Había
una vez una diva que movía su cabellera felizmente en un bar. Esa noche, cuando
se estaba yendo, un dandy (a quien le pasó por al lado) no pudo evitar
deslumbrarse con su brillo. Ella en ese momento, sin intención, sin el más
mínimo interés, lo enamoró. Él con sus poderes de dandy profesional, de hombre
de mujeres, de bufanda verde, despertó un interés que ninguno de los dos
imaginó. Ese fue el comienzo de una loca historia, aunque quizá no tanto. Esa
noche charlaron, tan solo eso. Se supone que algo debe haber existido entre
estos dos personajes que provocó que él, el dandy, hablara, y ella, la diva,
contestara. Intercambiaron lo que la modernidad de la época y las
circunstancias imponían: sus e-mails. Nadie sabe cuáles fueron exactamente sus
pensamientos esa noche después de ese suceso.
La historia continuó.
Ella no pensó y el escribió.
Ella respondió sorprendida a su
petición: una invitación.
Pasaron los días y el destino los
reencontró.
Pero esta vez el encuentro fue
distinto, la charla no bastó.
El dandy y la diva se besaron: el
principio de la canción.
Y así el intercambio de palabras
tecnológicas siguió, el dandy puso en práctica todas sus técnicas, todos sus
conocimientos para lograr el éxito de la seducción. Ella, la diva, no se
resistió, pero tampoco perdió la cautela ni la precaución.
El primer encuentro llegó: los
dos solos, un encuentro sin razón. Todo parecía superfluo, todo parecía normal,
nada pronosticaba la lluvia de felicidad. Sin querer dijeron cosas que había
que callar, sin querer se olvidaron de la mente y la oralidad. Así, en ese
encuentro casual, comenzó lo que después ninguno de ellos sabría cómo
caratular.
Quién sabe si el dandy se habrá
puesto a pensar en aquello que por sorpresa un día le empezó a pasar. Se dice
que la diva disfrutaba de tranquilidad, ella decía no tener ganas de vivir la
realidad. Los dos estaban de acuerdo, de acuerdo en esperar, sabían que el
tiempo a algún lado los iba a llevar. Lo que ellos no advirtieron es que luego
sería muy tarde para mirar atrás. Se dice que trataron de no hacer explícito el
sentimiento, que intentaron por todos los medios de permanecer despiertos. Se
dice también que quisieron no empezar a
soñar, pero un día se dieron cuenta que acababan de despertar.
Ahí comenzó el problema ¿o la
felicidad?
O quizá la alegría o las ganas de
disfrutar.
Disfrutar.
Eso es lo que decidieron. Ya no
les importaba si soñaban, si acababan de despertar, si venían de un viaje, si iban
a volar, si despegarían algún día, si nunca iban a aterrizar; si querían vivir
el cuento o querían tan solo escuchar. Tan solo les importaba comenzar a
disfrutar. A pesar de esta decisión y el deseo de libertad los dos reconocieron
que no accedían a olvidar. Ya era tarde, tarde para volver atrás. Ya se había
empezado a crear lo que luego se transformaría en una especie de extrañar.
A medida que el tiempo pasaba no
se pudo evitar que el dandy y la diva de sus vidas comenzaran a hablar. Era
extraño, era loco, pero debía pasar. La estructura tecnológica acompañaba la
relación, quizá se escuchaba alguna voz por el artefacto que nos revolucionó la
comunicación. Los encuentros eran raros, eran una vuelta al reloj. La
anfitriona era la noche y el desvelo la conclusión. La risa predominaba ante
todo, era el motivo de continuación, divertirse lo era casi todo, pero también
la pasión. Se dice que parecían dos niños sin razón. A pesar del crudo invierno
y la insegura situación los personajes se quedaban congelados en un banco de
plaza por el beso del amor.
Pero un día de esos tantos, esto
no alcanzó, sus cuerpos comenzaron a sentir latidos y clamor. Sus cuerpos
reclamaban un encuentro en soledad, sus cuerpos reclamaban la tan deseada
intimidad. Antes habían tenido un encuentro de esa calidad, pero la
desconfianza, el poco tiempo y las circunstancias no habían ayudado en esa
noche experimental.
Así fue como la pasión creció y
creció y ya no era solo diversión y conexión. Iba más allá de eso, cada vez
perdía más la razón. Es obvio que en ellos quedaba (y se dice que queda)
todavía esa veta de incomprensión, de no entender cómo todo en tan poco tiempo
pasó. Ninguno quería asumir el transcurso del corazón, los dos tomaban la
lógica como punto de expresión. También es obvio que ninguno de los dos se
percató que había cosas incontrolables, había cosas que iban más allá de toda
ecuación. Cualquiera que los veía creía en la esperanza y la ilusión pero el
dandy y la diva se mantenían fieles a su profesión.
Los encuentros permitieron la
charla y la discusión; permitieron que cada uno de ellos de a poco se quitara
el caparazón. Lo que sus cuerpos aún no podían expresar lo expresaba la razón.
Largas charlas fueron cómplices de esta intrincada relación.
Al fin llegó el día en que todo
pasó, pero después de tanta espera ni a la diva ni al dandy conformó. Igualmente
se dice que desde ese día algo cambió, la situación comenzaba a tener límites
borrosos, a exigir integración. Los dos estaban perdidos en un camino
divertido, pero que a la vez ninguno tenía definido. Ninguno sabía qué podía
decir, ninguno sabía lo que el otro quería oír.
Aquí el miedo cambió y también la expresión.
Ahora el miedo era otro, ahora el
miedo era la desilusión, ninguno quería permitir que esto arruine la ilusión.
Entonces fue por eso que el encuentro ayudó, esa noche hablaron sus cuerpos
aunque no con toda razón, ninguno de los dos podía desenvolverse del todo,
destapar el corazón. Así fuera por su interior, por el contexto o la situación,
todo no se entregó pero algo más habló.
Y así continuó, la diva, el
dandy, la luna y el sol.
Los días pasaron, la pasión aún
más creció. Cada encuentro era algo nuevo, descubrir un nuevo rincón. Los
encuentros estaban llenos de sonrisas, de color, de palabras tontas, palabras
serias que hacían de todo algo mejor. Se dejaban llevar por el tiempo y la conexión.
Nada se sabía de ellos, de cada uno de ellos sin la relación. Decidieron
confiar en aquello que alguna vez empezó. Él comenzó a confiar en ella y ella a
olvidarse de la paz interior. Dejaron que sus cuerpos vayan más allá,
decidieron dejar de pensar.
Y así fue como hoy algo nuevo
creció. Se dice que todavía no habla del todo el corazón pero se los ve
felices, se los ve con amor, si los ven por la calle fíjense, son dos: ella una
diva, él un dandy y llevan bien guardado el secreto del amor.
No pudieron evitar ser atrapados
por el gran artista, el gran perseguidor.
Hoy, el dandy, quien era libre en
su mundo y gozaba de la seducción está, no sabe por qué, envuelto en un telón.
Y ella, la diva, quien gozaba de
la pasión, la soledad y el descanso del amor quedó, de pura suerte con el
dandy, su mundo y el deseo de un futuro sin sufrimiento ni dolor.
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