jueves, 18 de abril de 2013

Mientras tanto...


Mientras las lentejas están en el fuego con su guiso correspondiente cocinándose a un fuego lento y tranquilo. Mientras hiervo las berenjenas para el futuro escabeche que haré. Mientras tengo las peras bañadas en azúcar para la segunda edición de mermelada de pera. Mientras pongo las piñas en la salamandra y prendo el fuego. Mientras hago un licuado de pomelo exprimido con agua. Mientras la música no deja de acompañarme un solo segundo, a un volumen alto, a ese volumen que casi te obliga a irte con ella a ese mundo donde sólo la música te puede llevar. Mientras mi amado compañero corta la leña afuera cual leñador y luego se ensimisma en alguna tarea de su interés de la misma manera que yo con mi mundo es que entiendo cuánto había esperado este momento.

Uno a veces pasa mucho tiempo de su vida esperando un momento y cuando llega rápidamente quiere otro momento de la vida y entonces no disfruta, no saborea ese que tanto anheló, ese que tanto deseó y ese momento que estaba seguro iba a llegar. El ser humano tiende a tener esa necesidad de anhelar siempre lo que no tiene, lo que le falta, esa costumbre de ver siempre el lado oscuro de las cosas, “the dark side of the moon”.

Creo que tanto deseé este momento y tanto temí que eso me suceda que traté de comprender por qué nos sucedía eso antes de venirme, porque le tenía mucho miedo a querer más. Al después, al ¿y ahora qué? A veces pienso que aún no tengo mi casa porque en ese punto algo enorme y genial se termina. Pero por otro lado, siento que estuve años de mi vida luchando contra ver la vida de esa manera, luchando contra el concepto de querer siempre más, contra la idea de no disfrutar.

El esfuerzo que hacemos es enorme, las cosas que hacemos para llegar a alcanzar nuestros placeres más deseados a veces nos cuestan enfermedades, bajones, enojos, peleas. Y, ¿vale la pena que luego de todo eso no podamos mirar hacia atrás y descansar del camino? A veces corren las voces de la necesidad, la preocupación, la urgencia. A veces los fantasmas de lo que falta borronean el hermoso paisaje.

Tomar mate en el medio de un bosque luego de seis horas de trabajo seguras por un tiempo importante coronó el cuadro. Entender muchas cosas hace que aún más haya valido tanto la pena todo. Pensar y repasar cada instante, cada decisión tomada, confesarse que algunas cosas hubiera hecho diferente, otras no las cambiaría por nada del mundo da paz, equilibrio y armonía; estar todo el tiempo en diálogo con uno, con los deseos más íntimos y profundos de cada uno.

Mientras me siento a escribir con mi trago en la mano y la música sigue llevándome a la reflexión y al desahogo entiendo que hay mil vidas por vivir. Que hay miles de mundos que uno no conoce, o que se va a perder y eso me alucina. Para las personas que la intriga no es parte de su ADN, para aquellos que no tienen la vara de la curiosidad muy alta esto no es un problema, pero para los que queremos saber de todo, puede ser un problema. Entiendo que encuentro en la vivencia, en la experiencia, en el cambio una fascinación que no creí que sería tal.

Descubro un mundo que sabía me iba a entusiasmar y enamorar (porque si no, no me habría aventurado a él) y pienso cuántos “mundos” no conozco y cuántos más conoceré. Había reglas, costumbres, formalidades que nunca había imaginado y, por ende, que me sorprendieron y dieron vértigo al viaje: se dice la oración a la bandera cuando se sale del colegio. No me la sé, me sale el padre nuestro. Se designan profesores para los actos escolares, me tocan como tres y en uno tengo que hacer las “glosas”. No sé qué son, pero no suenan bien. Trabajar la tierra es una de las cosas más fascinantes que hay: de una semillita ínfima sale algo tan grande como un repollo. De tu tierra, con tus manos, con tu riego. Más sano, imposible. Los alumnos aún se paran para recibirte en el aula (no en todos lados), el sistema educativo me desespera y se roba horas de mis pensamientos.

Mientras planifico descubro que el sistema educativo no sólo se roba horas, sino que se roba energía, pasión, se la lleva. Me doy cuenta que elegí bien. Que elegí muy bien. Y eso merece un brindis. No me quiero desalentar porque vine a cambiar el mundo, al menos desde mi mundo. No quiero creer que tengo que conformarme y aceptar las cosas que no me gustan. Por eso estoy acá.

Mientras escribo me doy cuenta que ya ni sé que puse al principio porque de tantas cosas que tengo en la cabeza no puedo poner en claro una. Tengo en claro que si tuviera que definir qué es la vida, creo que podría ser algo como “el conjunto de experiencias que uno atraviesa a través de lo que dura la vida biológica”. Vida hay una sola (o no) pero dentro de esta se pueden vivir muchas, se pueden experimentar varias, y creo que vivenciar y no imaginar es lo que yo necesito para vivir. No aguanto los “what if…” Pero a la vez sé, que no tengo que querer siempre más porque entonces no podría disfrutar de todo esto. 

Entonces, por el momento, entenderé que aquí quise llegar, que ahora estoy en este lugar y que hago de él mi momento en el mundo… entonces recuerdo que tengo las lentejas en el fuego y que debo ir a comer.

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