Con muchos estuve hablando estos últimos días
de cómo empezar a buscarse. Cómo hacer para ver todo eso que tenemos dentro que
no sabemos cómo se "lee", cómo se "escucha," cómo se
"describe." Porque a veces los idiomas que conocemos no nos alcanzan y
no se trata de aprender a hablar otro idioma con palabras sino que se trata de
aprender idiomas que tienen otra simbología, otra manera de manifestarse y de
percibirse. Donde un hecho puede ser hablar, donde un gesto puede tener significado,
donde pensar en la propia respiración puede ayudar a hacer tangible un miedo.
Sin lugar a dudas hacer consciente lo
inconsciente es un trabajo diario que al comienzo puede parecer difícil o
tedioso. Porque al principio no podemos creer que en la sombra exista luz, o
que la oscuridad sirva para ver. Mirarse todos los días un poco más profundo,
con la sinceridad de quien no se oculta nada porque sabe que no le sirve de
nada. Sabiendo que el proceso no es fácil y que parte de este gran
"mirarse" es tener paciencia porque no sabemos, aún, qué es lo que
vamos a ver. Como en la meditación libre, no sabemos a dónde nos quiere llevar
la mente o qué es lo que nos va a querer mostrar.
Mirarse ya es acordarnos que existimos y que
somos parte de algo mucho más maravilloso que una simple rutina de vida. Es ver
cuál es la calidad de cada hecho que nos sucede, que nos toca y que nos
atraviesa. Y después, mirarse es un trabajo que sale solo y del cual,
claramente, a veces nos gusta tomarnos vacaciones. Pero una vez que nos vimos,
y ya sabemos que existimos, no podemos decir que no sabemos que estamos ahí,
que somos ese potencial de posibilidades esperando salir a explotar su lado
luminoso y su lado oscuro para hacer el gran camino de conocernos.
Hoy tuve ganas de charlarme, de sentarme a mí misma
en la silla y mirarnos cara a cara. Me senté frente al espejo y me miré,
directo a los ojos. Traté de entrar por lo más profundo de mis marcos marrones,
entrar en cada punto negro que vive dentro de ese tono marrón que desearía
fuera más claro pero me conformo con que aparezca cuando yo estoy más clara. Y
cuando llego al centro, sumergirme en ese agujero negro que me lleva directo al
interior de un sinfín de posibilidades y verdades.
Lágrimas
me empiezan a recorrer la cara y siento que las palabras jamás podrían
reproducir el idioma en que mi yo sentada de este lado del espejo dialoga, se
mira, se interpreta, se interpela, se abraza, se conjuga de una manera perfecta
con la que está de aquel lado del espejo. Aunque intente entender, sé que en
ese momento no hay nada que entender, solo queda entregarse y celebrar la
comunión. Sentir la unión y la aceptación.
Eso ayuda a re-conectarse y a volver a
encontrarse y saber por dónde ir cuando sí hay que pensar, poner en palabras,
comunicar. Pero entonces el cuerpo ya quedó plasmado, empapado de esa energía
que se traduce en verdad, es ahora un ser sinérgico que sabe lo que es y lo que
necesita desprovisto de todo el lenguaje que lo explica. Es como si cuando del alma hablamos no hubiera metalenguaje que la explique, al menos no un
metalenguaje con símbolos como palabras.
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