Mi historia con Rayuela para mí es muy hermosa.
Empezó allá por el 2005 creo, cuando me fui de vacaciones con una amiga a
Bariloche. Ella se compró el libro en un kiosko, era una edición que venía con
un diario. Era re gordo. Para mí un libro “inleíble” pero veía que ella lo
disfrutaba, me había leído alguna que otra parte durante las vacaciones pero
creo que yo aún leía solo policiales -o no- pero estaba claro que no estaba
lista para Rayuela.
Al año siguiente,
me voy a Europa de vacaciones e iba a ir a París. Seguía sin leer Rayuela, pero mi amiga (la que lo había leído en las vacaciones) me pidió un favor: que vaya a la tumba de Julio Cortázar y le deje algo. En
ese momento ella decía que yo era su pulmón, entonces me hizo un dibujo de
pulmón para que me lleve de viaje (me iba por un mes y para nosotras eso era un
montón). En el pulmón me había escrito frases que usábamos todo el
tiempo para que no la extrañara y la llevara conmigo. Fui a París y cumplí mi
cometido. No sabía bien qué tenía que ver ese hombre argentino con París, cuán
importante era, no imaginaba cuán importante sería luego haber tenido el honor
de visitar su tumba y dejar mi “pulmoncito” ahí. Me costó un montón encontrar
la tumba. Pero llegué. Estaba llena de regalos, monedas y sobre su nombre estaba
el de Carol Dunlop, su última mujer (y a quien luego yo conocería a través de
“Los autonautas de la cosmopista”). Saqué fotos, me guardé el momento, la
imagen, la desesperación de no encontrar la tumba hondo, bien hondo en el
corazón. Parece que fuera hoy, con este día de frío gélido igual que aquel:
sacarme los guantes para agarrar el pulmón y que se me congelen las manitos,
agarrar monedas de un peso y ponerlas arriba del pulmón dibujado sobre la tumba
de Cortázar para que no se vuele y pensar en ella. En cuán feliz la estaba
haciendo con eso y en cuán feliz ella me hacía haciéndome hacer esas cosas de
tinte romántico que me hacían quererla aun más.
Pero eso no fue
todo. Tres años más tarde de Bariloche y uno de París, un chico me regala por e-mail un capítulo de Rayuela, el capítulo siete para ser más precisa. Y casi me
desmayo, ahí redonda frente a la pantalla:
“Toco tu boca, con
un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano,
como si por primera vez tu boca entreabierta, y me basta cerrar los ojos para
deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca
que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con
soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que
por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe
por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y
entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se
agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se
encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la
lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene
con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu
pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como
si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de
fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un
breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es
bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento
temblar contra mí como una luna en el agua.” (Rayuela, cap. 7)
No creía que Rayuela tuviera escritas estas
palabras. Para mí Rayuela era otra cosa. Una hora después de recibir esto creo
que estaba en la librería comprando el libro. También un poco después estaba
contestando ese mensaje, ese e-mail. Nunca me habían regalado tan lindas
palabras. El chico no estaba en el país con lo cual manteníamos una relación
por chat o skype. Nos empezamos a acompañar en la lectura y a conocer a través
de la lectura. Rayuela se puede leer de dos maneras: de corrido (de esta manera
solo leés 56 capítulos) o salteado (el libro te va llevando por los diferentes
capítulos que terminan siendo como ciento y algo y leés el libro completo). Él
eligió los 56, yo el libro completo. Nunca entendí cómo alguien puede elegir
dejar una parte sin leer, como luego no entendería tantas otras cosas de él.
Era
verano, por eso me sobraba el tiempo para leer y por lo tanto me devoraba los
capítulos. Lápiz en mano subrayaba la majestuosidad con la que Julio lograba
describir estados mentales, lugares, olores, sentimientos (aunque para él quizá
no fueran tal) y París. En ese momento
maldije no haberlo leído antes de irme y poder recorrer cada calle y cada
puente con Rayuela en mi cabeza.
Obviamente
me vi identificada con la Maga, mi amiga me decía “Ay, quién no quiere
ser la Maga” y… todas un poco, y a veces no. Con el chico nos quedábamos por
largo rato charlando, interpretando. Nos encontrábamos en cada personaje, tratábamos de ver la Rayuela que era nuestra vida, cómo íbamos yendo a donde cayera la
piedra, íbamos contemplando las mil y una posibilidades apenas pasaba el
tiempo. Y, como Oliveira, un poco nos costaba ocultarnos las verdades: hablábamos
todo como estos personajes que podían describirse el alma en palabras y eso
nos mostraba que no siempre el alma era la imagen de palabras dulces y
“divinas” (divinas de lindas y divinas de “divinidad”). Que el alma se muestra
en su parte oscura, real y sincera también. Porque para mí Julio mostraba el
alma en su más viva voz. Su mente y sus palabras sabían interpretar a la perfección el puro y único deseo de ser,
de plasmar tal cual era, su realidad como la veía. Ponerse un pullover,
enredarse, caerse por la ventana y morir. Vomitar conejos. Continuar
parques. Y después del almuerzo.
Un
buen día se avecinaba el cumpleaños del chico que aún residía por las Europas.
Él ya me había dicho que la copia que estaba leyendo de Rayuela era sacada de
la biblioteca, no tenía su propia edición. Entonces comencé a cumplir una
hermosa fantasía: fui a la librería y le compré el libro. Llegué a casa y se
lo dediqué. Después escribí una carta de puño y letra, como lo estoy haciendo
ahora donde le decía que tenía un regalo
para él y le adjunté fotos del libro conmigo y se la mandé por correo. Sí fotos
del libro y yo. En la carta le decía al mejor estilo Rayuela, que tenía dos
opciones: a. que le mandaba el regalo por el hermano que pronto viajaba a
visitarlo; b. que lo venía a buscar a mi casa cuando volvía. Eligió la b.
Cómo
siguió la historia con el chico es un capítulo aparte, justamente hoy, en el
aniversario del nacimiento de Julio le escribí “Leo Cortázar y leo Rayuela, leo
Rayuela y pienso en vos. ¡Gracias!” “Gracias a vos también, fuiste mi compañera
de Rayuela” me contestó. Si eso no es un final feliz…
¿Cómo
sigue la historia con mi amiga? Me di cuenta que ella siempre fue uno de los
maestros más severos que tuve y tengo pero con quien mi alma es inmensamente
feliz, feliz y feliz y agradece.
¿Cómo
siguió la historia con Rayuela? Me ayudo a subir un escalón, a trascender un
momento, una etapa y así como subí un escalón, comencé un viaje hacia otra posibilidad de mirada, de escucha y de concepto. Es amor eterno y
agradecimiento a abrir la cabeza, a desmitificar el amor y a darle una
profundidad a los detalles. A entender la locura como un arte o el arte como
locura y a licenciar y habilitar el maremoto mental.
¿Cómo siguió la historia con Julio? Siempre será un Maestro en mi vida.

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