martes, 17 de junio de 2014

My Miyagi, Language IV

Hace casi dos años (a mediados del 2012) estaba por desistir de rendir Lengua IV. Se me estaban acabando las energías, los deseos, la comprensión de ¿para qué? Pero a la vez estaba terminando de cursar una de las materias más densas de la carrera. A la vez estaba convencida de que al año siguiente no vivía más acá. A como diera lugar estaba decidida a que terminaba a distancia o terminaba en la universidad de allá. Papeles pre-inscripción en mano, averiguaciones de equivalencias, llamados telefónicos, deseos de mandar todo a volar de una buena vez. Pero persistí, perseveré, algo me guiaba más allá de todo y un día me dí cuenta que las señales sobraban.

Cuando decido que rendir la “descarga parcial de contenidos” era en vano, que ya no quería saber más nada con estudiar, con esta materia, con nada, en el mismísimo momento en que apilo las fotocopias para retomarlas "en otro momento," suena el teléfono: “Hola, Silvana, soy Sole tu compañera del taller de Lengua IV. Me escribiste que no vas a rendir, la verdad es que… ¡dale, vamos! ¡No perdemos nada! El "no" ya lo tenemos. Yo estoy como vos, soy más grande que vos, hace siete años que la vengo rindiendo, ahora me estoy por casar, no doy más, pero ¡vamos! A mi se me vence. Mirá, yo soy muy creyente y creo que por algo Dios te puso en mi camino, nos cruzamos, dale vamos.” Me siguió hablando de un montón de cosas muy ciertas, de cuánto lo habíamos tratado en terapia, de cuánto miedo le teníamos a esta materia, de lo poco que perdíamos presentándonos. Me quedé muda, sin saber qué contestarle, me pareció un acto de amor enorme, un acto de amor simple, un deseo de verdad de que no me rinda. Un pedido de acompañar, de “si te animás vos, yo me animo.” 

Y así fue que no archivé las fotocopias y al día siguiente me levanté y fui a rendir. Estaba ella, claro. Escribí, tratando de evadir todo el maremoto de pensamientos que implicaba estar ahí de vuelta, por quinta o sexta vez, ya no me acuerdo. Y saber que eso no era el final. Que aprobar eso todavía no significaba haber resuelto el karma, no significaba que iba a poder dejar de remar con la fuerza que venía remando. Significaba que si aprobaba se venían los rápidos y el momento donde la mente más clara y sana iba a tener que estar para no sucumbir.

Ese lunes rendimos el escrito, el ensayo. Me pedí los días en el trabajo y me interné a estudiar la teoría que se rendía el jueves. Traté de solo pensar en teoría.
Llegó el día y voy a la facultad al encuentro de Sole y de mi pequeño angel/demonio que siempre estuvo allí desde mi vuelta a la facu. Dieron la lista de aprobados, ninguna de las tres aparecía. Nos miramos. La profesora dice “ah, no y Mucelli, ¿quién es Mucelli? You passed (aprobaste).” Mi mundo se dio vuelta en un segundo. La historia por primera vez no se repetía. El universo me había mandando un angelazo para decirme que era el momento para rendir, y ella, ella desaprobó. Y no sólo eso, sino que después de eso casi no la vi más. Pero le agradecí mucho o espero haberlo hecho, porque de no haber sido por Sole yo nunca hubiese ido a rendir, y no hubiese aprobado esa instancia. Tampoco sé hoy si aprobó. La llamé, la llamé, le escribí pero estaba por casarse y después de todo no éramos muy amigas. 

A los tres meses, dos, no recuerdo, la rendí. Rendí el final. Lloré tanto, tanto ese año, no creyendo que me fuera posible superar tamaño obstáculo.
Pensar que en ese momento solo le pedía a la vida aprobar Lengua IV. Le escribí a Sole para agradecerle, para contarle.

Hoy, casualmente, hace dos años de eso y uno que me estaba empezando a volver de Mar del Plata. Qué casualidad, ¿no? Dos momentos donde el universo me mandó señales claras de por dónde tenía que ir mi camino.

Y siempre y como siempre confié, confié con mucha fuerza en que todo iba a estar bien.


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