miércoles, 27 de febrero de 2013

La vida en bondi...

Acá todavía te dan el boleto viejo, el de colores. Eso es genial, te hace sentir que estas como en algún pueblo de la antigüedad. Sabés que no es muy común en estos días ver eso…es una rareza. Y entonces decidís juntarlos o te da cosa tirarlos ¡quién te dice el día de mañana cotizan!
El viaje del papelito de colores es el más lindo. Es el que te lleva a Mar de Cobo, el que me lleva a donde esta MI casa. Es el más tierno porque bordeás todo el mar, va viajando con vos. El otro se nota que es más de ciudad, que ya está inmerso en la tecnología y, de hecho, es el boleto de “ciudad”.
Yo amo andar en bondi. Siempre y cuando vaya sentada, claro. Pero para mí siempre es lindo viajar. Me llevan de paseo, no puedo hacer nada para ir más rápido, ni más despacio. No puedo mirar al frente a ver qué está pasando con el tránsito (síndrome del que maneja) porque tengo gente sentada a mi alrededor o sencillamente porque tenés como que inclinarte para adentro del bondi (de costado) para ver cómo va la calle y es bastante incómodo. Y entonces no queda más que relajarte y empezar a pensar. A veces pensas en la vida misma, en la rutina que te corre o en la circunstancia que te lleva a estar arriba de ese número o nombre de bondi. Pero hay otras en que se te va la mente, prestando atención a la millonada de cosas a que uno le puede prestar atención en un bondi.
Yo creo que esta entrada tendría que ser con sub.títulos, por ejemplo:

El bondi y el número free

Ya todos sabemos que cuando vamos en bondi la gente hace lo que quiere. Lo más común y no invasivo a la sociedad que nos rodea es: leer, mirar hacia afuera o adentro y escrutinizar a todas las personas que viajan y escuchar música (hay unas pocas guapas que tejen, otras que amamantan, otros que duermen y algunos más). Esos no suelen molestar. Hay otros, muy conocidos últimamente que son los que escuchan la música con el “speaker” o el “altavoz”. ¡Oh benditos sean los perturbadores de la paz! ¡Todos! ¡Todos nos preguntamos ¡¿POR QUÉ?! ¡¿Con qué necesidad?! Pero nadie nos responde y nadie se anima a pedir que apaguen esa bendita cumbia que va a romper en cualquier momento el parlante del telefonito.
Pero esos para mi gusto no son los peores. Si estoy leyendo, de la música logro abstraerme y se me hace ruido, murmullo, parte de la rutina del bondi. Pero si hay algo que SÍ interfiere en mi viaje no sólo por mi condición de chusma, sino porque es inevitable no involucrarse con una conversación cuando ésta está siendo escuchada por todo el bondi, es la que yo llamo “conversación de número free.” Desde que las empresas dan tantos números free, ¿qué hace la gente? ¡HABLA POR TELÉFONO EN EL BONDI CUANDO ESTA ABURRIDA TODO EL BENDITO VIAJE! ¡¿Hay necesidad de que yo hoy sepa que una chica más bien grandotecita, de unos 20 años, teñida de rubia con un buzo  GAP fucisa se “comió” un pibe anoche que hoy la llamó a la mañana y a ella eso ya le alegró el día de una manera increíble?! ¡¿Y que le diga a su amiga que está del otro lado que cómo que se volvió a comer a ese flaco anoche?! La chica de buzo fucsia le preguntó tres veces “¿Te comiste a alguien anoche?, ¡que si-te- co-miste a alguien!, ¡SI TE COMISTE A ALGUIEN!” (así como aumenta el tamaño de las letras aumentaba el tono de su voz) a lo que luego agrega “¡no podés volverte a comer ese chabón!  ¡es ho-rri-ble! ¡qué hija de…!” Oh yeah, yo chocha, claro. Pero me pregunto, ¿no les da vergüenza andar exponiendo todo eso a todo el mundo? ¿O es que como consideran que no verán nunca más a la gente que está en el bondi o que no la conocen que no les interesa? También están los que parecen locos, que hablan solos. Esos también hablan fuerte y encima parece que te hablaran a vos. Y si hay más de uno la desconcentración es doble: no sólo no podés concentrarte en tu lectura o tu música o whatever, sino que tampoco podés concentrarte en sus conversaciones ¡porque querés escuchar todas!

El poder del bondi

Cuando sabés qué micro tomarte para ir de un lugar a otro ya sos casi del lugar.
Cuando tenés una tarjeta magnética en tu billetera que compraste, ya tenés cierta constancia de viaje en ese lugar, ya sos bastante parte.
Cuando ya sabes cómo llegar a ciertos lugares -a más de tres te diría yo- ya residiste un tiempo y te moviste como para ser de la city.
Cuando ya podés orientar a otros en cómo manejarse por la ciudad, tirarle par de cuadras que faltan para un lugar, micros que pueden serle útiles, negocios, trámites, lugares de confianza y no…ya casi te sentís uno más.
Todo eso te termina de pasar cuando fuiste y volviste en micro de algún lado. Cuando juntaste el coraje y confiaste en que no te ibas a perder, en que el bondi iba a pasar rápido y en que nada puede ser tan difícil como tomarse un bondi. Pero lo cierto es que cuando uno llega a una ciudad nueva el sistema de transporte parece un núcleo tan cerrado, un idioma tan característico de cada lugar que por más sencillo que sea pareciera que va a costar un montón entenderlo. Pero tan pronto como lo usas, como te arriesgas a perderte, te tomás el trabajo de mirar mapas, de ubicarte, de concentrar tu mente en ubicarte: lo amás. Yo amo el transporte público, creo que es una de las cosas más geniales que tienen las ciudades. En París me sentía como en mi casa. Nunca imaginé que en un día o dos me podía aprender todas las estaciones de subte, cuál te dejaba en dónde, qué combinación tomar, pero lo cierto es que lo supe, lo logré y me sentía dueña de la ciudad. Podía ir y venir a donde quería por nada de plata.
Hoy me pasó algo parecido. En pocos días tuve que ir a barrios diferentes y ¡lo logré! Y salir a tomarte el bondi, que la parada esté en la esquina de tu casa, que te deje en la esquina del lugar, que todas las investigaciones y anotaciones que hiciste te den perfectas y llegues media hora antes y que –no nos olvidemos- te traten con una amabilidad encantadora, hace que la vida de bondi sea aun una de mis preferidas.



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