Vuelan los momentos, las palabras, las promesas. Por momentos
me siento en medio de una brisa hermosa que me mueve todo lo que tengo
alrededor, lo mezcla, lo junta. Y en ese vuelo de cosas que me pasa por al lado
logro –no mucho porque tengo los ojos entrecerrados ya que la brisa me llega
hasta la cara- ir viendo cosas: imágenes, momentos, palabras, sensaciones,
paisajes, sonrisas, miradas. Hay muchas miradas, muchas sonrisas y muchas,
muchas, muchas palabras. De repente no entiendo muy bien dónde es que estoy yo,
es decir, dónde sucede todo esto. Pero si sé cómo me siento: en paz. Una
sonrisa de calma se me dibuja en la cara, porque todo eso que vuela alrededor
no hizo más que hacerme crecer.
Y ya no te preguntás más “¿cómo fue que…?”, “¿cuándo fue que…?”,
ya no. Ya a esta altura de la experiencia que decidiste vivir y cómo
(importantísimo dato) y de tanto repetir que hay que cantarse las verdades
entendiste que no vale la pena preguntarse eso. Sí vale la pena preguntarse “¿qué
tengo que aprender de todo esto?” y vuelve el famoso “¿por qué a mí?” pero
desde otro lugar. No desde ese horrible lugar novelero, de Grecia Colmenares “oh
por qué a mi dios mio!”. No. Ahora es entender por qué de verdad, qué es lo que
cambió, lo que fue diferente, lo que evolucionó en mí con esta situación.
Es rarísimo entender las cosas desde este lugar, es extraño
verse ir y venir. Ir y volver y volverse a ir. Despedirse, encontrarse.
Despedirse de vuelta, de los de allá ahora. Y llevamos, y ahora traemos. Si
fueran sólo materiales, ropa, vajilla, sería todo más fácil. Pero cuando lo que
va y vuelve son emociones…la mudanza es diferente. En alguno de los viajes las
logras poner todas juntitas en una caja, cajonera (me recuerda a la cajita de
azafrán…) lo que sea que pueda mantenerlas guardadas lo mejor posible. Tratás
de no apretarlas mucho, para que tampoco se dañen. Pero hay otras veces, que no
te queda lugar y las tirás así no más arriba del auto, por donde puedas y,
entonces, en el medio del viaje, alguna se te cae en la cara y ya está… ahora
hay que agarrarla, frenar y ver con claridad dónde la acomodamos para tratar de
que no se vuelva a caer.
No sé cuántos viajes hice este año, pero sí sé que cada uno
de ellos podría ser un capítulo de un libro. Sí sé que me encanta viajar, me
gusta y lo disfruto. Y sé que viajando me fui, me volé a un mundo hermoso, y
mirá lo que en este momento me deja de regalo una amiga: “Es preciso soñar pero con la condición de creer en nuestros sueños. De
examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con
nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía” (Lenin). Y
es así gente… los sueños existen y el amor también, pero la realidad es
inevitable y si queremos convertirla en sueño, no podemos escapar a la
humanidad en la cual nos tocó desarrollar esta vida de seres humanos.
Entender entendemos todo el tiempo, la ecuación es simple.
Pero sentir cuesta mucho más que eso. Sentir es saber que hay algo más que
nunca podremos evitar. Sentir es aceptar que somos y que en algún momento
tendremos que rendirnos a no poder entenderlo todo.
Y, pero entonces… ¿fallé en mi humilde intento de querer
cambiar el mundo? No, al contrario, cada vez me siento más cerca.