martes, 26 de mayo de 2020

Mercuria: su primer aventura con la Luna Llena en Piscis.


Mercuria viene viajando por el espacio hace muchos meses. Viene recorriendo más que nada el pasado, hizo viajes por los sinfines de las memorias de los seres encontrando muchas cosas en su camino. Se encontró con Villanos, con Saturnos bajos, hombres y mujeres presos de una estructura, de una rutina, tristes, tristes de tanto trabajar. También se encontró con Saturnos elevados, los Dioses le decía ella, unos seres muy disciplinados, pero no perfectos. Vio fuegos, vio lluvias de estrellas. Presenció batallas entre Robots y humanos, entre humanos y animales extraños, entre dinosaurios y gorilaz, entre meteoritos y princesas.
Viaja con sus alas multicolores, siempre van cambiando acorde a sus sentimientos, los peligros,las suertes. Tiene nubes flotantes con fuegos transmisores de energía en sus pies y se impulsa, por el cosmos, buscando siempre donde puede irradiar su energía multicolor.
Mercuria es muy mental. Piensa mucho todo el tiempo, vive planificando sus próximos viajes, va por los cielos, baja a los infiernos, permanece en la playa, después se va a la montaña, a eso le sigue la nieve y el mar, los bosques encantados y luminosos, las arenas frías y oscuras. Le cuesta quedarse quieta, pero el otro día viniendo el círculo enorme plateado de Piscis la hizo frenar de golpe.
Se quedó quieta, inmóvil, frente a esa Luna Llena enorme, con Agua de los sinfines de la consciencia, con toda la historia del universo tocándole el Alma y el corazón. Mercuria se empezaba a dar cuenta que muchas veces, como algunas cosas eran tan tristes, no se daba el tiempo de descansar, porque a veces, si descansaba, se ponía a recordar, se relajaba tanto su mente, que el Alma empezaba a brillar. El Alma eran sus Alas, sus nubes, sus pies, que le pedían esperar. Todas sus células del cuerpo cambiaban de color cada seis meses. Con el transcurso de cada Luna Llena, todas las células, que eran como la computadora de su cuerpo, incorporaban todas las intenciones sembradas seis meses antes en la Luna Nueva. Es decir, como los granjeros recogen las lechugas, las zanahorias, las manzanas, el cuerpo de Mercuria, recorría cada una sus hazañas para soltarlas, para que las células y todo su cuerpo cambien de color. Esta vez, el color de la luna ya le contaba que sus células se iban a escurrir. De tanto, tanto que había viajado, ¡fá! ¡Ni cuenta se había dado! La Tierra, esa que siempre la acompañaba le guiña el ojo, una vez más, contándole que podía quedarse un rato a descansar, a llorar, a celebrar, a iluminar, a contar, cosechar, todo, todo el amor que había aprendido a dar.
Entonces Mercuria miró fijo a la Luna Llena en Piscis y le agradeció que disuelva todas las que antes había sido, que la ayude a ordenar y a recordar, que todo ese pasado que había visto, ya no existía más. Se miró a sí misma en esa Luna, se vio las alas una vez más, ya empezaban a cambiar de color, también su cara, su sombrero, su rodete, sus pies, sus nubes, su corazón, su estómago, su sangre, sus manos… se sumergía en la Luna, se entregaba una vez más al Amor y al Dolor. Para pasar al otro lado, para volver a crear un Yo, había que pasar el portal “disolvedor.”