Hace casi dos años (a mediados del 2012) estaba
por desistir de rendir Lengua IV. Se me estaban acabando las energías, los
deseos, la comprensión de ¿para qué? Pero a la vez estaba terminando de cursar
una de las materias más densas de la carrera. A la vez estaba convencida de que al
año siguiente no vivía más acá. A como diera lugar estaba decidida a que
terminaba a distancia o terminaba en la universidad de allá. Papeles
pre-inscripción en mano, averiguaciones de equivalencias, llamados telefónicos,
deseos de mandar todo a volar de una buena vez. Pero persistí, perseveré, algo me
guiaba más allá de todo y un día me dí cuenta que las señales sobraban.
Cuando decido que rendir la “descarga parcial
de contenidos” era en vano, que ya no quería saber más nada con estudiar, con
esta materia, con nada, en el mismísimo momento en que apilo las fotocopias para
retomarlas "en otro momento," suena el teléfono: “Hola, Silvana, soy Sole tu
compañera del taller de Lengua IV. Me escribiste que no vas a rendir, la verdad
es que… ¡dale, vamos! ¡No perdemos nada! El "no" ya lo tenemos. Yo estoy como
vos, soy más grande que vos, hace siete años que la vengo rindiendo, ahora me
estoy por casar, no doy más, pero ¡vamos! A mi se me vence. Mirá, yo soy muy
creyente y creo que por algo Dios te puso en mi camino, nos cruzamos, dale
vamos.” Me siguió hablando de un montón de cosas muy ciertas, de cuánto lo habíamos tratado en terapia, de cuánto miedo le teníamos a esta materia, de lo poco que perdíamos presentándonos. Me quedé muda, sin saber qué contestarle, me pareció un acto de amor
enorme, un acto de amor simple, un deseo de verdad de que no me rinda. Un
pedido de acompañar, de “si te animás vos, yo me animo.”
Y así fue que no
archivé las fotocopias y al día siguiente me levanté y fui a rendir. Estaba
ella, claro. Escribí, tratando de evadir todo el maremoto de pensamientos que
implicaba estar ahí de vuelta, por quinta o sexta vez, ya no me acuerdo. Y
saber que eso no era el final. Que aprobar eso todavía no significaba haber
resuelto el karma, no significaba que iba a poder dejar de remar con la fuerza
que venía remando. Significaba que si aprobaba se venían los rápidos y el
momento donde la mente más clara y sana iba a tener que estar para no sucumbir.
Ese lunes rendimos el escrito, el ensayo. Me
pedí los días en el trabajo y me interné a estudiar la teoría
que se rendía el jueves. Traté de solo pensar en teoría.
Llegó el día y voy a la facultad al
encuentro de Sole y de mi pequeño angel/demonio que siempre estuvo allí desde
mi vuelta a la facu. Dieron la lista de aprobados, ninguna de las tres
aparecía. Nos miramos. La profesora dice “ah, no y Mucelli, ¿quién es Mucelli?
You passed (aprobaste).” Mi mundo se dio vuelta en un segundo. La historia por
primera vez no se repetía. El universo me había mandando un angelazo para
decirme que era el momento para rendir, y ella, ella desaprobó. Y no sólo eso,
sino que después de eso casi no la vi más. Pero le agradecí mucho o espero
haberlo hecho, porque de no haber sido por Sole yo nunca hubiese ido a rendir,
y no hubiese aprobado esa instancia. Tampoco sé hoy si aprobó. La llamé, la
llamé, le escribí pero estaba por casarse y después de todo no éramos muy amigas.
A los tres meses, dos, no recuerdo, la rendí.
Rendí el final. Lloré tanto, tanto ese año, no creyendo que me fuera posible
superar tamaño obstáculo.
Pensar que en ese momento solo le pedía a la
vida aprobar Lengua IV. Le escribí a Sole para agradecerle, para contarle.
Hoy, casualmente, hace dos años de eso y uno que me
estaba empezando a volver de Mar del Plata. Qué casualidad, ¿no? Dos momentos
donde el universo me mandó señales claras de por dónde tenía que ir mi camino.
Y siempre y como siempre confié, confié con
mucha fuerza en que todo iba a estar bien.
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