Detalles. Cerrar las grietas más pequeñas que
aparezcan, entrar en la minuciosidad del peligro de la perfección. Mirar más de
cerca, pasando los ojos casi en cámara lenta por la superficie. Deslizar la
mano como acariciando la pared, para ya sentir y no ver tanto cuánto le falta
para estar terminada. Temperatura, textura, polvo, liso, rugoso. Revocar,
rellenar, unir, fusionar, alisar: empezar a terminar.
Mirar de lejos, mirar de cerca, ir y venir en
el constante cierre de imperfecciones. Y entonces la perfección sale a luz y
¿qué es la perfección? ¿cuándo se alcanza? ¿es sano buscarla o es sano
redefinirla? ¿la imperfección es la perfección? No sucumbir ante ese fantasma
ansioso que nos hace creer que debemos llegar a ella. Como si el ser humano (el
ser) estuviera en algún punto destinado a vencer esa barrera, descubrir esa
alta paradoja: la vida misma.
Así como en lo físico pasamos por etapas de
desarrollo, en lo espiritual y experimental creo que también. Convertirse en un
ancestro y conectar desde lo profundo de la necesidad de supervivencia con la
sabiduría nos trae revelaciones altamente puras, desprovistas de muchísimas
experiencias previas, porque son nuevas. Porque jugamos (y no) a no saber,
jugamos de verdad a experimentar, a ser valientes y crear nuestra propia
mezcla, nuestro propio “barrito”, nuestro propio modo. Claro que antes de
animarnos, escuchamos a los sabios que ya lo hicieron antes, los sentimos muy
cerca, los vibramos, desde todos los ángulos para trascenderlos y evolucionar.
Y siempre se agradece lo anterior, porque siempre estuvo en nosotros desde un
primer momento. Y al recordar sucede la magia, lo maravilloso, ¿lo perfecto?
Zambullirse en el mar de sensaciones que
produce querer llegar a la nueva definición de perfección. La primera mano es
desprolija, las primeras veces somos desprolijos. Y de a poco,una vez puesta la
mezcla, esa nueva, esa que no sabemos de qué color va a quedar (pero ese es
otro aprendizaje), no sabemos cuánto va a tardar en secar… Y luego de amasar el
barro, comienza a pasarse una espátula que une, que alisa, que emprolija, que
sin querer nos va llevando a ese lugar que queremos llegar. Y en el camino
novedad de vuelta: ¿con qué alisamos los tramos? ¿cómo llegamos a la perfección
más rápido? Porque también eso es parte de esa bendita ansiedad, olvidarnos del
resto por el objetivo perfecto. ¿Hay objetivo perfecto y único? ¿Hay equilibrio
si seguimos un objetivo perfecto y único? Entonces vuelve el aprendizaje de la
imperfección en la perfección, el tiempo necesario para llegar.
¿Cuánto tiempo?
No hay tiempo.
Otro gran descubrimiento, el tiempo es terminar.
Pero no es “terminar en tres, cinco o siete días; es, con todo lo aprendido
anteriormente, llegar al lugar, cerrar las grietas, seguir uniendo. A la vez,
cuando no está seco, no está seco, no se puede seguir. Hay que esperar. Porque
si seguimos haciendo cuando el barro dice que hay que esperar, el barro se
salta, se sale, se levanta: habla.
Entonces ese es un buen momento para sentarse
a tomar un mate y contemplar, cuánto aprendizaje puede haber en un simple y
amoroso revoque fino de una casa de adobe hecha con tu propias manos.