domingo, 23 de febrero de 2014

Flores, Ser...

Me hablaron del capullo, ese que viene antes de florecer. Ese momento hermético donde no hay luz, hay oscuridad, hay un abismo. ¿Si me falta el agua en el medio del camino y no florezco nunca más?, ¿si se olvidan de regarme las maravillosas personas que me hidratan, si el sol no sale, si la lluvia no cae? ¿Y si no devengo en flor?

Me dijeron que era un momento oscuro, lleno de ese cerramiento desesperante donde pensamos que no hay salida. Que es un lugar donde no vemos nada, solo sabemos a ciencia cierta que, si confiamos en la naturaleza, en días, horas, segundos, somos una flor hermosa.

Y son esos momentos donde el ser humano respira, bien profundo, medita, respira de vuelta y deja ir todos los pensamientos referidos a la oscuridad y confía.

Confiar. Confiar y confiar.

Sonreír para recibir la luz del sol a pleno, para ver las flores abrirse, para que el agua nos pegue en la cara y podamos estirarnos aún más.

Sonreír para las miradas ajenas que tanto aprecian nuestra belleza, para la luz que nos baña, para el milagro de estar vivos y poder florecer.

Sonreír porque la semilla propia esta creciendo, porque batallaste heladas, fríos intensos, un calor inhumano que casi quema tus pequeños tallitos y hojas.

Qué placer más grande verse crecer, desde el principio, entenderse en una naturaleza que sabe -y mucho- de ciclos, de circunstancias, de cambios, de estaciones y etapas.

Y como los bebés vamos de a poco dejando asomar una hojita verde, chiquita y frágil que pide a gritos que la miren de cerca. No que la ahoguen con agua, no que la llenen de luz que encandile, una hojita que pide: “mirame, observame y andá fijándote qué es lo que necesito.” Un poco se riega sola, con esa agua que queda en el platito debajo de la maceta, otro poco, cuando el calor es sofocante necesita de ayuda, que la lleven a la sombra, que le den aire, agua y amor.

Y de a poco vamos desarrollando un tallo, débil pero firme, un tallo que pinta grande, robusto, un tallo que quiere ser árbol, pero que sabe que para eso hay que esperar. La primavera es septiembre, aún hay que madurar.

Agua de amigos, luz de seres maravillosos, amor propio que fertiliza y amor universal que sirve para arraigar.

Y en cámara rápida, cuál documental de National Geographic, esa hoja es ya alta, brilla un verde espectacular y ahí vuelve el capullo ese que pronto belleza va a irradiar.

Y de la maceta quiero que me pasen a la tierra para dar lo máximo de mi posibilidad, porque esta semilla es propia pero mis frutos van a quererse propagar.

Y ahí están, mis capullos… listos para florecer, dejando la última oscuridad para ver el fruto nacer.

Quizá debamos estar más atentos que nunca porque la flor no ha de permanecer, es solo el accesorio que antes del paso final nos hará crecer. Con la madurez con que las flores despiden sus pétalos, sus colores más hermosos, tendremos que sabernos despojar, de eso que es transitorio, pero que no hace a nuestra realidad porque lo que define al árbol y su continuidad son sus frutos, ellos son los que nos darán semillas para plantar.


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