jueves, 21 de febrero de 2013

La simpatía de lo novedoso.



En la nueva ciudad todo me parece más amable, más simpático, más generoso con las sonrisas y ayudas. ¿Será porque es algo nuevo? Por esa emoción que tiene todo lo que carece de rutina, de cotidianeidad, de tedio que se repite día a día. ¿Perderá esta simpatía la ciudad tan pronto como yo me sienta parte y pase una cantidad considerable de meses? Claramente aún no tengo la respuesta, pero conservo el optimismo. Dicen que la etapa de enamoramiento es tal porque luego todo se hace “normal”. Esperemos que así no sea.
Hoy fui a la Facultad, a la Universidad Nacional de Mar del Plata. En lo que respecta al edificio, a la estructura externa, al todo; no hubo mucha sorpresa. La facultad de Humanidades de Mar del Plata es claramente hermana de la de La Plata. Las paredes están llenas de carteles pintados con témperas. Por suerte el color de los reclamos de las agrupaciones acá es el mismo que el de allá. Digo por suerte porque eso me hizo sentir bien, como en casa. Subir los escalones y ver ese papel afiche verde con témpera blanca me llevó instantáneamente a pensar “¿Estará UNITE acá también?” En el escalón siguiente un afiche negro con témpera roja. Ese no sé de qué agrupación es pero si sé que alguien en la plata también la tiene. Lo que más me llamó la atención fue la tipografía: era idéntica. ¿Habrá una letra que se llame “afiches facultad”? No lo sé, pero en eso no tuve sorpresas. La contaminación visual es mucha y las aulas son incluso peores que las nuestras. Qué lindo sentirse en un lugar conocido.
Lo que primero me sorprendió fue la amabilidad de una chica de otra facultad que se molestó en salir y explicarme cómo tenía que llegar a humanidades. Para el que no conoce la UNMP es un complejo enorme, con los edificios todos separados: “Facultad de Cs. Económicas y Sociales”, “Facultad de arquitectura y urbanismo”, “Facultad de Humanidades”, y la última de “la salud” o algo así, o sea, medicina. En fin, llegué. Le tenía mucho miedo al “departamento de lenguas”, no tenemos muy buena experiencia con eso, todas con personalidad de mina que trabaja con mina mezclada con administrativas. Thank God, ¡un amor todas! ¡Divinas! ¡Súper amables y dispuestas! ¡Ni una mala cara! Se tomaron el trabajo de anotarme mails, de explicarme cosas. Me fui feliz. No lo podía creer, ¡cuán amable podía ser la gente! ¡como si supieran que uno necesita sentirse bienvenido!
Después caminé, caminé un montón por zonas de Mar del Plata que te hacen dar cuenta que no estás en una ciudad balnearia, la relación ya va tomando otro color. Todo lo que caminé me disparó tantas otras cosas sobre las cuales reflexionar que serán seguro cuestiones que plasmaré en mis pensamientos: la cantidad de quioscos de diarios que tiene Mar del Plata y con la frecuencia con la que aparecen; la cantidad de locales de lo que se te ocurra que tiene Mar del Plata; lo infinita que es Mar del Plata.
En fin, buscaba una tarjeta para el bondi. Entro a un kiosco y el flaquito no vendía, un señor que estaba parado ahí me dice “te vendo una, tengo tres”. Digna perseguida de ciudad lo miré, sospechando, pensando que seguramente me quería cagar, porque la gente no es copada, siempre te quiere cagar. “Perooooo, este…¿por qué me la querés vender?” Pregunté. Me miró como diciendo,” ¿vos me estas jodiendo? porque sí” me dijo, “me sobran dos”. “¿Sirve?” Insistí, aún tenía dudas… “¿Y por qué no va a servir?” Ya ahí dije, “no tenés motivos para  decir que no”. Traté de justificar mi desconfianza con una razón que creo me hizo desconfiar. La SUBE es personal e intransferible, tenés una con un número tuyo, todo tuyo y es un bardo comprarla y sale como diez pe. Esta sale 3,50 y se la compra cualquiera. Es más, si te subís al bondi sin tarjeta y tenés el boleto justo (o sea $3,25, ¡el boleto más caro del país! me lo dijo el chico del centro de estudiantes, ¡antes era Tandil el más caro!) alguien te presta la tarjeta y le das la plata a la gente copada. Acá (fallido, en La Plata) te faltan diez centavos o no te anda la sube y el chofer por poco te baja. En fin, compré mi tarjeta, le cargué saldo y seguí caminando.
Instantáneamente me sentí feliz. Sentí que acá la gente es más simpática, amable. La gente que es de acá. En la mayoría de los lugares me trataron con una amabilidad que no esta tan lejos de la de pueblo (otro tema, la amabilidad del pueblo). Porque en definitiva no deja de ser una ciudad diferente a La Plata. Es que a veces uno la ve tan grande que cree que es una gran ciudad. Tiene edificios tan altos que puede ser una locura. Pero sin embargo, así de grande y llena de edificios como está, siempre caminas al sol, y siempre se asoma por algún lado sin querer, cuando doblas una esquina, un triangulito de mar y eso te hace sonreír y ya te recarga de energía. Por eso debe ser que acá la gente es tan simpática.

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