miércoles, 5 de febrero de 2014

La vida en un bolso II



Ahora estoy en Villa Castells doce días. Para variar viste, y no ir comenzando a sentir que puedo establecerme en un lugar. Como que la vida se copa y me dice -cuando me ve que me estoy acomodando en un lugar, que voy durmiendo como cuatro noches seguidas- "no te pongas muy cómoda ni saques todo del bolso porque en un rato nos vamos eh, seguimos yirando, así que ¡a disfrutar! 

Y eso hago. 

Por suerte la vida en un bolso es ahora la vida en un auto. Entonces es más fácil cargar el bagaje. Ahora ya me copé con el tejido, entonces tuve que sumar más colores, materiales, etc.

Y el moverte de lugar hace que se te desestructuren las rutinas propias porque no estás en el lugar que estás acostumbrado a hacerlas. Pero como sabes que vas a yirar, decidís adaptar tus rutinas al lugar. Y entonces te encontrás corriendo por treinta y dos, y agradecés que sea solo una circunstancia. Porque de tanta gente y autos que te pasan por al lado corres, pero a la vez te intoxicas de una manera increíble. 
Pero también te pueda pasar que el lugar te reciba con este verde que compensa todo el ruido del tren que pasa a una frecuencia increíble. De noche también. ¿Tanta gente se toma el tren de noche? Y cuando hace ese ruido que parece la cuchilla eléctrica del carnicero que corta el hueso, es tremendo. Pero el tren tiene su encanto. 
Su cosita

El NORTE, en la esquina. Vivir en una esquina con badén pronunciado. Todo el mundo frena en TU esquina.

Pero insisto, mirá donde te haces una corridita; mirá el mini bosque que te tienen preparado.
Me sorprendiste, Castells, gracias por regalarme un poquito de tu encanto.

Obvio, que el bolso ni lo deshice, si quién te dice, mañana duermo en City Bell.

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