Hoy pasaron por mi vida alrededor de cuatro
chicos envueltos en llanto, en agustia, en dolor. Lo primero que veo son ojos
llenos de lágrimas, de una incomprensión y, a la vez, un entendimiento muy
grande. Un dolor que va más allá del presente, de las materias. Un dolor que
atraviesa el corazón cuando se sabía que esto iba a pasar, pero con la
sinceridad de la inocencia. Nunca supieron cómo superarlo.
En el colegio solíamos preocuparnos porque la
gente fuera a particular para aprobar las materias que tenían flojas, que
trataran de concentrarse, estudiar, portarse bien. Cuando la angustia y la
emoción se hacen dueñas de nuestras vidas desde un lugar oscuro y oculto, no
hay maestra particular que solucione y
que destape.
En los ojos que yo miré hoy, las miradas que
me compartieron cuando pudieron (porque a muchos les costaba mirarme y contarme
con el cuerpo que la tristeza los consumía y que ellos habían hecho algo por
revertir eso) vi que no sabían qué otros caminos existían. Me miraron. En sus
miradas había un dejo de perdición, de pedido de ayuda, de querer explicar que
ellos no querían eso, un “por favor, ¿cómo
se hace a esta edad para superar?”
Y por primera vez no traté a un adolescente
como un alumno, les hablé desde el lugar más honesto en el que me pude parar,
con un mar de lágrimas que me iban por dentro, por esa mujer que está adentro
mío que no es vicedirectora solamente, es persona, empatiza, y hace tiempo que
entendió la ilusión de la separación.
Les hablé de las emociones, de la necesidad de
buscarse, la necesidad de aceptar la familia en la que habían nacido, la
necesidad de hablar, abrirse y encontrar. Les tuve que decir, que si esperaban
a que sus padres curen el enojo que ellos llevaban dentro, quizás iban a perder
la vida en el secundario… y ahí me di cuenta cuán grandes somos todos en
determinado momento. Y yo siempre creyendo otras cosas tan diferentes. Les
conté que analizarse nunca puede ser malo, que preguntarse siempre va a traer
hermosos resultados pero no les mentí, no pude mentirles: les dije que muchas
veces ese trabajo y ese “aceptar” es triste y doloroso, que crecer muchas veces
es cuesta arriba, pero que el resultado es siempre que se quiere y se hace a
consciencia, positivo.
Y ahí estaban ellos, mirándome… sollozando
algunos, esos que siempre habían sido una roca, una rebeldía, una coraza… una
necesidad de afecto y amor… un pedido a gritos de “no necesito entender matemática, ese no es el problema, esta es la
única manera que encuentro para que me presten atención, me miren y me escuchen”.
Pero claro, con eso no alcanza, porque algunos los padres miran lo que se ve, no van
más allá.
Entonces son horas más que ellos no comparten
con sus hijos pero, “estamos haciendo
todo lo que podemos”; y “¿qué haces?”,
“lo mando a particular, va a la psicopegagoga,
pedimos un informe en la clínica tal, lo llevé a hacer deporte, lo cambié de
colegio, pero nada”. ¿Y ellos mismos? ¿Y darle un abrazo y quedarse un rato
largo acompañandolos en la cama, haciendo silencio y compartiendo un momento? ¿Y
las horas que no te ve porque vos trabajas para comprarle todo eso que creés y
estás convencido que lo va a hacer más feliz a él y a vos un padre más copado?
Aprendí a no enojarme con esto y una vez más,
y bien fiel a mi estilo, a convencerme de que algo se puede hacer. Tomé coraje
y junté valor y gracias a mi honestidad con educación pude empezar a hablar yo con
el corazón. Pude decirle a los padres que mientras ellos no se dejen de mirar a
ellos mismos sus hijos no podrán aprender a mirarse a ellos. Que no se trata de
hacer lo que crea que debo, sino lo que realmente quiero para ellos. Que lo primero es no pensar en uno, y
es pensar desde el amor. “Bloqueo emocional.” Claro, ¿un “bloqueo emocional”
que tenga que ver con las matemáticas? ¿Que un bloqueo emocional no me deje
aprobar lengua? Como si fuéramos partes separadas que podemos solucionar sin
ver el todo, el ser humano detrás de esos pequeños ávidos de amor.
Miedo de pedir ayuda, de pedir amor, vergüenza
de que me miren como el adolescente que necesita ayuda.
Nunca nos pusimos a pensar de verdad en lo que
hemos construido como sociedad. Los hábitos negativos que construimos y la
falta de amor que hay en cada relación. Como sistema educativo fallamos
constantemente porque todo el tiempo queremos una nota para aprobar, queremos
entender que hasta acá va mi límite, mi incidencia.
Sigue intacta mi convicción de que podemos
cambiar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario