En la nueva ciudad todo me parece más amable, más simpático,
más generoso con las sonrisas y ayudas. ¿Será porque es algo nuevo? Por esa
emoción que tiene todo lo que carece de rutina, de cotidianeidad, de tedio que
se repite día a día. ¿Perderá esta simpatía la ciudad tan pronto como yo me
sienta parte y pase una cantidad considerable de meses? Claramente aún no tengo
la respuesta, pero conservo el optimismo. Dicen que la etapa de enamoramiento
es tal porque luego todo se hace “normal”. Esperemos que así no sea.
Hoy fui a la Facultad, a la Universidad Nacional de Mar del
Plata. En lo que respecta al edificio, a la estructura externa, al todo; no
hubo mucha sorpresa. La facultad de Humanidades de Mar del Plata es claramente
hermana de la de La Plata. Las paredes están llenas de carteles pintados con
témperas. Por suerte el color de los reclamos de las agrupaciones acá es el
mismo que el de allá. Digo por suerte porque eso me hizo sentir bien, como en
casa. Subir los escalones y ver ese papel afiche verde con témpera blanca me llevó
instantáneamente a pensar “¿Estará UNITE acá también?” En el escalón siguiente
un afiche negro con témpera roja. Ese no sé de qué agrupación es pero si sé que
alguien en la plata también la tiene. Lo que más me llamó la atención fue la
tipografía: era idéntica. ¿Habrá una letra que se llame “afiches facultad”? No
lo sé, pero en eso no tuve sorpresas. La contaminación visual es mucha y las
aulas son incluso peores que las nuestras. Qué lindo sentirse en un lugar
conocido.
Lo que primero me sorprendió fue la amabilidad de una chica
de otra facultad que se molestó en salir y explicarme cómo tenía que llegar a
humanidades. Para el que no conoce la UNMP es un complejo enorme, con los
edificios todos separados: “Facultad de Cs. Económicas y Sociales”, “Facultad
de arquitectura y urbanismo”, “Facultad de Humanidades”, y la última de “la
salud” o algo así, o sea, medicina. En fin, llegué. Le tenía mucho miedo al “departamento de lenguas”, no tenemos muy
buena experiencia con eso, todas con personalidad de mina que trabaja con mina
mezclada con administrativas. Thank God, ¡un amor todas! ¡Divinas! ¡Súper
amables y dispuestas! ¡Ni una mala cara! Se tomaron el trabajo de anotarme mails,
de explicarme cosas. Me fui feliz. No lo podía creer, ¡cuán amable podía ser la
gente! ¡como si supieran que uno necesita sentirse bienvenido!
Después caminé, caminé un montón por zonas de Mar del Plata
que te hacen dar cuenta que no estás en una ciudad balnearia, la relación ya va
tomando otro color. Todo lo que caminé me disparó tantas otras cosas sobre las
cuales reflexionar que serán seguro cuestiones que plasmaré en mis pensamientos:
la cantidad de quioscos de diarios que tiene Mar del Plata y con la frecuencia
con la que aparecen; la cantidad de locales de lo que se te ocurra que tiene
Mar del Plata; lo infinita que es Mar del Plata.
En fin, buscaba una tarjeta para el bondi. Entro a un kiosco
y el flaquito no vendía, un señor que estaba parado ahí me dice “te vendo una,
tengo tres”. Digna perseguida de ciudad lo miré, sospechando, pensando que
seguramente me quería cagar, porque la gente no es copada, siempre te quiere cagar.
“Perooooo, este…¿por qué me la querés vender?” Pregunté. Me miró como diciendo,”
¿vos me estas jodiendo? porque sí” me dijo, “me sobran dos”. “¿Sirve?”
Insistí, aún tenía dudas… “¿Y por qué no va
a servir?” Ya ahí dije, “no tenés motivos
para decir que no”. Traté de
justificar mi desconfianza con una razón que creo me hizo desconfiar. La SUBE es personal e intransferible, tenés una
con un número tuyo, todo tuyo y es un bardo comprarla y sale como diez pe. Esta
sale 3,50 y se la compra cualquiera. Es más, si te subís al bondi sin tarjeta y
tenés el boleto justo (o sea $3,25, ¡el boleto más caro del país! me lo dijo el
chico del centro de estudiantes, ¡antes era Tandil el más caro!) alguien te
presta la tarjeta y le das la plata a la gente copada. Acá (fallido, en La
Plata) te faltan diez centavos o no te anda la sube y el chofer por poco te
baja. En fin, compré mi tarjeta, le cargué saldo y seguí caminando.
Instantáneamente me sentí feliz. Sentí que acá la gente es
más simpática, amable. La gente que es de acá. En la mayoría de los lugares me
trataron con una amabilidad que no esta tan lejos de la de pueblo (otro tema,
la amabilidad del pueblo). Porque en definitiva no deja de ser una ciudad
diferente a La Plata. Es que a veces uno la ve tan grande que cree que es una
gran ciudad. Tiene edificios tan altos que puede ser una locura. Pero sin
embargo, así de grande y llena de edificios como está, siempre caminas al sol,
y siempre se asoma por algún lado sin querer, cuando doblas una esquina, un
triangulito de mar y eso te hace sonreír y ya te recarga de energía. Por eso
debe ser que acá la gente es tan simpática.
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