Mercuria viene
viajando por el espacio hace muchos meses. Viene recorriendo más que nada el
pasado, hizo viajes por los sinfines de las memorias de los seres encontrando
muchas cosas en su camino. Se encontró con Villanos, con Saturnos bajos,
hombres y mujeres presos de una estructura, de una rutina, tristes, tristes de
tanto trabajar. También se encontró con Saturnos elevados, los Dioses le decía
ella, unos seres muy disciplinados, pero no perfectos. Vio fuegos, vio lluvias
de estrellas. Presenció batallas entre Robots y humanos, entre humanos y
animales extraños, entre dinosaurios y gorilaz, entre meteoritos y princesas.
Viaja con sus alas
multicolores, siempre van cambiando acorde a sus sentimientos, los peligros,las
suertes. Tiene nubes flotantes con fuegos transmisores de energía en sus pies y
se impulsa, por el cosmos, buscando siempre donde puede irradiar su energía
multicolor.
Mercuria es muy
mental. Piensa mucho todo el tiempo, vive planificando sus próximos viajes, va
por los cielos, baja a los infiernos, permanece en la playa, después se va a la
montaña, a eso le sigue la nieve y el mar, los bosques encantados y luminosos,
las arenas frías y oscuras. Le cuesta quedarse quieta, pero el otro día
viniendo el círculo enorme plateado de Piscis la hizo frenar de golpe.
Se quedó quieta,
inmóvil, frente a esa Luna Llena enorme, con Agua de los sinfines de la
consciencia, con toda la historia del universo tocándole el Alma y el corazón.
Mercuria se empezaba a dar cuenta que muchas veces, como algunas cosas eran tan
tristes, no se daba el tiempo de descansar, porque a veces, si descansaba, se
ponía a recordar, se relajaba tanto su mente, que el Alma empezaba a brillar.
El Alma eran sus Alas, sus nubes, sus pies, que le pedían esperar. Todas sus
células del cuerpo cambiaban de color cada seis meses. Con el transcurso de
cada Luna Llena, todas las células, que eran como la computadora de su cuerpo,
incorporaban todas las intenciones sembradas seis meses antes en la Luna Nueva.
Es decir, como los granjeros recogen las lechugas, las zanahorias, las
manzanas, el cuerpo de Mercuria, recorría cada una sus hazañas para soltarlas,
para que las células y todo su cuerpo cambien de color. Esta vez, el color de
la luna ya le contaba que sus células se iban a escurrir. De tanto, tanto que
había viajado, ¡fá! ¡Ni cuenta se había dado! La Tierra, esa que siempre la
acompañaba le guiña el ojo, una vez más, contándole que podía quedarse un rato
a descansar, a llorar, a celebrar, a iluminar, a contar, cosechar, todo, todo
el amor que había aprendido a dar.
Entonces Mercuria miró
fijo a la Luna Llena en Piscis y le agradeció que disuelva todas las que antes
había sido, que la ayude a ordenar y a recordar, que todo ese pasado que había
visto, ya no existía más. Se miró a sí misma en esa Luna, se vio las alas una
vez más, ya empezaban a cambiar de color, también su cara, su sombrero, su
rodete, sus pies, sus nubes, su corazón, su estómago, su sangre, sus manos… se
sumergía en la Luna, se entregaba una vez más al Amor y al Dolor. Para pasar al
otro lado, para volver a crear un Yo, había que pasar el portal “disolvedor.”

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