domingo, 14 de diciembre de 2014

La ilusión del anillo.

Hace un año me saqué el anillo en un casamiento y fui feliz. Porque por fin alguien externo a nosotros había decidido llevarnos a pensar seriamente en ese compromiso tan grande que ninguno de los dos hasta el momento se había animado a hacer. Por un rato lo usé feliz, lo miraba y me sentía segura, todo estaba tranquilo, lo peor ya había pasado. Otra parte de mí sabía que sacarse un anillo en un casamiento no significaba más que azar, hacía falta mucho más que un anillo para decidir celebrar el amor y la unión. Pero es que todo había estado tan difícil que el anillo en ese momento fue como el cuento de hadas, como la solución en una historia con final feliz, "se sacaron el anillo, vivieron felices y él comió perdices."

Me entraba en el dedo chiquito, me lo miraba todos los días y sonreía y los días en que no sentía mucha seguridad de que el anillo solo pueda contra todo lo que se nos avecinaba me repetía, me contaba  a mí misma que por algo lo había sacado.

Quería que alguien me prometiera que ese anillo me aseguraba que él y yo nos íbamos a volver a encontrar, necesitaba la tranquilidad de saber que podía irme a hacer ese camino sola que necesitaba hacer y que él iba a hacer el suyo pero que siempre había algo que nos iba a unir porque la verdad era que no lo quería dejar ir. 

Y ese anillo, en medio de tanta tormenta, de tanto viaje, de tantas dudas pero tanto tanto amor y dolor nos bañó por un rato de fantasía y de dejar viajar los sueños y el alma cuando nos dejamos guiar por lo más profundo. Y nos sacamos la foto y estábamos felices de estar juntos de vuelta aunque sabíamos que había cosas que aún estábamos dejando sin charlar porque no queríamos pensar en separarnos de vuelta, después de todo un anillo nos había dicho que nos íbamos a casar. Había que festejar.

Y entonces un rato disfruté la posibilidad, jugué con la idea. En realidad hacía tiempo que jugaba con la idea, pero ahí siempre estaba yo de vuelta, pensando todo tanto y siempre queriendo que una serie de cosas sucedan antes de que eso tenga que suceder, como si constantemente me fuera corriendo la plenitud un poquito más lejos.

Al tiempo dejé de usar el anillo, al tiempo nos dimos cuenta que por el momento el amor no iba  alcanzar, seguíamos pretendiendo que el otro nos complete, nos cierre, nos de la razón. Seguimos hablando de lugares, costumbres, plata y no de amor. Seguimos mirando hacia afuera y nos olvidamos el auto.amor.

Hoy, a casi un año de eso limpiando encontré una cajita, esa de anillo, esa que en las películas una sabe qué anillo hay adentro. Cuando la abrí y vi ese momento de felicidad tan plena que me había hecho vivir y los sueños que me había animado a soñar gracias a esa mera coincidencia del destino: elegir la cintita que lo tenía y que me invitó a imaginarme cómo sería la vida con él. 

Por un rato al menos disfruté de estar convencida de que sí, por un rato al menos jugué a que algo había decidido por nosotros que siempre estaríamos juntos y comprometidos. 

Hoy no sé si fue un juego o fue la realidad. A veces, todavía hoy, mirando ese anillo me pregunto si algún día nos iremos a casar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario