“ Pero… es que me dan escalofríos las vidas de aquellas mujeres sin cuento propio, las
que aceptaron que el
amor fuese la única referencia". …
(Nosotras que nos queremos tanto, Marcela Serrano)
Hay muchos que dicen que las minitas son todas mentirosas. Que no pueden sostener una amistad
verdadera con otra mina porque no pueden
estar sin sacarse el cuero o criticarse en cuanto una no está. Hay otros que
dicen que las minitas son tremendas, que nunca se ponen de acuerdo, que siempre
tienen un “pero” un “por qué”. Siempre que hablamos de minitas.
Yo conozco unas minas con las cuales creé un vínculo
especial y particular que pareciera no encajar con ninguna de esas definiciones
de minita (y eso que las condiciones
estaban dadas a la perfección para que eso sucediera).
Desde la honestidad bruta nos conocimos, por el odio de
colegas laborales pasamos (que nunca fue tal, real; era el odio típico de alguien que
no quiere ni ver a la persona que le dice lo que tiene que hacer). Estas minas
deben haber hablado de mí a mis espaldas un montón de veces, pero nunca
tuvieron problema en hacérmelo saber, sentir y decírmelo en la cara. Y eso
estuvo heavy. Pero siempre preferimos eso, nos salió natural, no nos propusimos
ser honestas o no gastar energía en simular una simpatía de compromiso. No
teníamos compromiso. Éramos sólo eso, compañeras de trabajo, no nos importaba
caernos bien.
No puedo dejar de destacar que trabajábamos en un colegio. Lugar donde la minita puede llegar a ser el rol mejor jugado de las mujeres. Donde la minita es a full cizañera, mete púa. Ahí adentro, en un colegio, los oídos te zumban casi todo el tiempo y es difícil esquivar las ondas del chusmerío. Pero por suerte tuvimos todas una cintura muy particular para atravesar esa especie de nube que te chupa y te lleva al chisme.
Estas minas me conocen hace unos cinco años y sin querer nos
fuimos viendo cada vez más. Cuando la cosa se empezaba a poner buena, yo las “coordiné”.
Me tocó ocupar ese lugar, fue esa vez donde la honestidad más grande salió a la
luz. Roces inevitables, caras irremontables. Pero por más que quisiéramos
evitarlo, cada vez que nos juntábamos para la charla nocturna, nos saltaba la
naturalidad con la que siempre nos habíamos manejado. Nos olvidábamos que yo
coordinaba. La diferencia estaba en el día a día laboral, en la charla
cotidiana, en la mirada cómplice de todos los días. Y eso se extraña. Se sabe
que se puede ser parte, pero no del todo, no estás en ese lugar, estás en otro.
Y se nota.
Fue ahí que me di cuenta que tenía que volver y, por suerte,
mientras estaba en otro lado fui tan honesta y sincera que pude volver. Y
ellas, con todo el amor del mundo, me recibieron back sin ninguna diferencia. Estas minas que, en el caso de haber seguido el manual de la minita, deberían haberme dado la
espalda, o quizás haber perdido el deseo de hacerme parte eligieron que eso no
sucediera. De hecho, fue como si nada hubiera pasado. O sí, había pasado y, por
suerte, podemos hablar de eso con una naturalidad tranquilizante.
Y hoy nos encontramos en una foto, frente al mar. Un sábado
de mates en un viaje express de
minas con ese sabor a elección y particularidad que tienen las relaciones
especiales que uno mantiene con cada grupo de gente que lo rodea y elige para “estar”.
Y de repente y sin querer ya ni siquiera trabajamos juntas, y es como si sí.
Por suerte la honestidad salió de la atmósfera del trabajo y nos regalo una
amistad cálida y relajada, de charla larga y tendida de mujeres tratando de
entender la vida y vivir en paz.
Me enorgullece haber mantenido esta relación, porque hay que
anteponerse a lo que dice la gente y hay que valerse por la confianza en lo que
dice el otro. Hay que mirarse a la cara después de sincerarse y cantarse unas
cuarentas medio difíciles. Hay que tener una capacidad de ver más allá, de
interpretar a la persona en su totalidad y saber entenderse. Nosotras logramos
eso, y nos salió genial. Este grupo de mujeres me ha hecho muy feliz, porque de
ellas y gracias a ellas aprendí muchísimas cosas a nivel profesional y a nivel
personal. Son más grandes algunas, o con otras experiencias, y no hay nada que
disfrute y me guste más que escuchar cómo es a veces la vida desde otro lugar
pero con estos mismos valores.
Estas minitas, de minita no tienen nada.