jueves, 27 de febrero de 2014

Hermosa Mañana...


Hermosa mañana que viene a preguntarme cómo fue que los días se sucedieron, cómo fue que de repente todo se subió a las vías del tren y llegó el ciclo a su fin. Lo que ahora sucede es que no sabemos si todo volverá a empezar. Llena de dudas decido levantarme un día más a encontrar el cielo del mismo color que lo dejé anoche, volveré a encontrar mis ojos mirando hacia el mismo lugar, volveré a caminar por la misma calle que me lleva a lo que todo un año proclamé como un sueño.

Descanso mis dudas en la almohada, deseosa de que la esponja las absorba y me despoje de ellas. Descanso mis oídos en mi almohada, con la esperanza de que escuchen aquello que nadie se anima a gritarles. Descanso mi cabeza en ese lugar donde cada noche esperé levantarme con alguna receta mágica, con el don de hacer desaparecer lo malo y darle la bienvenida a lo bueno. Guardo mis manos debajo de la almohada, tengo la ilusión de que eso las haga descansar después de una jornada agotadora y de que mantenerlas ahí evite cualquier movimiento inadecuado. Miro hacia afuera, esperando encontrar lo que no sé si en verdad busco. Encuentro que busco qué buscar en un mundo donde parecemos no poder vivir sin “buscar”- Quiero llenarme de momentos, no quiero perderme ninguno, y, pacífica en mi cama, decido repasar uno por uno los momentos que me llevaron a poder encontrar en mi almohada un momento de paz.

Escucho del otro lado, ya no sé si es mi almohada, mis oídos o mi cabeza, alguien que me cuenta de mi vida, de mi paso por la eternidad. Es cierto, descanso rozagante, tranquila en mi penumbra, contenta en mi melodrama, despierta en la oscuridad. Ese alguien  me cuenta de sonrisas, de destellos de humoradas, de cientos de carcajadas, de un cuarto de siglo por recordar. Me cuenta de mis logros, de mis más bellas relaciones, de los seres que viven en este mundo del cual no quiero despertar. Paseo por un bosque, mientras descanso en mi cama, mientras sigo buscando en mi almohada la paz que me niego a alcanzar. Pienso cuándo fue que pude al fin sentarme a contemplar sin lamentar. Cuándo fue que al fin pude elegir. Y escucho de vuelta que alguien me dice que tengo que descansar, que corra ese mechón que me va a empezar a molestar, que cierre mis ojos y con esa paz, empiece a festejar: llegó.


lunes, 24 de febrero de 2014

Adolecer

Hoy pasaron por mi vida alrededor de cuatro chicos envueltos en llanto, en agustia, en dolor. Lo primero que veo son ojos llenos de lágrimas, de una incomprensión y, a la vez, un entendimiento muy grande. Un dolor que va más allá del presente, de las materias. Un dolor que atraviesa el corazón cuando se sabía que esto iba a pasar, pero con la sinceridad de la inocencia. Nunca supieron cómo superarlo.

En el colegio solíamos preocuparnos porque la gente fuera a particular para aprobar las materias que tenían flojas, que trataran de concentrarse, estudiar, portarse bien. Cuando la angustia y la emoción se hacen dueñas de nuestras vidas desde un lugar oscuro y oculto, no hay  maestra particular que solucione y que destape.

En los ojos que yo miré hoy, las miradas que me compartieron cuando pudieron (porque a muchos les costaba mirarme y contarme con el cuerpo que la tristeza los consumía y que ellos habían hecho algo por revertir eso) vi que no sabían qué otros caminos existían. Me miraron. En sus miradas había un dejo de perdición, de pedido de ayuda, de querer explicar que ellos no querían eso, un “por favor, ¿cómo se hace a esta edad para superar?”

Y por primera vez no traté a un adolescente como un alumno, les hablé desde el lugar más honesto en el que me pude parar, con un mar de lágrimas que me iban por dentro, por esa mujer que está adentro mío que no es vicedirectora solamente, es persona, empatiza, y hace tiempo que entendió la ilusión de la separación.
Les hablé de las emociones, de la necesidad de buscarse, la necesidad de aceptar la familia en la que habían nacido, la necesidad de hablar, abrirse y encontrar. Les tuve que decir, que si esperaban a que sus padres curen el enojo que ellos llevaban dentro, quizás iban a perder la vida en el secundario… y ahí me di cuenta cuán grande somos todos en determinado momento. Y yo siempre creyendo otras cosas tan diferentes. Les conté que analizarse nunca puede ser malo, que preguntarse siempre va a traer hermosos resultados pero no les mentí, no pude mentirles. Les dije que muchas veces ese trabajo y ese “aceptar” es triste y doloroso, que crecer muchas veces es cuesta arriba, pero que el resultado es siempre que se quiere y se hace a consciencia, positivo.

Y ahí estaban ellos, mirándome… sollozando algunos, esos que siempre habían sido una roca, una rebeldía, una coraza… una necesidad de afecto y amor… un pedido a gritos de “no necesito entender matemática, ese no es el problema, esta es la única manera que encuentro para que me presten atención, me miren y me escuchen”. Pero claro, con eso no alcanza, porque los padres miran lo que se ve, no van más allá.
Entonces son horas más que ellos no comparten con sus hijos pero, “estamos haciendo todo lo que podemos”; y “¿qué haces?”,lo mando a particular, va a la psicopedagoga, pedimos un informe en la clínica tal, lo llevé a hacer deporte, lo cambié de colegio, pero nada”. ¿Y ellos mismos? ¿Y darle un abrazo y quedarse un rato largo acompañandolos en la cama, haciendo silencio y compartiendo un momento? ¿Y las horas que no te ve porque vos trabajas para comprarle todo eso que creés y estás convencido que lo va a hacer más feliz a él y a vos un padre más copado?

Aprendí a no enojarme con esto y una vez más, y bien fiel a mi estilo, a convencerme de que algo se puede hacer. Tomé coraje y junté valor y gracias a mi honestidad con educación pude empezar a hablar yo con el corazón. Pude decirle a los padres que mientras ellos no se dejen de mirar a ellos mismos sus hijos no podrán aprender a mirarse a ellos. Que no se trata de hacer lo que crea que debo, sino lo que realmente quiero para ellos. Que lo primero es no pensar en uno, y es pensar desde el amor. “Bloqueo emocional.” Claro, ¿un “bloqueo emocional” que tenga que ver con las matemáticas? ¿Que un bloqueo emocional no me deje aprobar lengua? Como si fueramos partes separadas que podemos solucionar sin ver el todo, el ser humano detrás de esos pequeños ávidos de amor.

Miedo de pedir ayuda, de pedir amor, vergüenza de que me miren como el adolescente que necesita ayuda.
Nunca nos pusimos a pensar de verdad en lo que hemos construido como sociedad. Los hábitos negativos que construimos y la falta de amor que hay en cada relación. Como sistema educativo fallamos constantemente porque todo el tiempo queremos una nota para aprobar, queremos entender que hasta acá va mi límite, mi incidencia.

Hoy, la madre de uno se esos niños con los que compartí mi ser el viernes:

Mamá: Fulanito me dijo antes de que venga a hablar con vos, “si empiezo el psicólogo es gracias a Silvana.”


Sigue más intacto que nunca el deseo de ayudar a cambiar el mundo.

domingo, 23 de febrero de 2014

Flores, Ser...

Me hablaron del capullo, ese que viene antes de florecer. Ese momento hermético donde no hay luz, hay oscuridad, hay un abismo. ¿Si me falta el agua en el medio del camino y no florezco nunca más?, ¿si se olvidan de regarme las maravillosas personas que me hidratan, si el sol no sale, si la lluvia no cae? ¿Y si no devengo en flor?

Me dijeron que era un momento oscuro, lleno de ese cerramiento desesperante donde pensamos que no hay salida. Que es un lugar donde no vemos nada, solo sabemos a ciencia cierta que, si confiamos en la naturaleza, en días, horas, segundos, somos una flor hermosa.

Y son esos momentos donde el ser humano respira, bien profundo, medita, respira de vuelta y deja ir todos los pensamientos referidos a la oscuridad y confía.

Confiar. Confiar y confiar.

Sonreír para recibir la luz del sol a pleno, para ver las flores abrirse, para que el agua nos pegue en la cara y podamos estirarnos aún más.

Sonreír para las miradas ajenas que tanto aprecian nuestra belleza, para la luz que nos baña, para el milagro de estar vivos y poder florecer.

Sonreír porque la semilla propia esta creciendo, porque batallaste heladas, fríos intensos, un calor inhumano que casi quema tus pequeños tallitos y hojas.

Qué placer más grande verse crecer, desde el principio, entenderse en una naturaleza que sabe -y mucho- de ciclos, de circunstancias, de cambios, de estaciones y etapas.

Y como los bebés vamos de a poco dejando asomar una hojita verde, chiquita y frágil que pide a gritos que la miren de cerca. No que la ahoguen con agua, no que la llenen de luz que encandile, una hojita que pide: “mirame, observame y andá fijándote qué es lo que necesito.” Un poco se riega sola, con esa agua que queda en el platito debajo de la maceta, otro poco, cuando el calor es sofocante necesita de ayuda, que la lleven a la sombra, que le den aire, agua y amor.

Y de a poco vamos desarrollando un tallo, débil pero firme, un tallo que pinta grande, robusto, un tallo que quiere ser árbol, pero que sabe que para eso hay que esperar. La primavera es septiembre, aún hay que madurar.

Agua de amigos, luz de seres maravillosos, amor propio que fertiliza y amor universal que sirve para arraigar.

Y en cámara rápida, cuál documental de National Geographic, esa hoja es ya alta, brilla un verde espectacular y ahí vuelve el capullo ese que pronto belleza va a irradiar.

Y de la maceta quiero que me pasen a la tierra para dar lo máximo de mi posibilidad, porque esta semilla es propia pero mis frutos van a quererse propagar.

Y ahí están, mis capullos… listos para florecer, dejando la última oscuridad para ver el fruto nacer.

Quizá debamos estar más atentos que nunca porque la flor no ha de permanecer, es solo el accesorio que antes del paso final nos hará crecer. Con la madurez con que las flores despiden sus pétalos, sus colores más hermosos, tendremos que sabernos despojar, de eso que es transitorio, pero que no hace a nuestra realidad porque lo que define al árbol y su continuidad son sus frutos, ellos son los que nos darán semillas para plantar.


martes, 18 de febrero de 2014

Te amo, Mujer

No debe haber cosa más linda y tranquilizante que sentir el amor de una mujer. Desde que nacemos el abrazo de una mujer, su mirada y su sonrisa nos dan la paz que necesitamos para llegar a este mundo.

El amor de una mujer no tiene comparación con ningún otro. Cuando sufrís, la mujer sufre con vos, tu sufrimiento la atraviesa, la penetra porque tiene el poder de la empatía, de poder sentir y dejar su ego de lado para ponerse en el cuerpo de quien le habla.
Cuando le sonreís, cuando le vibras toda esa alegría que te esta corriendo por las venas una mujer te devuelve una sonrisa gigante y luz en los ojos. Un abrazo, un apretón de manos y seguro que palabras hermosas de buenos augurios para esos tiempos que vendrán.

La mujer vive en cada mujer lo que podría ser ella. 

Cuando una mujer ama a otra mujer desde lo más hondo de su espíritu todo el egoísmo desaparece, todos los rencores, temores y pesares quedan a un lado para disfrutar ese dar y recibir que no tiene otra relación.

Las mujeres que eligen amar a otras mujeres sienten que hay una red de seguridad que las sostiene, que las acompaña, que las guía teniendo siempre en cuenta los deseos del otro.
Un círculo de mujeres es un lugar donde, aunque haya un dolor hondo, podemos reírnos de él, porque en ese lugar nos sentimos a salvo y no sentimos esa necesidad de un amor desesperado, porque se siente que con esa contención se puede vivir eternamente.

El amor de una mujer a la vez se transmite con todas esas mismas cualidaddes: la mujer que ama quiere compartir su sonrisa, su dolor, su adrenalina, su miedo, su preocupación. Quiere contagiar la alegría porque sabe que alegrará a muchos, quiere compartir el dolor porque sabe que todas pueden aprender de eso.

Vivir rodeada de ese amor es sentirse agradecida por haberlo descubierto. Es estar agradecida por saber que uno puede sincillamente SER y desplegar todo el amor que tiene para dar y que va a ser recibidísimo con un sinfín de sonrisas, agradecimientos y consejos de amor de vuelta.


Ojalá nadie se pierda la oportunidad de sentirse este tipo de mujer y encontrarse en estas mujeres maravillosas.

viernes, 14 de febrero de 2014

Cierre Despacio*

“Cierre Despacio”
Significa no sea tan duro. Cierre con un poco más de amor, delicadeza, precaución. Las noches, una tras otra se van haciendo más cortas, se cierran despacio, nunca de golpe, siempre con cautela y sabiendo que no queda nada por hacer, más que cerrar, siempre despacio para amanecer al día siguiente.

“Cierre despacio,” significa que volvimos y todavía tenemos un lento camino a la rutina habitual. Las vacaciones no se cerraron del todo, pero ya se van cerrando las libres alas que nos permitieron volar más allá de cualquier realidad tangible. No se puede escapar a la realidad, siempre hay que volver, pero despacio.

Nunca fui partidaria de los “cierres despacios”, generalmente di portazos para quizá después volver abrir la puerta y pedir disculpas, pero ahora la puerta nunca se termina de cerrar. Como la herida en ese lugar inapropiado, que roza con todo y todos los días se vuelve a abrir, pero cierra, despacio, pero cierra. Gracias a dios que a veces todo cierra.

Me llena de melancolía no ser más una adolescente que pueda seguir en el “pedo líquido” (como diría mi padre) sin culpas. Ese cierre despacio también es aplicable al proceso que la mayoría de la gente que hoy me rodea esta atravesando... estamos CERRANDO muy DESPACIO la puerta de la consciencia como tal, de entender el mundo con una lógica nociva que antes nos servía pero ya no.

Y si yo fuera una puerta, a mí también me gustaría que no me traten mal y me cierren despacio, lentamente, día  a día.


Lo bueno también es asegurarnos de no dejar la puerta entreabierta, se nos puede abrir en el camino y caernos al precipicio.

*Aunque parezca mentira, este texto fue escrito en el año 2007. La foto es una mera causalidad de la vida...o nuevamente, una auto-predicción.

jueves, 13 de febrero de 2014

La despedida de Sonia

“Vos nunca tuviste el compromiso de venir a buscarme y yo nunca tuve el compromiso de esperarte. Ni a eso nos comprometimos” dijo Sonia. Después de decirlo fue que la invadió un dolor inmenso en el pecho. Una picazón desconocida por todos los rincones de su cerebro. Sabía que había enunciado una verdad que la lastimaba, que la hacía enfrentarse a la realidad. Él no pudo decir mucho. Siempre las palabras de ella lo habían dejado atónito. No era que no sabía cómo retrucarlas; la diferencia residía en que ella lo hacía con una agilidad impulsiva casi guinesca y él podía emitir el mismo contenido, pero le llevaría mucha frialdad de pensamiento para alcanzarla.

Después de eso vinieron las dudas. El racconto del tiempo transcurrido. De lo dicho, lo no dicho, lo implicado, lo entendido, lo que siempre les había obstaculizado el vínculo: la interpretación. ¿Cuántas de las cosas ficticias se habían hecho realidad de haber sido tanto tiempo recreadas en sus cabezas? ¿Acaso uno de imaginarse situaciones no se auto-convence de que en realidad existieron? Sonia no volvió a hablar, estaba deshecha en un nuevo maremoto de pensamientos. El médico le había recomendado, que cuando sintiera que el aluvión de pensamientos, hipótesis y probabilidades invadiera su mundo interno, se relaje y descanse -cual enfermo de corazón con un poco de presión alta. Él, como antes dijimos, no pudo contestar y partió.

Sonia lo había imaginado, recreado, pero no; nunca lo había vivido. Nunca creyó que sucedería. Una vez más, confió en que las cosas serían diferentes. Esta vez no tenía por qué salir mal. Creyó entender los motivos por los cuales se sucedían los hechos, pero por momentos temía sucumbir en la culpa. Empezó a perder el control de los recuerdos. Ya no sabía si las situaciones le habían sucedido o no. Recordaba diálogos con lujo de detalle pero al repensarlos se daba cuenta que eran de su propia creación. Tuvo que recurrir a las cosas archivadas que tenía para poder creer en lo que había hecho. Era ese ataque de duda que le agarraba, ese ataque en donde ponía en tela de juicio todo lo que hasta ese día había hecho. Todo lo que la locura de ciencia la había llevado a hacer. Por suerte tenia evidencia tangible, sino cualquiera que no la conoce – y algunos que sí la conocen muy bien- hubiesen jurado que estaba loca.

Él, desde la frase de Sonia parecía haberse quedado mudo. Un estado de sonambulismo lo dominaba. Todo volvía a suceder en cámara lenta, mientras su cuerpo, inerte, se dirigía al auto. Se sentó, apoyo las manos sobré el volante y las miró. Tratando de reconocerlas, tratando de comprender que ese cuerpo era el suyo, que esa actitud respondía a sus decisiones. Sentía ganas de que le pase algo diferente pero no. Ahí estaba, sosteniendo lo que creía le iba a hacer bien. Poca era la fuerza que ejercía la posibilidad de volver a bajarse, tocar timbre decir que quería compartir su “rareza”. Era mayor la fuerza de investigar, de llegar al fondo de ese estado que parecía ser de otro, que parecía ser completamente nuevo en su vida. Puso en marcha el auto, rogando que Sonia no abra la puerta y lo salga a buscar; rogando que Sonia abra la puerta y le pida que la abrace. Respiró profundo, sintió las ganas de llorar ya casi incontrolables, puso primera y arranco. Sabía que no iba a retroceder, pero seguía mirando por el espejo retrovisor como buscando algo… esperando algo que lo haga entender. Entonces sí. Entonces lloró. Lloró con esa fuerza que se llora pocas veces. Le salió el llanto del dolor del nene que se le rompe su juguete favorito y eso parece desgarrarle las cuerdas vocales. Se sentía extraño e incómodo sumergido en ese llanto, pero sabía que no lo podía frenar. Si lo hacía, rebalsaría de amargura y no quería.

Sonia esperó que el timbre sonara, esperó que su celular vibrara. Esperó. Espero con la certeza de que nada de lo que esperaba iba a suceder, muy dentro suyo había entendido que las cosas como estaban ya no podían seguir. Aún así, pasaban los minutos y seguía esperando. No quería que le duela como ya le había dolido antes, no quería aceptar la idea de que él se había hecho –sin querer- tan parte de su vida. Se sentó en la cocina con la mirada perdida, perdida ella toda. Chequeó que el teléfono anduviera bien, que tuviera señal. Pensó en mandar un mensaje diciendo algo, tan sólo algo para recibir respuesta, porque la realidad era que ya no tenía más nada que decir. Las lágrimas vinieron solas, como si fueran parte de un proceso natural. Cada vez que cerraba los ojos las gotas calientes le recorrían las mejillas. Estaba sorprendida porque no tenía esa tos que generalmente genera el llanto, ese espasmo en el pecho que no deja respirar, el “sollozo” como le llaman los más experimentados. Sólo lágrimas. Claro, Sonia no sabía y mucho menos se imaginaba que él también estaba llorando camino a su casa.
Después de un rato de quedarse inmóvil en su shock propio se fue a dormir sin energías para aceptar la realidad que le tocaba. Él mientras tanto seguía llorando, pero no sólo por Sonia, sino por todo lo que le pasaba: porque era la primera vez en su vida que sentía que se había dejado llevar por eso que tanta gente llama emociones. Sabía que estaba llorando tristezas vencidas, otras tantas que ya no tenían fecha de elaboración y hasta tenía la sensación de estar adelantando algunas lágrimas. Llegó y también se fue a dormir, en paz.
La paz reinaba en dos cuartos de la misma ciudad. Dos personas estaban tristes pero a la vez esa tristeza les permitía estar en paz con ellos mismos. No era casualidad que por primera vez en sus vidas se pusieran  primeros, se animaran a pedir lo que ellos necesitaban, a ser los primeros en escucharse; en reclamar lo que creían merecer. No era casualidad. Nada era casual, nada era como siempre, todo tenía el tinte de lo especial, del respeto, de las no ganas de repetir viejas historias. Las ganas de poner a prueba tantas charlas  de demostrarle al mundo que quizás la gente podía ser sincera.

Al pasar los días las fotos que alguna vez habían sido el refugio ante la distancia y el consuelo para la espera se transformaron en el estigma del recuerdo, en el estímulo para la congoja. Ver el nombre del hombre que le había robado tantas sonrisas, tantas ilusiones, que le había permitido volver a tener la ilusión de creer en el amor, y de creer que podía haber otra forma de quererse que no fuera su tosca dureza, le hacía mal. Con él había aprendido a dejarse querer. Había encontrado el gusto en lo trivial, había empezado a convencerse de que no todo era como su soberbia le permitía verlo. Había redescubierto los miedos a que las cosas no funcionen, a que otra persona pueda modificar su estado de ánimo. Tuvo que reaprender a ser compasiva, paciente. Reaprendió a mimar, más no sea por internet, a hacer sentir seguro a otro. Aprendió que aprender no era fácil, volvió a sentir lo que era extrañar. Casi pudo percibir la caricia diaria de tener quien se preocupa por uno. Casi le estallaba el corazón en los momentos en que él le hacía acordar lo que era la sorpresa de una persona muy querida.

Pero ahora todo eso ya no estaba. Había quedado inerte, flotando en los cables de internet. En alguna fibra óptica se hospedaban todas las cenas que iban a tener, todos los libros que se iban a leer. En alguna carpeta temporal quedaban selladas las ganas de besarse, tocarse, acompañarse. Quedaron flotando en la tecnología las charlas cara a cara, los vinos y tantas otras cosas más. Algunas sensaciones habían quedado bien plasmadas en sus manos: el recuerdo de acariciarlo como si no hubiera mañana, el abrazo que los contuvo durante muchos minutos cuando se vieron después de pensarse tanto. La sensación de extrañar y no estar lejos, los cuatro días de lo lindo de estar cerca. Pero todo eso ya no estaba. Sí estaba el nombre, como lo había estado siempre, impreso en una lista, en la pantalla de su computadora. También tenía un oso de peluche, un juego de tazas de café y una cara de comedia, que cada vez que miraba, menos sonrisas le transmitía todo. Pero todas esas cosas, y ese nombre en la pantalla no eran lo peor que le quedaba a Sonia de él, lo peor que le quedaba a Sonia y hacía de sus días por momentos un calvario y por otros un cielo celeste muy nítido era la duda. Sonia se iba a dormir todas las noches pensando qué era lo que el destino le quería enseñar con esto. Quería entender qué había pasado, qué había salido mal. Hubo momentos en que tenerlo tan cibernéticamente cerca le jugaba una mala pasada. Seguido a que ella sentía la libertad de poder hablar con él absolutamente todo lo que le pasaba optó en varias ocasiones por transmitirle su malestar. Se escuchaba cambiando el discurso en un acto desesperado por aliviar su dolor, su desilusión. Le dolía no sólo que no haya sido, sino descubrir que él no era tan maravilloso como lo había imaginado. Jugaba con la situación como su ánimo lo predispusiera. Optó por aceptar las reglas del juego, luego se arrepintió. Se sintió una idiota siendo tan extremista. Luego la invadió una memoria emotiva que fue la visión que la llevó a tomar la siguiente decisión. El mero vestigio de pasar por situaciones similares a su pasado y verse envuelta en actitudes que coartaban su diario transcurrir la llevaron a decidir sacarlo definitivamente de su vida.

Esa actitud drástica y de novela que la caracterizaba. Nunca había sido el cliché de la mujer histérica, no iba a empezar a serlo ahora. Después de creer que las charlas eternas que mantenían por teléfono significaban algo, se dio cuenta que no eran nada. Así fue que un día, escribió un mail largo en el que trataba de explicar lo que ya en ella era un embrollo y acto seguido lo borro de su principal vínculo: msn y skype. Anotó el día y se juró no insistir en pensar en algo que no la llevaría  a nada. Tenía que despedirse al menos de ese tipo de relación con él, de eso que iba a ser, de que todo indicaba que se iba a dar, había desaparecido. Admitió la tristeza del fracaso, el dolor inmenso en el pecho y, por primera vez,  al teléfono con una amiga pudo decir: “es que estoy triste, inmensamente triste y me duele el corazón”.


Era una decisión sincera, no era histérica. No esperaba que genere una reacción pero sabía que en el cliché, quizás la generaba. Él ponía en práctica su estructura fiel, o quizá, seguía siendo más fiel a sus sentimientos: no hizo nada. Cuando leyó ese mail, después de una de las que se transformaría en un debate más sobre su situación con Sonia; no tuvo más que decir. Él también estaba cansado y triste; el temía haberla lastimado y esa idea lo penetraba en lo más hondo de su conciencia. 


viernes, 7 de febrero de 2014

De la cronología a la "tematización"

Y así fue que estando tirada al sol escuchando música empecé a imaginar. La música siempre me ayudó a soñar, a saber que los sentimientos no pasan, que siempre están ahí, a sentir como ese estado de enamoramiento constante o de adrenalina de querer salir a disfrutar todo. Crecemos creyendo que eso en algún momento desaparece, que en algún momento la vida deja de ser mágica; deja de tener ese placer, ese agradecimiento de estar vivo y gozar de emociones. Claro, este estado de enamoramiento cultrualmente solo se puede alcanzar si tenemos un par preferentemente del sexo opuesto. Si hablamos de enamoramiento, hablamos de pareja, siempre. ¡Cuán equivocados estamos! Todo el tiempo queriendo cerrar nuestro lado opuesto con otro. El enamoramiento existe más allá del amor más conocido. El desenamorarte en un área de tu vida puede hacer que te enamores de otra y así entender cómo la vida da vueltas todo el tiempo.

Quizá nuestro problema como seres humanos fue querer ordenarnos la vida cronológicamente cuando lo que deberíamos haber hecho es ordenarnos por temas, por circunstancias, por las ganas la voluntad  y lo imprescindible: LA CONSCIENCIA.

Ser consciente, íntegro y coherente es una de las cosas más armonizadoras a las que deberíamos aspirar. Más allá de ¿cuándo?, ¿por qué no antes?, ¿por qué ahora?

Cuando miro lo cronológico desde lo temático entiendo que antes tenía el deber inconsciente de hacer algo; ahora siento la consciencia de hacerlo. Dos cosas muy diferentes. E incluso a veces me veo en la obligación de empezar a pensar en algo que debería empezar a suceder. Eso de lo cronológico es lo que no nos hace disfrutar, porque todo el tiempo (si no la llevaste a ritmo) estás pensando en dónde deberías estar en ese momento en vez de estar en ese otro.

Cuando uno tematiza la vida entiende el concepto de la sinergia, de la vida misma, que nos va llevando por recovecos uniendo todo con todo, sooner or later. Better later than never… Y se deja llevar por la música que suena al ritmo de lo que queremos escuchar, y si tenemos que escuchar otros ritmos porque no a todos nos gusta escuchar lo mismo al mismo tiempo y pasar por las distintas etapas a la vez, por separado o de a una, deberíamos tan solo acompañar, hacer unas palmas, tararear un poquito y esperar que llegue nuestro tema para cantarlo a los cuatro vientos.


Inspirado en “The interlace structure of Beowulf”

miércoles, 5 de febrero de 2014

La vida en un bolso II



Ahora estoy en Villa Castells doce días. Para variar viste, y no ir comenzando a sentir que puedo establecerme en un lugar. Como que la vida se copa y me dice -cuando me ve que me estoy acomodando en un lugar, que voy durmiendo como cuatro noches seguidas- "no te pongas muy cómoda ni saques todo del bolso porque en un rato nos vamos eh, seguimos yirando, así que ¡a disfrutar! 

Y eso hago. 

Por suerte la vida en un bolso es ahora la vida en un auto. Entonces es más fácil cargar el bagaje. Ahora ya me copé con el tejido, entonces tuve que sumar más colores, materiales, etc.

Y el moverte de lugar hace que se te desestructuren las rutinas propias porque no estás en el lugar que estás acostumbrado a hacerlas. Pero como sabes que vas a yirar, decidís adaptar tus rutinas al lugar. Y entonces te encontrás corriendo por treinta y dos, y agradecés que sea solo una circunstancia. Porque de tanta gente y autos que te pasan por al lado corres, pero a la vez te intoxicas de una manera increíble. 
Pero también te pueda pasar que el lugar te reciba con este verde que compensa todo el ruido del tren que pasa a una frecuencia increíble. De noche también. ¿Tanta gente se toma el tren de noche? Y cuando hace ese ruido que parece la cuchilla eléctrica del carnicero que corta el hueso, es tremendo. Pero el tren tiene su encanto. 
Su cosita

El NORTE, en la esquina. Vivir en una esquina con badén pronunciado. Todo el mundo frena en TU esquina.

Pero insisto, mirá donde te haces una corridita; mirá el mini bosque que te tienen preparado.
Me sorprendiste, Castells, gracias por regalarme un poquito de tu encanto.

Obvio, que el bolso ni lo deshice, si quién te dice, mañana duermo en City Bell.

lunes, 3 de febrero de 2014

Hoy voy a estar triste


Hoy voy a estar triste. Voy a llorar todas las lágrimas que me quiera regalar mi cuerpo. Voy a dejar  caer mis cachetes, mis párpados y sumergirme en esto que todos tenemos que pasar. Hoy seguramente voy a escuchar cada canción, mirar cada rincón y cada uno de ellos me haga acordar a vos.

Hoy voy a repasar en blanco y negro las sonrisas más sentidas que me quedaron de vos. Voy a estar en la playa y voy a ver mi pelo volar con el viento mientras te miraba incansablemtente, te observaba y te amaba mientras tanto. Voy a ver cómo el viento se quiere llevar tu bruma, te quiere desvestir, quiere que lo sientas pasar por cada una de tus venas.

Hoy voy a vernos en colores, soñando un mundo tirados en una cama, voy a encontrarnos entre  netbook y notebook de por medio en ese  mate de mañana que tanto sabía de nosotros.

Hoy voy a despertarme y vas a estar al lado mío. Voy a despertarme y voy a estirar mi brazo y voy a llorar porque no estás conmigo. Voy a mirar la almohada vacía llenando mi corazón de preguntas, mi vida de incógnitas, voy a saber que hoy voy a estar triste.

Hoy voy a escribir toda esta página sabiendo que seguramente será la última de este capítulo como tal, como es y como viene.

Nos voy a repasar en los viajes, cantando, charlando hasta que se nos secara la boca, hasta que las ilusiones y el mundo de fantasía nos chocaran con la realidad de la llegada. Pero todo lo que duraba el viaje, viajábamos, no solo a destino, sino allá, donde nada jamás nos iba a separar ni a entristecer ni a frenar. Porque siempre fuimos igual de optimistas, siempre viajamos y viajamos y vivimos demasiado de los viajes.

Hoy te voy a mirar durante horas, como lo hice todos los días que viví con vos. Te voy a mirar cuando vos no me mirás que es cuando más me gusta verte. Te voy a amar en ese silencio que te amé siempre. Voy a observar mi cuerpo teniendote ahí, al lado mío, descansando, inocente y feliz. Mi cuerpo siempre se encontraba enamorado, feliz de verte, de tenerte, de sonreírte y más feliz aún de ser él quien te despertara con un amor hermoso de nueva mañana.

Hoy voy a repasar cada momento único, cada recuerdo valedero. Hoy voy a llorar. Seguro lloraré mucho, mares de sonrisas, de logros. Hoy voy recordar cómo te acompañé en tantos triunfos, te voy a abrazar en las derrotas. Hoy me vas a abrazar en silencio, como hacías siempre. Me vas a regalar horas de tus ojos negros hablándome sin palabras.

Hoy voy a volver a vivir el no saber nunca qué me estaba deparando la vida con vos.

Hoy voy a volver a sentir que vuelvo a casa y tengo una mesa con velas y cosas ricas esperándome.

Hoy voy a estar triste.

Hoy voy a volver a los bailes que armábamos entre nosotros, la música al mango, los tragos, las picadas, las fiestas. Hoy voy a verme en blanco y negro, en una foto en un asado, sonriendo con toda la gente que siempre creí se convertiría en familia.

Hoy voy a cumplir un sueño al lado tuyo, voy a preguntarte una y mil veces qué te pasa. Hoy voy imaginar cómo sería volver a cocinar para la bienvenida.

Hoy voy a recordar los paseos, los mensajes, las preguntas hermosas que a veces me hacías. Hoy voy recordar cómo te aseguraba que aunque estuvieras loco y todo yo me hacía vieja con vos.

Hoy, cuando me vaya a dormir voy a tratar de poner mi pie debajo de tus piernas, voy a apoyar mi cara en tu pecho cuando me duerma.

Hoy en silencio, y muy despacito, voy a llorar otro largo rato, mientras repaso cuántas veces creí que soñaba despierta.

Hoy voy a estar triste y voy a llorar,

y no vas a abrazarme fuerte y decirme que todo va a estar bien, que vos estás conmigo.