lunes, 6 de octubre de 2014

Mirarse

Con muchos estuve hablando estos últimos días de cómo empezar a buscarse. Cómo hacer para ver todo eso que tenemos dentro que no sabemos cómo se "lee", cómo se "escucha," cómo se "describe." Porque a veces los idiomas que conocemos no nos alcanzan y no se trata de aprender a hablar otro idioma con palabras sino que se trata de aprender idiomas que tienen otra simbología, otra manera de manifestarse y de percibirse. Donde un hecho puede ser hablar, donde un gesto puede tener significado, donde pensar en la propia respiración puede ayudar a hacer tangible un miedo.

Sin lugar a dudas hacer consciente lo inconsciente es un trabajo diario que al comienzo puede parecer difícil o tedioso. Porque al principio no podemos creer que en la sombra exista luz, o que la oscuridad sirva para ver. Mirarse todos los días un poco más profundo, con la sinceridad de quien no se oculta nada porque sabe que no le sirve de nada. Sabiendo que el proceso no es fácil y que parte de este gran "mirarse" es tener paciencia porque no sabemos, aún, qué es lo que vamos a ver. Como en la meditación libre, no sabemos a dónde nos quiere llevar la mente o qué es lo que nos va a querer mostrar.

Mirarse ya es acordarnos que existimos y que somos parte de algo mucho más maravilloso que una simple rutina de vida. Es ver cuál es la calidad de cada hecho que nos sucede, que nos toca y que nos atraviesa. Y después, mirarse es un trabajo que sale solo y del cual, claramente, a veces nos gusta tomarnos vacaciones. Pero una vez que nos vimos, y ya sabemos que existimos, no podemos decir que no sabemos que estamos ahí, que somos ese potencial de posibilidades esperando salir a explotar su lado luminoso y su lado oscuro para hacer el gran camino de conocernos.

Hoy tuve ganas de charlarme, de sentarme a mí misma en la silla y mirarnos cara a cara. Me senté frente al espejo y me miré, directo a los ojos. Traté de entrar por lo más profundo de mis marcos marrones, entrar en cada punto negro que vive dentro de ese tono marrón que desearía fuera más claro pero me conformo con que aparezca cuando yo estoy más clara. Y cuando llego al centro, sumergirme en ese agujero negro que me lleva directo al interior de un sinfín de posibilidades y verdades.

Lágrimas  me empiezan a recorrer la cara y siento que las palabras jamás podrían reproducir el idioma en que mi yo sentada de este lado del espejo dialoga, se mira, se interpreta, se interpela, se abraza, se conjuga de una manera perfecta con la que está de aquel lado del espejo. Aunque intente entender, sé que en ese momento no hay nada que entender, solo queda entregarse y celebrar la comunión. Sentir la unión y la aceptación.

Eso ayuda a re-conectarse y a volver a encontrarse y saber por dónde ir cuando sí hay que pensar, poner en palabras, comunicar. Pero entonces el cuerpo ya quedó plasmado, empapado de esa energía que se traduce en verdad, es ahora un ser sinérgico que sabe lo que es y lo que necesita desprovisto de todo el lenguaje que lo explica. Es como si cuando del alma hablamos no hubiera metalenguaje que la explique, al menos no un metalenguaje con símbolos como palabras.

Entonces se charlaron los que se tenían que charlar, ellos arreglaron los temitas que tenían que arreglar y yo, sonrío mientras me sigo mirando a los ojos. Festejo al fin que todos mis planos puedan encontrarse y escucharse y tenerse paciencia. Nada es fácil y simple y a la vez lo es todo.


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