jueves, 25 de abril de 2013

Comienzo/Fin*


EL fin de un amor adolescente.  
El fin de creer que sólo vemos lo que hay.
El fin de saber que no todo es como siempre creímos que era.
El fin de vivir las cosas a través de nuestros padres.
El fin de una visión marcada por una vida previa, por preconceptos infundados,
El fin del idealismo.
El fin de la confianza ciega,
El fin del amor eterno,
El fin del príncipe azul,
El fin de la vida lejana,
El fin del eximirse de tareas,
El fin de la no responsabilidad.
El fin de evaluar con la mirada, de juzgar con la cabeza, de entender con el corazón.
El fin de un ciclo,
El fin de la inocencia,
El fin de la era adolescente.

El comienzo de un lugar en dónde todo depende de uno.
El comienzo de la valoración de algo más que lo que se ve.
El comienzo de aprender a elegir.
El comienzo de aprender a valorar.
El comienzo de la creación de una escala de valores propia, única e irrepetible.
El comienzo por la lucha de los ideales q por un momento parecieron  tener un fin.
El comienzo de la independencia.
El comienzo de la puesta en práctica de tanta experiencia, de tanta teoría.
El advenimiento de la vida lejana de golpe.
El comienzo de la realización personal,
El comienzo de buscar los medios,
El comienzo de la claridad de objetivos.
El comienzo de la creación de la personalidad.
El comienzo de querer saber hacia dónde vamos.
El comienzo de aprender a compartir.
El comienzo de aprender a entender, a controlar,
El comienzo de saber que no podemos dar lugar a todos los caprichos, ni a todo lo que se nos cruza por la mente.
El comienzo de aplicar la palabra “convivir”.
El comienzo de la relativización y el análisis cauteloso.
El comienzo de las ganas de la estabilidad o del miedo a la no estabilidad.
El comienzo de la vida adulta:
el comienzo de ser el dueño de tu propia aventura. 

*2010/2011 apróx

Lastimadura *


Me lastimé hace años. Se me hizo una lastimadura grande, una de las más grandes que tuve en todo mi cuerpo. Cerró. Tardó mucho en cerrar, tardó miles de lágrimas, otro millón de suspiros. Tardó un montón de llamados desesperados; tardó encuentros consuelo; tardó lo que se tarda en curar… tardó lo que se tarda en aceptar que nuestro primer amor acaba de pasar a otra etapa de la vida.

Me lastimé hace un poco menos de años, de vuelta, en el mismo lugar. Ya a esta altura la herida anterior estaba cerrada, pero la marca no había desaparecido. Ahí estaba yo, lastimada nuevamente, derramando sangre en un lugar donde ya lo había hecho. La piel estaba cada vez más sensible, pero yo, yo me iba acostumbrando cada vez más al dolor. Ahora el dolor ya no era tan agudo, aunque la herida fuera igual de profunda… la anestesia iba creciendo; la analogía y paralelismo de la vida. Aparecieron otras heridas, de otras veces que me lastimaba pero no con lo mismo. Heridas más pequeñas, de esas que dejan las amistades que también pertenecen a esa época del primer amor.

Me lastime hace un año. Ya no sé qué herida había cerrado y cual no. Ya no sabía cuál de todas era la que se borraba con esta última. Ya no sabía de cuál herida me salía sangre, si de la primera -la más grande y profunda-, si de la segunda (no tan grande pero igual de profunda); o si de la tercera (mucho más pequeña pero otra vez, de una profundidad dura). Una profundidad que se alcanza sólo cuando se esta dispuesto a dar un empujón enorme. Una profundidad que toca tejidos delicados, que hay que cuidar que no se infecte, y que hay que curar con suma dedicación y cuidado para que “no queden marcas”
Si las heridas de amor fueran como las quemaduras de agua hirviendo sería todo tanto más fácil. Se pone todo rojo, duele, arde, quema…luego se cae la piel, de madura, de que ya no pertenece, ya no sirve más… y ahí, en el fondo, debajo de toda esa piel inútil esta ella… la que va a venir a quedarse para siempre.

Tengo una marca enorme, una cicatriz que parece cerró. Ahora sucede que ya casi no siento nada, o que de tanto miedo que tengo a que me lastimen el mismo lugar, no dejo que ni siquiera me roce con nada esa parte del cuerpo. A veces siento que me tira la herida… o en determinados días me late, o molesta. A veces, sólo a veces… extraño lo que es sentir el miedo de que se me vuelva a abrir. 

* 2008

Impotencia *


Si pudiera tener control sobre algunas cosas la vida sería más simple y menos ofuscada. Podemos sentir el peso de la impotencia, y saber que es imposible levantarlo. LA impotencia pesa toneladas, ejerce presión sobre la mente huma. Nos pesa millones de quilos, nos pesa horas de maquinaria mental. La impotencia no tiene solución más que en el proceso interno de uno mismo, la impotencia no se va con una puteada, no se va con la ira, no se va con romper todo, no se va con nada. La impotencia tal vez se vaya con el tiempo, con el correr de los días o lo que es aún peor, quizás se potencie, la impotencia. La impotencia es eso, es potencia que no se puede ejecutar, que no se puede ejercer, la impotencia significa algo reprimido, “me da una impotencia”, la impotencia es poder hacer de todo por algo o por alguien, pero saber que todo es en vano, o que por algo no lo podes hacer.
impotencia.
(Del lat. impotentĭa).
1. f. Falta de poder para hacer algo.
2. f. Incapacidad de engendrar o concebir.
3. f. Imposibilidad en el varón para realizar el coito.

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En este caso, claramente, sería aplicable la primera, pero la 2 y 3 no dejan de estar íntimamente relacionadas con la impotencia. Seguimos hablando de una incapacidad, de una falta de poder. Y no es que uno no tenga el poder interno, sino es que no lo puede exteriorizar por algún motivo.
Hoy soy impotente, y no porque no pueda concebir, o no pueda realizar el coito, sino porque me falta poder para dirigir mis propios actos, para controlar algunas cosas. Y lo peor de todo, es que creo desde la génesis humana son, en diferentes medidas, incontrolables: las emociones.

* Texto escrito alrededor del 2007 publicado en mi blog anterior

sábado, 20 de abril de 2013

Bendita Mudanza


Resulta que esta debe ser la mudanza más larga en la historia de mis mudanzas. Mejor dicho, no sé si es la más larga lo que mejor la describe, es la más en cuotas que hice. Porque convengamos que hay distintos tipos de mudanzas: la primera -esa que hacés cuando te vas de lo de tus viejos es generalmente la  primera tuya solo y es una de las más largas. Porque si ya te mudaste con tu familia la consigna era clara: te llevás todo, de acá nos vamos. Pero cuando te vas de lo de tus viejos, tu viejos siguen siendo tus viejos y entonces dejas cosas que “luego” vendrás a buscar. Ropa que todavía no te llevas porque no tenés placar, no estás acomodado y “bueno, ya la vendré a buscar”. Y, en realidad, es una buena estrategia para no decidir entre “lo regalo, no lo regalo”.  La mudanza de lo de tus viejos es en cuotas pero más esporádicas –a menos que ellos se muden, claro- pero uno de vez en cuando, en algún almuerzo en que la casa de los viejos es la “sede central” busca alguna que otra cosita que se olvidó. A veces bajo la presión insoportable generalmente de la madre, tiene que ordenar y ponerse a mirar y tirar lo innecesario y trasladar a la propia casa (donde sabe que ya no le entra nada) lo que quiera quedarse. Y así uno quizás nunca se mude del todo de la casa matriz, qué loco, ¿no?

Después hay otras mudanzas, las del medio. De lo de mis viejos me mudé a vivir sola. Ahí fui más o menos inventariando un poco mi vida, mis haberes. Empecé a tener propiedades copadas como una heladera y un claro panorama de qué cosas resultaron ser tan importantes como para mudarlas. De a poco fui acomodando, fui tirando más. Cuando ordenas una vez que te mudaste se viene otra selección. Ahí te sincerás una vez más con vos misma y te confesas con una honestidad brutal, súper triste pero real, que esa remera, ese pantalón te quedaban hermosos a los veinte, pero ahora ya no y aunque te entrasen, tu cuerpo ya es otro, hay que regalarlo, hay chicas a quienes les va a quedar mejor o incluso lo necesiten. ¿Y los recuerdos? Problemón. Nunca se sabe bien cuánto se recuerda por lo que uno tiene material frente a uno y cuánto por lo que ese recuerdo permanece en nuestra memoria. A fuerza de mudanzas no sabés cuánto ampliás tu disco rígido en la memoria del corazón y el cementerio de pasado. Te jurás que te vas a acordar, que no necesitas la entrada al cine de tu primer novio; que las tarjetas de ir a bailar ya pueden pasar a otro tiempo y que el collarcito de chupetes de colores transparentes quizás le vengan bien a un niño. ¿Se lo vas a mostrar a tu hijo? Hasta qué casa lo vas a llevar (porque encima si sabés que te quedan unas largas mudanzas por delante, tirás el triple, para ahorrarte en cada mudanza este conflicto, esta tremenda decisión) Y allá van las billeteras que amabas y te comprabas, las cartucheras, los papeles de cartas… Los álbumes de stickers NO. Con eso no. Todavía no pude.

Y ahí cuando vivís sola, en el día a día, vas comprobando qué cosas querés tener cerca y cuáles lejos. Te das cuenta que algunas cosas no te importa como sean, lindas, feas, hay que tenerlas y a “pan regalado no se le miran los dientes”. Entonces te quedás con cucharones de la prehistoria, jarras que no son de las más lindas pero súper funcionales. El colador que venga como sea mientras venga. Toallas viejas son bienvenidas, no me importan ni me importará nunca la estética de las toallas ni de las sábanas. Mientras estén limpias. Y así amás poder poner la yerba en tu mate turquesa, de tu pava turquesa y sacás la yerba de ese frasco a lunares que hace un año lo tenés adentro de la heladera nueva desenchufada en casa de tus padres sin usar, donde vas metiendo todo lo que estas acumulando, todo lo que en definitiva será tu casa. Porque la casa es lo que lleva dentro. Y ahí sabes que esas cosas son tu base, tu “expectativa mínima”. Sabés que sin tele con DVD (no querés canales) no podés vivir. Sabés que la música tiene que estar, internet también. En esa época sabía que era una ducha, baño, tiempo después comprobaría que podía vivir aún con menos.
Y así fue que de mi inventario casi recién terminado me fui a convivir. Esa mudanza fue fácil, muy fácil en cuanto a dejar el lugar. Había que embalar TODO. Hacía un año que me había mudado, no había necesidad otra vez de la clasificación de productos, creía yo. Todo adentro. Llegamos… no entra todo, hay poco lugar, es decir, ahora el lugar se comparte… Tuve suerte, el lugar al que me mudé no tenía casi nada con lo cual conservé “mi casa”. Mi mesa, mis sillas verdes, mis cortinas a lunares, mi conejo del cual sale algodón de la colita –mejor dicho, el algodón es su colita- mis frascos, mi vajilla, mi heladera. Me fui con todo ahí, por suerte mi conviviente aceptó feliz toda mi familia. Esa familia que es casi toda hoy la que siempre quiero que esté conmigo. En esta mudanza se sumaron amigos, porque ahora éramos dos. Ahora la mudanza era de a dos. Un juego de sillones de algarrobo hermosísimo -feliz de recibirlos como parte de mi patrimonio. Luego también llegó un placar, un lavarropas (primera adquisición en sociedad). Y así conformamos una casa feliz, con trofeos negociados, tratando de esconderlos cada día; con canchas de básquet colgadas de la pared, con mates de adorno. Tratando de que la casa no pierda el estilo, tratando de que mi casa siempre parezca mi casa.

Después de esa nos toco mudarnos a la casa quinta de mis padres que con un amor desmedido nos ofrecieron y nosotros sin dudas agradecimos y recibimos. Primer mudanza rara y el lugar donde viviríamos era raro. Todas las mudanzas a lugares que no son propios tienen esa tristeza, o no sé cómo llamarle inicial y permanente de que “no es tu casa”. Pero ¿qué es tu casa? ¿Por qué no es tu casa? ¿Qué te impide que el lugar no sea tuyo? Bueno, por suerte uno aprende con el tiempo a hacerse de todos los lugares su casa sin “intervenirlos” (que top que estuve, aunque ahora “intervenir” significa eso, compartir el lugar sin modificarlo). Hay dos cosas claves que te jode hacer como pintar, agujerear. Pero el agujero se tapa, lo tapan (lo comprobé en la primera mudanza) y la pintura, de todas maneras tenés que volver a pintar antes de dejarlo. El que no sea tu casa es perjudicial en cuanto a que no podemos ver las cosas como definitivas y creo que eso es lo que más nos molesta. Pero si lo vemos como algo positivo, como la capacidad de adaptarnos, la capacidad de mutar, de convivir, de hacerse de lo poquito que a uno lo hace sentir en su casa es una experiencia genial. De tanto mudarme aprendí a despojarme de muchas cosas, a no depender de tantas cosas materiales para mi felicidad. Es como que comenzás a revalorar lo simple, lo sencillo, la realidad de convivir con lo necesario.

Acá, convivíamos con muebles que ya existían, con una casa habitada. Las intervenciones tenían que ser cuidadosas y en algunos casos convivir con lo más feo. Pero el lugar era hermoso y no tardamos, sólo con dos cortinas a lunares, el horóscopo chino colgado de la cortina y la máquina de coser nueva antigua en comenzar a sentirnos en casa.
Creo que la más difícil y en la que no logré sentirme en casa fue (y preparate porque me caigo redonda cuando lo escribo) cuando tuve que ir a vivir a 36, a mi casa de origen. Una casa enorme, con muebles tan lejos de mi elección, con disposiciones incómodas para mi gusto. Con una dificultad para ver las cosas en un ambiente o armonía. Mucha distancia entre todo. Una cosa buena de las mudanzas: que te vas armando tu casa ideal gracias a todas las casas previas en las que viviste: ya viviste en una con dos plantas, mmm, no te copa mucho, pero la pieza arriba con la vista… puede ser. Viviste en una casa con la cocina llena de estantes, es hermoso pero súper sucio. Tuviste bañadera súper grande, cadena de todo tipo. Tele en la pieza, tele en el comedor. Ventanas grandes, chicas, pequeñas. Y eso ayuda y mucho.
De 36, gracias a dios a los tres meses volvimos a la casa quinta. Volvimos a ese lugarcito que tenía mi frasco. Estuve tres meses sin nada que sea de mi casa. Ni mis frascos, ni mis cortinas, ni mi escritorio con mi amplificador enchufado…nada. Creo que me salvó que en 36 estaba la máquina de coser de mi abuela. Eso me hizo sentir en casa. Y la usé, mucho. Eso sí, tuvimos aire acondicionado en la pieza, plasma con el cable ese que te grabás las novelas… ¡Impagable! Me miré toda la tele que sabía luego no iba a poder mirar. Me miré todos los documentales de NATGEO en HD habidos y por haber. Obviamente, como siempre, me divertí. Tiré muchísimas cosas viviendo en casa de mis padres. Muchísimas. Esas que habían quedado de la primera vez que me había ido. Creo que más que tirar uno guarda en su memoria y entiende que eso que palpa con las manos no es más que una representación física de todo lo que pasa por dentro.

Casa quinta again, ya con más ansias de tener la casa propia. Ya  sabiendo que era el último año. Pero aun no sabíamos bien de qué. Ojo que las mudancitas por tres meses fueron estresantes igual. Llevamos sólo lo de todos los días, la ropa, toda la ropa. El cansancio de mudarse se iba a acumulando.
En la casa quinta nuevamente, ordenando de nuevo se fueron más cosas. Muchas más. Una cosa de cada cosa. Nada de dos destapadores, nada de dos abrelatas. Nada de dos de nada. ¿Para qué? Esa costumbre que tenemos de derrochar. De tener platos para todos los días, platos para cuando viene gente, platos para cuando… ¡nada de esperar! Que todos los días la mesa se vea hermosa, que todos los días mi casa esté linda y yo use todo lo que me da placer. Nada de dejar los perfumes caros para las fiestas. ¿Cada cuanto tenés una fiesta? ¡Dejá de hinchar! Nada de más, todo ahora y para usar. Algunos adornos o “cirujeadas” tenían que esperar… no podés poner todo en una casa que no es tuya y que encima prontito te vas.

De ahí vino esta última y quién te dice que viene siendo la más fácil pero más difícil a la vez. Es la mudanza que más hice en cuotas. Porque la variedad de lugares que fui considerando mi hogar hicieron que todo se complique un poco, o lleve más tiempo. Llegamos al mangrullo, creo que no tardé más de 10 minutos en colgar unos banderines, una repisita y poner todos mis frascos de especias ahí. También puse mi cosito para el baño, eso que se pone para el jabón, algodón, chucherías. En la parte de arriba puse mis totoras, un mantel a cuadros y fui sintiéndome en mi casa. La carpa lamentablemente no tiene nada que decorar. Traje dos cajoneras y fui poniendo la ropa ordenada. Pude tener la ropa mínima que me gusta tener y eso fue bueno. Pero mudamos poco y nada.
De acá, de 45 días en carpa volví a la plata y traje el primer viaje-mudanza. Ahí vinieron los platos, vasos, ollas, y los ¡frascos! Me faltaban mis frascos. Lo primero que compré para mi convivir. Lo primero que sabía que quería que fuera parte de mi vida todos los días. Y qué feliz me hace que estén siempre ahí. También tengo la bandeja como tejida color roja que me regaló mi hermano y cuñada cuando me fui a vivir sola. La amo. Me hace la cocina. Pero todo eso fue al departamento de Mar del Plata. Porque acá in the Calet, no había donde ponerlo. También, obviamente vino un poquito más de ropa, la impresora. Algunos libros más. El velador, la licuadora y la batidora. El departamento. Semanas después nos enteramos que podíamos venir  a vivir acá. Esta casa por suerte estaba amoblada pero no mucho. Entonces se puede combinar. Y lo que tiene la hace rustica, y eso me cae bien. Pero hubo que mudarse otra vez, de Mar del Plata acá. Más ropa que va y viene. Más cosas que vuelven a envolverse. ¿Querés que te cuente de las lanas y las totoras? Odio profundamente tener mi stock de tejido dividido. No me gusta, quiero que todo esté conmigo. Todos los colores, todos los tamaños de agujas, todo. Cuando uno crea no sabe por dónde le va a venir la inspiración. Uno no sabe si va a querer el rojo, el verde, el fucsia. Entonces traslado todo a donde voy. Al mangrullo, cuando estuve en carpa, me traje el 70 porciento de mis cosas. Dior me castigó, mis suegros dejaron el tanque de agua abierto y se me mojaron todas. Je. ¡Divino! Toooodas las totoras esparcidas por el parque secándose…

Todavía hay cosas en Mar del Plata, en la casa quinta, en 36… Cada viaje a la plata es un auto lleno de cosas. El segundo fue ropa, más totoras. Auto lleno con cosas que yo había llevado para vender. En este tercero nos trajimos la tele con el DVD. Golazo de media cancha. Me traje las pelis milenarias, que como después tuve tele nunca más les di bola. Cuando yo me fui a vivir sola no tenía tele, entonces me grabé miles de pelis y recitales, porque yo quiero que la gente venga a casa a comer y vea recitales, siempre soñé con eso. Tengo series grabadas que ya vi pero que volvería a ver. Cds que escuchaba en esa época que tampoco tenía equipo de música, entonces el DVD con la tele eran mi reproductor de música. Hoy me encuentro en una situación muy parecida a esa y escuchar la música que escuchaba en esa época me hizo recapitular cómo esta vez se siente tan parecido a esa donde yo por primera vez me sentí en mi hogar.
Esta tampoco es mi casa definitiva, pero creo que la próxima ya sí lo será. Ahora la cercanía es enorme. Es disfrutar de mi casa en el lugar en el que siempre soñé tenerla. Entonces parece mentira que el frasco, ese que fue comprado para “mi casa”, esta que está a dos cuadras, haya llegado a la caleta. Y no quiero un frasco nuevo, no me regalen un frasco, este me encanta. Agradezco haberme mudado tanto porque entendí cómo nos convencen de comprar, cambiar renovar. No. Hay cosas que no necesitan ser renovadas, sólo hay que tener lo que nos hace bien, ese detalle que hace de las paredes nuestro hogar, de nuestra pieza el lugar donde dormimos. De nuestro comedor el lugar que nos hospeda todos los días. La casa es eso que uno lleva de acá para allá, eso que uno pone en aquel o tal lugar para sentirse en un mundo donde “huele a uno”.

Creo que esas cosas pueden ser pocas, ser significativas y llenarnos de “hogar”. Al traer la tele y el DVD me volví a encontrar con ellos y con ellos toda la música que había quedado sin escuchar. Toda la música que por culpa un poco de la tecnología perdí. Como siempre nos achanchamos en lo cómodo y ya no ponemos un CD. Escuchamos la música de la compu y ya. Encima cambiás de compu, esa que tenía millones de discos y cuando te comprás una más chica y no tenés cómo pasarla… te va quedando. Y seguís escuchando música pero los clásicos a veces quedan.  O esas bandas que escuchaste fervientemente por un tiempo y como no las tenés a mano a veces dejás de escucharlas. Volver a escuchar todos esos discos me hizo volver a ese momento donde emprendía la emancipación, la elección. Donde empecé a elegir cómo dónde y cuándo quería vivir. Me hizo acordar a cómo lo que salió de allá, llegó acá. Y acá estamos. No es la última, aún no, pero ya por lo menos tengo mi casa, bien conformadita, no me falta nada, sólo las paredes, dónde poner las cosas porque lo que es mi casa ha ido viajando conmigo de hogar en hogar y espera con ansias anclar en el propio y tener un poco de descanso. 

jueves, 18 de abril de 2013

Mientras tanto...


Mientras las lentejas están en el fuego con su guiso correspondiente cocinándose a un fuego lento y tranquilo. Mientras hiervo las berenjenas para el futuro escabeche que haré. Mientras tengo las peras bañadas en azúcar para la segunda edición de mermelada de pera. Mientras pongo las piñas en la salamandra y prendo el fuego. Mientras hago un licuado de pomelo exprimido con agua. Mientras la música no deja de acompañarme un solo segundo, a un volumen alto, a ese volumen que casi te obliga a irte con ella a ese mundo donde sólo la música te puede llevar. Mientras mi amado compañero corta la leña afuera cual leñador y luego se ensimisma en alguna tarea de su interés de la misma manera que yo con mi mundo es que entiendo cuánto había esperado este momento.

Uno a veces pasa mucho tiempo de su vida esperando un momento y cuando llega rápidamente quiere otro momento de la vida y entonces no disfruta, no saborea ese que tanto anheló, ese que tanto deseó y ese momento que estaba seguro iba a llegar. El ser humano tiende a tener esa necesidad de anhelar siempre lo que no tiene, lo que le falta, esa costumbre de ver siempre el lado oscuro de las cosas, “the dark side of the moon”.

Creo que tanto deseé este momento y tanto temí que eso me suceda que traté de comprender por qué nos sucedía eso antes de venirme, porque le tenía mucho miedo a querer más. Al después, al ¿y ahora qué? A veces pienso que aún no tengo mi casa porque en ese punto algo enorme y genial se termina. Pero por otro lado, siento que estuve años de mi vida luchando contra ver la vida de esa manera, luchando contra el concepto de querer siempre más, contra la idea de no disfrutar.

El esfuerzo que hacemos es enorme, las cosas que hacemos para llegar a alcanzar nuestros placeres más deseados a veces nos cuestan enfermedades, bajones, enojos, peleas. Y, ¿vale la pena que luego de todo eso no podamos mirar hacia atrás y descansar del camino? A veces corren las voces de la necesidad, la preocupación, la urgencia. A veces los fantasmas de lo que falta borronean el hermoso paisaje.

Tomar mate en el medio de un bosque luego de seis horas de trabajo seguras por un tiempo importante coronó el cuadro. Entender muchas cosas hace que aún más haya valido tanto la pena todo. Pensar y repasar cada instante, cada decisión tomada, confesarse que algunas cosas hubiera hecho diferente, otras no las cambiaría por nada del mundo da paz, equilibrio y armonía; estar todo el tiempo en diálogo con uno, con los deseos más íntimos y profundos de cada uno.

Mientras me siento a escribir con mi trago en la mano y la música sigue llevándome a la reflexión y al desahogo entiendo que hay mil vidas por vivir. Que hay miles de mundos que uno no conoce, o que se va a perder y eso me alucina. Para las personas que la intriga no es parte de su ADN, para aquellos que no tienen la vara de la curiosidad muy alta esto no es un problema, pero para los que queremos saber de todo, puede ser un problema. Entiendo que encuentro en la vivencia, en la experiencia, en el cambio una fascinación que no creí que sería tal.

Descubro un mundo que sabía me iba a entusiasmar y enamorar (porque si no, no me habría aventurado a él) y pienso cuántos “mundos” no conozco y cuántos más conoceré. Había reglas, costumbres, formalidades que nunca había imaginado y, por ende, que me sorprendieron y dieron vértigo al viaje: se dice la oración a la bandera cuando se sale del colegio. No me la sé, me sale el padre nuestro. Se designan profesores para los actos escolares, me tocan como tres y en uno tengo que hacer las “glosas”. No sé qué son, pero no suenan bien. Trabajar la tierra es una de las cosas más fascinantes que hay: de una semillita ínfima sale algo tan grande como un repollo. De tu tierra, con tus manos, con tu riego. Más sano, imposible. Los alumnos aún se paran para recibirte en el aula (no en todos lados), el sistema educativo me desespera y se roba horas de mis pensamientos.

Mientras planifico descubro que el sistema educativo no sólo se roba horas, sino que se roba energía, pasión, se la lleva. Me doy cuenta que elegí bien. Que elegí muy bien. Y eso merece un brindis. No me quiero desalentar porque vine a cambiar el mundo, al menos desde mi mundo. No quiero creer que tengo que conformarme y aceptar las cosas que no me gustan. Por eso estoy acá.

Mientras escribo me doy cuenta que ya ni sé que puse al principio porque de tantas cosas que tengo en la cabeza no puedo poner en claro una. Tengo en claro que si tuviera que definir qué es la vida, creo que podría ser algo como “el conjunto de experiencias que uno atraviesa a través de lo que dura la vida biológica”. Vida hay una sola (o no) pero dentro de esta se pueden vivir muchas, se pueden experimentar varias, y creo que vivenciar y no imaginar es lo que yo necesito para vivir. No aguanto los “what if…” Pero a la vez sé, que no tengo que querer siempre más porque entonces no podría disfrutar de todo esto. 

Entonces, por el momento, entenderé que aquí quise llegar, que ahora estoy en este lugar y que hago de él mi momento en el mundo… entonces recuerdo que tengo las lentejas en el fuego y que debo ir a comer.

jueves, 11 de abril de 2013

El riesgo de naturalizar la lucha por la utopía.


Aún no consigo depositar en palabras el nudo que hace días tengo en mi garganta. Escribo y borro. No me siento con derecho a escribir. No me salen claras las ideas. Calculo que la mezcla de sensaciones se apodera de mí y no me deja entender del todo lo que sucede y lo que me sucede. Todos los factores que atraviesan al sistema parecen presentarse ante mí y unirse en una sinergia clarísima. Pero a la vez pienso si no me genero la propia lógica para apaciguar mis dudas y mis acumulados "por qués." Que el mundo se haya convertido en un monstruo tan voraz, tan insensible, me horroriza. Que no eduquemos para la libertad me preocupa. Que no nos importe nada si no nos afecta directamente me aterra. Cuán presos hemos sido algunos del egoísmo desmedido. Sólo por no saber lo placentero que es ver cómo alguien progresa y se auto-supera y recupera la confianza en sí mismo cuando uno con una sonrisa dedicada le explica y ayuda con las herramientas que el otro necesita. La zona de comodidad nos consume. Miles de razonamientos contradictorios me persiguen, ganas de gritar al mundo que se puede vivir de otra manera me atormentan. Me siento nada. Una pulga gritando en un mundo de gigantes sordos. Mi visión es romántica, como dice una  amiga. Es idealista, como diría mi padre. Qué impotencia, qué tristeza y qué desilusión. Pero no puedo escribir. Quiero pensar cómo hacer. ¿Alcanzaría con sentir que me salvo yo sola? ¿Acaso no es infinitamente pedante creer eso? Intento buscar algún texto que me represente y me doy cuenta que hace días que Freire ronda en mi cabeza. Una y otra vez. Y me doy cuenta que las señales están, que la vida nos muestra cosas y caminos. Que no en vano hice el profesorado a los 27 en la Facultad de Humanidades y me tocó quien me tocó de profesor en la materia Fundamentos de la Educación. No en vano. Pedagogía del Oprimido, en carne propia te estamos viviendo minuto a minuto, día a día. Nos lo explican, nos lo escriben y aún podemos ser tan ciegos que no lo vemos. 

Este es un texto escrito para un trabajo de la materia antes nombrada en la facultad. El título de este "post" fue lo que me hizo creer que esto podía representar de la manera más breve la realidad que hoy nos toca. 

Conseguir la igualdad pareciera ser el fin en toda cuestión social  educativa. El riesgo es creer que si la alcanzamos nos quedaríamos en la nada y qué habría después de eso. Para conseguir un cambio educativo contundente es necesario el apoyo de políticas sociales y de la comunidad. Que entiendan que poner un parche en un pantalón roto no quita que este siga siendo viejo y corra el riesgo de romperse en cualquier momento. Las políticas sociales del país están colapsadas y han mostrado ser ineficientes: nada contribuye a mejorar la inseguridad; nada contribuye a mejorar el hambre y la pobreza y, por ende, nada contribuye a mejorar la educación. Considero imposible ver al sistema educativo aislado de todo esto y por lo tanto cualquier esfuerzo independiente por conseguir la igualdad social y generar realmente igualdad de oportunidades sería inútil. La escuela necesita ser entendida por toda la sociedad como una salida al futuro. Es pieza fundamental del cambio que aquellos que no sufren estos dolores (el de la pobreza y el hambre y la discriminación) también entiendan la realidad en la que viven y sepan lo que significa que una gran parte de la población no tenga acceso a la educación.