Si estuviera allá seguramente sería una de las
primeras noches de frío. Porque pensá que cuando acá estas de short y bucito
allá estas de largos, medias y camperita. Y las manos se te ponen fresquitas y
el ruido del mar lo hace más frio todo pero a la vez tanto más romántico. Y
seguramente a esta hora, después de todo un día de no trabajar me iría a lo de
“la veci”. Mi primer amiga ahí en La Caleta. Los primeros vecinos, el primer
“approach” a la vida en barro.
Cuando fuimos la primera vez a comprar el terreno
y frenamos a mirar estaba "el Fabi", con mucho pullover, era invierno, un gorro
de lana, como siempre, porque Fabi siempre tiene un gorro puesto. Lo tenía a
upa al Nehui. Atrás, la casa sin la cocina y mucho humo que salía de la
chimenea. Y ahí creo que nos vimos un poco nosotros, haciendo esa vida tan
tranquila, tan pancha y (¿)feliz(?).
Hermoso, hermoso hermoso. Entonces, como ellos
no tienen trabajo con horarios, nada de eso, son muy pocas las veces que tienen
obligaciones estrictas, generalmente son modificables. Eso no quiere decir que
no las tengan, las tienen, pero a otro nivel y en mucha menor cantidad.
Pero la cuestión es que en un día fresquito
como hoy me iría a lo de la veci, que seguro tiene la cocina económica tan
hermosa que siempre nos abrigó, siempre, prendida para hacerme un mate. Un mate
con sabor a “veci.” El mate de la veci siempre tenía yuyos, pero yuyos
cosechados de ahí, ¡qué dietética, ni dietética! Manzanilla, cedrón, menta,
tilo… miel al agua y ¡unos mates tan ricos! Siempre mate, siempre, con ese
sabor tan particular. Ir a lo de la veci me daban ganas de tener una cocina
como la de ella. Hermosa, sana y natural. Una cocina que te gritaba que para
ser hermoso no se necesita ser comprado. Que para tener onda no se necesitan
gastar millones, sí se necesita tiempo, mucho tiempo. Todos los alimentos
sanos, todo lo que se cocina en esa cocina tiene mucho de algo, mucho de esa
otra parte experimental que tuve y tengo la suerte de vivir empecé a elegir.
Esa casa es un maestro en sí, con sus
habitantes, con su historia, con su ser. Que me enseñó y mostró un mundo
genial, me ayudó a regular mis deseos, a encontrar mi realidad.
La casa está hecha de barro y piedra y mucha
madera. La cocina tiene el techo bajito, como en los cuentos, y es toda de
madera. Y en invierno está calentito y en verano fresquísima. La barra nos
separa, nos dejamos el mate cebado la una para la otra. Me sentaría en el sillón, enfrente de la veci.
Ella siempre tejiendo y yo también. Desde antes que me fuera era nuestro sueño: “Ay veci,” me decía siempre ella, “mire cuando usted viva acá,los muchachos se
vayan a pescar se lleven al Nehui y nosotras nos quedemos acá tejiendo.” La veci
es grosa. Y ella pondría el agua, y nos pondríamos a tejer las dos. A veces
ella hacía duendes, o pulseritas, o siempre algo nuevo. La admiro por su
capacidad de entender tan rápido algunas cosas. Por tejer con el amor que teje.
Por sobreponerse como lo hace. Y
charlaríamos hasta el cansancio, y nos contaríamos la vida entera, porque no
debe haber habido nada más lindo que compartir esas tardes con mi veci. Donde
de verdad, en esa casa que parecía de fantasía pero no lo era, se frenaba el
tiempo, no había pasado, presente ni futuro, había paz, disfrutar y perder noción
del tiempo y las obligaciones. Porque ir a La Caleta era eso, es eso.
Seguro que llegarían los muchachos, y nos
pondríamos a cocinar algo bien rico. Porque ahí no se cocina más que rico y
casero. Por ahí se irían a comprar unas birras, un quesito y unas aceitunas
mientras el Fabi se amasaba unos panes, Mica cortaba unas verduras de la huerta
y cocinábamos un exquisito pan relleno.
Y ya hace… como tres años que nos conocemos. Y
ya hace como un montón que no los veo.
Y sí, el fresquito me hace dar ganas de estar
en esa casa, abrigada de todo, envuelta en la nebulosa de la paz momentánea,
del relax.
Yo le puse miel al agua, tengo un cedrón
afuera que le pongo, manzanilla de dietética y algún otro yuyo más, pero al
mate de la veci nada lo va a igualar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario