Todavía no llegó ese momento donde quizá
duermas tres meses seguidos sin parar en el mismo lugar. Esa sensación de no
llamar a ningún lugar “tu” lugar. Y no es que no te sientas a gusto, pero el
hogar se genera y es lo que muta, en cambio el
lugar sería lo que alguna vez quedará intacto.
Entonces la vida se te tiene que ir
simplificando, pero a la vez te das cuenta cuán complicada la tenes. Porque
trasladar tu hogar implican algunas cosas que están con vos en tu rutina, en tu
convivencia, para sentir el hogar necesitas ciertas cosas. Claramente podrías
vivir sin ellas pero no considerás que tengas ganas de sacrificar eso. Entonces
el bolso con dos muditas “por si las dudas”, desodorante, ropa interior, por si
vas a correr, la compu, las cosas para estudiar, el tejido. Y me preocupo… ¡cuántas
cosas necesito para vivir tranquila de que tengo todo! E instantáneamente sé lo
poco que me cuesta y lo feliz que me hace saber que tengo todo eso cerca,
conmigo y, más genial aún, que me entra en un bolso. El otro día hasta me traje mi
yerba, porque me iba a quedar unos días acá en la plata.
Y en el año habré viajado unas doce veces
(MDQ-LP//LP-MDQ). Si ahí no aprendí a vivir la vida en un bolso, ¿cuándo? Ahí
perdí un poco las ganas, se le fue la emoción, eran muy pocos días y hacer un
bolso para ir y volver es tan escueto que estás en ese límite de decir “¿me
estoy zarpando en simple?” Y no, ya lo mecanizaste y la “armada de valija” como
sinónimo de esa ansiedad-por-viajar-porque-te-vas-de-vacaciones la perdiste
(¡qué punto importante!). Es parte de tu rutina, pierde la emoción o -no seamos
pesimistas-, se transforma.
Cepillo de dientes. Ya dejé uno en cada casa,
no me puedo permitir olvidarme el cepillo de dientes. El resto va en un bolso
hermoso boliviano que me regaló mi mamá o en mi eterna compañera mochila quicksilver. Hasta llegué a verle el lado muy positivo a la vida en bolso: tengo la excusa perfecta para comprarme un bolso nuevo bien copado, con onda y grande. Me gusta que las cosas que forman parte de mi cotidianidad sean divertidas, me alegren el instante, el segundo. Que todo lo que me rodea sea dentro de las posibilidades hermoso.
Mi cartera es una mini-vida en un mini-bolso.
Y eso me hace feliz. Es como llevar mi maletín con entretenimientos propios, el
pequeño mundo propio en algún lado (el bolso del clown se me viene a la mente). Va el anotador divertido, los mini-mandalas, la agenda, neceser con cositas, etc. Generalmente la cartera es un lugar en el que la gente elige lo que tiene todo el tiempo: la
billetera se elige (admitamos que hay mucha gente que no); hay gente que no
tiene billetera, tiene monederitos. Hay otras que eligen las billeteras de
cuero en colores pasteles. Las billeteras fucsias con la hebilla dorada; las de
“tal o cual” casa. Con tachas, de pielcita, víbora, de tela, de cuero pintada a
mano, del “cencerro”. Cada una devela la personalidad de quien la porta,
100%. (Recordarme escribir una lista definiendo la personalidad de la chica que
sería dueña de cada billetera tipo: la que tiene colores pasteles o toda negra
o blanca seguro es contadora, abogada y tiene un look más bien sobrio. La que
es dueña de la fucsia de gamuza con una hebilla dorada no nos cabe dudas que
tiene pelo largo casi por la cintura en el tono de un castaño bien clarito, un
vestido fucsia de sedita sobre las rodillas está muy bronceada y lista para
ponerse las hawaianas de tacos para ir a comprar churros) (tachar “recordarme
escribir lista…” porque lo acabo de hacer).
En fin, la vida se lleva siempre reducida,
pero cuando vas a estar tanto tiempo lejos de lo que es tuyo grande y no podes
trasladar fácilmente y no podes andar llevando a cuestas, te das cuenta que a la
vez sos feliz, feliz de chocha con poco.
La malla, una toalla, películas, el cargador del celular…
En fin, la vida en un bolso.
