Me dijeron que era un momento oscuro, lleno de
ese cerramiento desesperante donde pensamos que no hay salida. Que es un lugar
donde no vemos nada, solo sabemos a ciencia cierta que, si confiamos en la
naturaleza, en días, horas, segundos, somos una flor hermosa.
Y son esos momentos donde el ser humano
respira, bien profundo, medita, respira de vuelta y deja ir todos los
pensamientos referidos a la oscuridad y confía.
Confiar. Confiar y confiar.
Sonreír para recibir la luz del sol a pleno,
para ver las flores abrirse, para que el agua nos pegue en la cara y podamos
estirarnos aún más.
Sonreír para las miradas ajenas que tanto
aprecian nuestra belleza, para la luz que nos baña, para el milagro de estar
vivos y poder florecer.
Sonreír porque la semilla propia esta
creciendo, porque batallaste heladas, fríos intensos, un calor inhumano que
casi quema tus pequeños tallitos y hojas.
Y como los bebés vamos de a poco dejando
asomar una hojita verde, chiquita y frágil que pide a gritos que la miren de
cerca. No que la ahoguen con agua, no que la llenen de luz que encandile, una
hojita que pide: “mirame, observame y andá fijándote qué es lo que necesito.”
Un poco se riega sola, con esa agua que queda en el platito debajo de la
maceta, otro poco, cuando el calor es sofocante necesita de ayuda, que la
lleven a la sombra, que le den aire, agua y amor.
Y de a poco vamos desarrollando un tallo,
débil pero firme, un tallo que pinta grande, robusto, un tallo que quiere ser árbol,
pero que sabe que para eso hay que esperar. La primavera es septiembre, aún hay
que madurar.
Agua de amigos, luz de seres maravillosos,
amor propio que fertiliza y amor universal que sirve para arraigar.
Y en cámara rápida, cuál documental de
National Geographic, esa hoja es ya alta, brilla un verde espectacular y ahí
vuelve el capullo ese que pronto belleza va a irradiar.
Y de la maceta quiero que me pasen a la tierra
para dar lo máximo de mi posibilidad, porque esta semilla es propia pero mis
frutos van a quererse propagar.
Y ahí están, mis capullos… listos para
florecer, dejando la última oscuridad para ver el fruto nacer.
Quizá debamos estar más atentos que nunca
porque la flor no ha de permanecer, es solo el accesorio que antes del paso
final nos hará crecer. Con la madurez con que las flores despiden sus pétalos,
sus colores más hermosos, tendremos que sabernos despojar, de eso que es
transitorio, pero que no hace a nuestra realidad porque lo que define al árbol
y su continuidad son sus frutos, ellos son los que nos darán semillas para
plantar.

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