jueves, 28 de agosto de 2014

Rayuela y yo.


     
 Mi historia con Rayuela para mí es muy hermosa. Empezó allá por el 2005 creo, cuando me fui de vacaciones con una amiga a Bariloche. Ella se compró el libro en un kiosko, era una edición que venía con un diario. Era re gordo. Para mí un libro “inleíble” pero veía que ella lo disfrutaba, me había leído alguna que otra parte durante las vacaciones pero creo que yo aún leía solo policiales -o no- pero estaba claro que no estaba lista para Rayuela.
Al año siguiente, me voy a Europa de vacaciones e iba a ir a París. Seguía sin leer Rayuela, pero mi amiga (la que lo había leído en las vacaciones) me pidió un favor: que vaya a la tumba de Julio Cortázar y le deje algo. En ese momento ella decía que yo era su pulmón, entonces me hizo un dibujo de pulmón para que me lleve de viaje (me iba por un mes y para nosotras eso era un montón). En el pulmón me había escrito frases que usábamos todo el tiempo para que no la extrañara y la llevara conmigo. Fui a París y cumplí mi cometido. No sabía bien qué tenía que ver ese hombre argentino con París, cuán importante era, no imaginaba cuán importante sería luego haber tenido el honor de visitar su tumba y dejar mi “pulmoncito” ahí. Me costó un montón encontrar la tumba. Pero llegué. Estaba llena de regalos, monedas y sobre su nombre estaba el de Carol Dunlop, su última mujer (y a quien luego yo conocería a través de “Los autonautas de la cosmopista”). Saqué fotos, me guardé el momento, la imagen, la desesperación de no encontrar la tumba hondo, bien hondo en el corazón. Parece que fuera hoy, con este día de frío gélido igual que aquel: sacarme los guantes para agarrar el pulmón y que se me congelen las manitos, agarrar monedas de un peso y ponerlas arriba del pulmón dibujado sobre la tumba de Cortázar para que no se vuele y pensar en ella. En cuán feliz la estaba haciendo con eso y en cuán feliz ella me hacía haciéndome hacer esas cosas de tinte romántico que me hacían quererla aun más.
Pero eso no fue todo. Tres años más tarde de Bariloche y uno de París, un chico me regala por e-mail un capítulo de Rayuela, el capítulo siete para ser más precisa. Y casi me desmayo, ahí redonda frente a la pantalla:
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca entreabierta, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
                Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se  miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.” (Rayuela, cap. 7)
          No creía que Rayuela tuviera escritas estas palabras. Para mí Rayuela era otra cosa. Una hora después de recibir esto creo que estaba en la librería comprando el libro. También un poco después estaba contestando ese mensaje, ese e-mail. Nunca me habían regalado tan lindas palabras. El chico no estaba en el país con lo cual manteníamos una relación por chat o skype. Nos empezamos a acompañar en la lectura y a conocer a través de la lectura. Rayuela se puede leer de dos maneras: de corrido (de esta manera solo leés 56 capítulos) o salteado (el libro te va llevando por los diferentes capítulos que terminan siendo como ciento y algo y leés el libro completo). Él eligió los 56, yo el libro completo. Nunca entendí cómo alguien puede elegir dejar una parte sin leer, como luego no entendería tantas otras cosas de él.
                Era verano, por eso me sobraba el tiempo para leer y por lo tanto me devoraba los capítulos. Lápiz en mano subrayaba la majestuosidad con la que Julio lograba describir estados mentales, lugares, olores, sentimientos (aunque para él quizá no fueran tal) y París.  En ese momento maldije no haberlo leído antes de irme y poder recorrer cada calle y cada puente con Rayuela en mi cabeza.
                Obviamente me vi identificada con la Maga, mi amiga me decía “Ay, quién no quiere ser la Maga” y… todas un poco, y a veces no. Con el chico nos quedábamos por largo rato charlando, interpretando. Nos encontrábamos en cada personaje, tratábamos de ver la Rayuela que era nuestra vida, cómo íbamos yendo a donde cayera la piedra, íbamos contemplando las mil y una posibilidades apenas pasaba el tiempo. Y, como Oliveira, un poco nos costaba ocultarnos las verdades: hablábamos todo como estos personajes que podían describirse el alma en palabras y eso nos mostraba que no siempre el alma era la imagen de palabras dulces y “divinas” (divinas de lindas y divinas de “divinidad”). Que el alma se muestra en su parte oscura, real y sincera también. Porque para mí Julio mostraba el alma en su más viva voz. Su mente y sus palabras sabían interpretar  a la perfección el puro y único deseo de ser, de plasmar tal cual era, su realidad como la veía. Ponerse un pullover, enredarse, caerse por la ventana y morir. Vomitar conejos. Continuar parques.  Y después del almuerzo.
                Un buen día se avecinaba el cumpleaños del chico que aún residía por las Europas. Él ya me había dicho que la copia que estaba leyendo de Rayuela era sacada de la biblioteca, no tenía su propia edición. Entonces comencé a cumplir una hermosa fantasía: fui a la librería y le compré el libro. Llegué a casa y se lo dediqué. Después escribí una carta de puño y letra, como lo estoy haciendo ahora donde  le decía que tenía un regalo para él y le adjunté fotos del libro conmigo y se la mandé por correo. Sí fotos del libro y yo. En la carta le decía al mejor estilo Rayuela, que tenía dos opciones: a. que le mandaba el regalo por el hermano que pronto viajaba a visitarlo; b. que lo venía a buscar a mi casa cuando volvía. Eligió la b.
                Cómo siguió la historia con el chico es un capítulo aparte, justamente hoy, en el aniversario del nacimiento de Julio le escribí “Leo Cortázar y leo Rayuela, leo Rayuela y pienso en vos. ¡Gracias!” “Gracias a vos también, fuiste mi compañera de Rayuela” me contestó. Si eso no es un final feliz…
                ¿Cómo sigue la historia con mi amiga? Me di cuenta que ella siempre fue uno de los maestros más severos que tuve y tengo pero con quien mi alma es inmensamente feliz, feliz y feliz y agradece.
                ¿Cómo siguió la historia con Rayuela? Me ayudo a subir un escalón, a trascender un momento, una etapa y así como subí un escalón, comencé un viaje hacia otra posibilidad de mirada, de escucha y de concepto. Es amor eterno y agradecimiento a abrir la cabeza, a desmitificar el amor y a darle una profundidad a los detalles. A entender la locura como un arte o el arte como locura y a licenciar y habilitar el maremoto mental.

                ¿Cómo siguió la historia con Julio? Siempre será un Maestro en mi vida. 

jueves, 21 de agosto de 2014

La Muerte

"Y muerte ya no habrá más (coma) muerte morirás. Solo un instante, una coma, separa la vida de la vida eterna"

Y aquí estoy, una hora y media después (de mirar Wit)
Esos momentos donde las casualidades no existen.
Donde las causalidades sobran y son lo más natural que te sucede.

Si vamos a cómo llegué hasta acá, abundan los datos de que la energía y el destino existe. Mi última materia me trajo, empieza desde allá hace trece años atrás la historia. Y si me quiero ir más lejos, empieza allá a los siete donde por las noches la muerte me desvelaba y se robaba todas mis angustias y mis lágrimas. Donde el miedo a desaparecer me hacía retorcer la boca del estómago, donde me costaba acallar el llanto y silenciarlo.
Allá por los siete donde sentí que la primer muerte cercana me arrancaba una parte, me desdoblaba en dos, literalmente no me dejaba dormir.

Ese terror a sucumbir en un suspiro, ese miedo a la inmensidad desconocida. Ese terror al sufrimiento, al dolor. Esa imposibilidad de entender, a tan corta edad, de qué se trataba eso que dolía y paralizaba tanto. Durante mucho tiempo rondó en mi cabeza y fui haciéndole frente a la idea. Fui buscando los caminos para entender por qué si todo era tan cíclico y tan natural era que la muerte era tan trágica y terminal.

¿Por qué, si existía un Dios (Cristiano y salvador) había que morir para vivir?
Debe haber sido desde los siete que no pude resistir tomarme esta causa como una lucha, que la vida tenía que tener un sentido más que el de vivir y morir, así, sin más.

Debe haber sido que algo me decía que las respuestas iban a llegar que nunca abandoné esta bendita vida universitaria, esta "carrera" que le llaman algunos, esta "profesión" que le dicen otros, esta "burocracia con la que hay que cumplir" en un idioma un poco más político, esta "elección de vida" en mis términos más espirituales.

¡Oh, casualidad! En el fin de mi formación profesional, de mi extensa formación universitaria me cruzo con John Donne y con su (¡oh casualidad!) duda existencial.

¡Oh, casualidad! Me cruzo con un poeta que entiende que la experiencia es la vida misma, que la experiencia en sí es una paradoja, que la fe y la ciencia no pueden sino entenderse desde las diferencias y así, ser necesarias la una y la otra para explicarse mutuamente.

Entender que la vida es una muerte constante y por lo tanto un renacer en cada despedida es entender que la paradoja es la vida misma, es la eternidad que proclamamos cuando para obtenerla debemos decirle adiós a esta dimensión.

Es saber que si no dejamos alguna respuesta sin resolver, sería todo muy fácil y mecánico y eso, a su vez, puede ser la paradoja de la existencia. 

Somos el equilibrio perfecto entre un cuerpo que es una máquina inteligente que funciona a la perfección y un universo tangible en los niveles más sutiles y extraordinarios de conciencia.

Entonces, dejaré morir a la que hace 13 años vivió para entender en una carrera que atraviesa su existencia. Lloraré cada uno de sus logros y sus fracasos y como alguien ve la vida pasarle en un minuto en sus últimos momentos, yo siento que una parte de mi se va con esta aceptación de la muerte misma.

No le perdí el miedo a la muerte, le perdí el miedo a la verdad.

Muerte, morirás y vida siempre serás.

(Link de la peli: https://www.youtube.com/watch?v=pb9bQ-I-aV4 )