martes, 11 de marzo de 2014

Una historia de amor, de locura y de suerte...

Había una vez una diva que movía su cabellera felizmente en un bar. Esa noche, cuando se estaba yendo, un dandy (a quien le pasó por al lado) no pudo evitar deslumbrarse con su brillo. Ella en ese momento, sin intención, sin el más mínimo interés, lo enamoró. Él con sus poderes de dandy profesional, de hombre de mujeres, de bufanda verde, despertó un interés que ninguno de los dos imaginó. Ese fue el comienzo de una loca historia, aunque quizá no tanto. Esa noche charlaron, tan solo eso. Se supone que algo debe haber existido entre estos dos personajes que provocó que él, el dandy, hablara, y ella, la diva, contestara. Intercambiaron lo que la modernidad de la época y las circunstancias imponían: sus e-mails. Nadie sabe cuáles fueron exactamente sus pensamientos esa noche después de ese suceso.

La historia continuó.
Ella no pensó y el escribió.
Ella respondió sorprendida a su petición: una invitación.
Pasaron los días y el destino los reencontró.
Pero esta vez el encuentro fue distinto, la charla no bastó.
El dandy y la diva se besaron: el principio de la canción.

Y así el intercambio de palabras tecnológicas siguió, el dandy puso en práctica todas sus técnicas, todos sus conocimientos para lograr el éxito de la seducción. Ella, la diva, no se resistió, pero tampoco perdió la cautela ni la precaución.

El primer encuentro llegó: los dos solos, un encuentro sin razón. Todo parecía superfluo, todo parecía normal, nada pronosticaba la lluvia de felicidad. Sin querer dijeron cosas que había que callar, sin querer se olvidaron de la mente y la oralidad. Así, en ese encuentro casual, comenzó lo que después ninguno de ellos sabría cómo caratular.

Quién sabe si el dandy se habrá puesto a pensar en aquello que por sorpresa un día le empezó a pasar. Se dice que la diva disfrutaba de tranquilidad, ella decía no tener ganas de vivir la realidad. Los dos estaban de acuerdo, de acuerdo en esperar, sabían que el tiempo a algún lado los iba a llevar. Lo que ellos no advirtieron es que luego sería muy tarde para mirar atrás. Se dice que trataron de no hacer explícito el sentimiento, que intentaron por todos los medios de permanecer despiertos. Se dice también que quisieron no empezar  a soñar, pero un día se dieron cuenta que acababan de despertar.

Ahí comenzó el problema ¿o la felicidad?
O quizá la alegría o las ganas de disfrutar.
Disfrutar.

Eso es lo que decidieron. Ya no les importaba si soñaban, si acababan de despertar, si venían de un viaje, si iban a volar, si despegarían algún día, si nunca iban a aterrizar; si querían vivir el cuento o querían tan solo escuchar. Tan solo les importaba comenzar a disfrutar. A pesar de esta decisión y el deseo de libertad los dos reconocieron que no accedían a olvidar. Ya era tarde, tarde para volver atrás. Ya se había empezado a crear lo que luego se transformaría en una especie de extrañar.

A medida que el tiempo pasaba no se pudo evitar que el dandy y la diva de sus vidas comenzaran a hablar. Era extraño, era loco, pero debía pasar. La estructura tecnológica acompañaba la relación, quizá se escuchaba alguna voz por el artefacto que nos revolucionó la comunicación. Los encuentros eran raros, eran una vuelta al reloj. La anfitriona era la noche y el desvelo la conclusión. La risa predominaba ante todo, era el motivo de continuación, divertirse lo era casi todo, pero también la pasión. Se dice que parecían dos niños sin razón. A pesar del crudo invierno y la insegura situación los personajes se quedaban congelados en un banco de plaza por el beso del amor.

Pero un día de esos tantos, esto no alcanzó, sus cuerpos comenzaron a sentir latidos y clamor. Sus cuerpos reclamaban un encuentro en soledad, sus cuerpos reclamaban la tan deseada intimidad. Antes habían tenido un encuentro de esa calidad, pero la desconfianza, el poco tiempo y las circunstancias no habían ayudado en esa noche experimental.
Así fue como la pasión creció y creció y ya no era solo diversión y conexión. Iba más allá de eso, cada vez perdía más la razón. Es obvio que en ellos quedaba (y se dice que queda) todavía esa veta de incomprensión, de no entender cómo todo en tan poco tiempo pasó. Ninguno quería asumir el transcurso del corazón, los dos tomaban la lógica como punto de expresión. También es obvio que ninguno de los dos se percató que había cosas incontrolables, había cosas que iban más allá de toda ecuación. Cualquiera que los veía creía en la esperanza y la ilusión pero el dandy y la diva se mantenían fieles a su profesión.
Los encuentros permitieron la charla y la discusión; permitieron que cada uno de ellos de a poco se quitara el caparazón. Lo que sus cuerpos aún no podían expresar lo expresaba la razón. Largas charlas fueron cómplices de esta intrincada relación.

Al fin llegó el día en que todo pasó, pero después de tanta espera ni a la diva ni al dandy conformó. Igualmente se dice que desde ese día algo cambió, la situación comenzaba a tener límites borrosos, a exigir integración. Los dos estaban perdidos en un camino divertido, pero que a la vez ninguno tenía definido. Ninguno sabía qué podía decir, ninguno sabía lo que el otro quería oír.

Aquí el miedo cambió y también la expresión.

Ahora el miedo era otro, ahora el miedo era la desilusión, ninguno quería permitir que esto arruine la ilusión. Entonces fue por eso que el encuentro ayudó, esa noche hablaron sus cuerpos aunque no con toda razón, ninguno de los dos podía desenvolverse del todo, destapar el corazón. Así fuera por su interior, por el contexto o la situación, todo no se entregó pero algo más habló.

Y así continuó, la diva, el dandy, la luna y el sol.

Los días pasaron, la pasión aún más creció. Cada encuentro era algo nuevo, descubrir un nuevo rincón. Los encuentros estaban llenos de sonrisas, de color, de palabras tontas, palabras serias que hacían de todo algo mejor. Se dejaban llevar por el tiempo y la conexión. Nada se sabía de ellos, de cada uno de ellos sin la relación. Decidieron confiar en aquello que alguna vez empezó. Él comenzó a confiar en ella y ella a olvidarse de la paz interior. Dejaron que sus cuerpos vayan más allá, decidieron dejar de pensar.

Y así fue como hoy algo nuevo creció. Se dice que todavía no habla del todo el corazón pero se los ve felices, se los ve con amor, si los ven por la calle fíjense, son dos: ella una diva, él un dandy y llevan bien guardado el secreto del amor.

No pudieron evitar ser atrapados por el gran artista, el gran perseguidor.

Hoy, el dandy, quien era libre en su mundo y gozaba de la seducción está, no sabe por qué, envuelto en un telón.


Y ella, la diva, quien gozaba de la pasión, la soledad y el descanso del amor quedó, de pura suerte con el dandy, su mundo y el deseo de un futuro sin sufrimiento ni dolor.

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