problema, pero para los que queremos saber de todo, puede ser un
problema. Entiendo que encuentro en la vivencia, en la experiencia, en el
cambio una fascinación que no creí que sería tal.
Descubro un mundo que sabía me iba a entusiasmar y enamorar
(porque si no, no me habría aventurado a él) y pienso cuántos “mundos” no conozco y cuántos más
conoceré. Había reglas, costumbres, formalidades que nunca había imaginado y,
por ende, que me sorprendieron y dieron vértigo al viaje: se dice la oración a
la bandera cuando se sale del colegio. No me la sé, me sale el padre nuestro.
Se designan profesores para los actos escolares, me tocan como tres y en uno
tengo que hacer las “glosas”. No sé qué son, pero no suenan bien. Trabajar la
tierra es una de las cosas más fascinantes que hay: de una semillita ínfima
sale algo tan grande como un repollo. De tu tierra, con tus manos, con tu
riego. Más sano, imposible. Los alumnos aún se paran para recibirte en el aula
(no en todos lados), el sistema educativo me desespera y se roba horas de mis
pensamientos.
Mientras planifico descubro que el sistema educativo no sólo
se roba horas, sino que se roba energía, pasión, se la lleva. Me doy cuenta que
elegí bien. Que elegí muy bien. Y eso merece un brindis. No me quiero
desalentar porque vine a cambiar el mundo, al menos desde mi mundo. No quiero
creer que tengo que conformarme y aceptar las cosas que no me gustan. Por eso
estoy acá.
Mientras escribo me doy cuenta que ya ni sé que puse al
principio porque de tantas cosas que tengo en la cabeza no puedo poner en claro
una. Tengo en claro que si tuviera que definir qué es la
vida, creo que podría ser algo como “el conjunto de experiencias que uno
atraviesa a través de lo que dura la vida biológica”. Vida hay una sola
(o no) pero dentro de esta se pueden vivir muchas, se pueden experimentar
varias, y creo que vivenciar y no imaginar es lo que yo necesito para vivir. No
aguanto los “what if…” Pero a la vez sé, que no tengo que querer siempre más
porque entonces no podría disfrutar de todo esto.
Entonces, por el momento,
entenderé que aquí quise llegar, que ahora estoy en este lugar y que hago de él
mi momento en el mundo… entonces recuerdo que tengo las lentejas en el fuego y
que debo ir a comer.
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